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LAS AVENTURAS DE EUSTACE

En aquel mismo instante sus compañeros se lavaban las manos y el rostro en el río, y empezaban a prepararse para comer y descansar.

Los tres mejores arqueros habían ascendido a las colinas situadas al norte de la bahía, y habían vuelto cargados con un par de cabras monteses que en aquellos momentos se asaban sobre una fogata.

Caspian, por su parte, había hecho bajar a tierra un barril de vino, un vino fuerte de Archenland que había que mezclar con agua antes de beberlo, de modo que habría cantidad suficiente para todos.

El trabajo había ido bien hasta el momento y resultó una comida muy festiva. No fue hasta después de servirse asado por segunda vez cuando Edmund comentó:

—¿Dónde está ese sinvergüenza de Eustace?

—Edmund no le digas así, mejor ve a buscarlo —dijo Mariam ayudando a Caspian a servir vino.

Mientras tanto Eustace paseaba una mirada asombrada por el valle desconocido. Era tan estrecho y profundo, y los precipicios que lo rodeaban tan altos, que parecía un foso o una trinchera enorme.

El suelo estaba cubierto de hierba, aunque salpicado de rocas, y aquí y allá distinguió zonas negras quemadas como las que se ven a los lados de un terraplén del ferrocarril en un verano sin lluvia.

A unos quince metros de distancia había un estanque de aguas lisas y transparentes. No había, en un principio, ninguna otra cosa en el valle; ni un animal, ni un pájaro ni un insecto.

El sol caía con fuerza, y picos sombríos y promontorios montañosos se atisbaban por encima del borde del valle.

El niño comprendió que debido a la niebla había descendido por el lado equivocado de la elevación, de modo que se dio la vuelta al instante para regresar por donde había venido.

Pero en cuanto hubo echado una mirada se estremeció. Al parecer, y por una asombrosa buena suerte, había encontrado el único camino que existía para bajar; una larga lengua de tierra verde, terriblemente empinada y angosta, con precipicios a cada lado.

No existía otro modo de regresar. Pero ¿podría hacerlo, ahora que veía cómo era realmente? La cabeza le daba vueltas sólo de pensarlo.

Volvió a girar, pensando que en cualquier caso sería mejor que tomara un buen trago del estanque primero. Sin embargo, en cuanto se dio la vuelta y antes de haber dado un paso al interior del valle oyó un ruido a su espalda.

No era más que un ruidito pero sonó muy fuerte en aquel silencio formidable. El sonido lo dejó petrificado allí mismo durante un segundo; luego giró el cuello y miró.

Al pie del despeñadero, un poco a su izquierda, había un agujero bajo y oscuro; tal vez la entrada de una cueva. Y de éste surgían dos finas espirales de humo; además las piedras sueltas situadas justo debajo del oscuro hueco se movían —aquél era el ruido que había oído— igual que si algo se arrastrara en la oscuridad detrás de ellas.

Desde luego, algo se arrastraba. Peor aún, algo salía de allí. Edmund, Lucy o tú mismo lo habríais reconocido al momento, pero Eustace no había leído ninguno de los libros apropiados.

Lo que salió de la cueva era algo que él jamás había imaginado siquiera: un hocico largo de color plomizo, ojos de un rojo apagado, sin plumas ni pelaje, un cuerpo largo y flexible que se arrastraba a ras del suelo, patas cuyos codos quedaban más altos que su lomo como las de una araña, garras afiladas, alas parecidas a las de un murciélago que chirriaban contra las piedras, una cola kilométrica.

²𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗙𝗨𝗜𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora