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EL LIBRO DEL MAGO

La gente invisible agasajó a sus invitados espléndidamente, aunque resultaba muy gracioso ver cómo las bandejas y platos se dirigían a la mesa y no ver a nadie que los transportara.

Habría sido divertido incluso de haberse movido en un plano horizontal con el suelo, como uno esperaría que hicieran las cosas transportadas por manos invisibles. Pero no lo hacían, y avanzaban por el largo comedor mediante una serie de botes o saltos. En el punto más alto de cada salto, un plato podía llegar a estar a casi cinco metros de altura; luego descendía y se detenía con bastante brusquedad aproximadamente a un metro del suelo. En los casos en que el plato contenía algo parecido a sopa o estofado, el resultado era bastante catastrófico.

—Empiezo a sentir bastante curiosidad respecto a esta gente —susurró Eustace a Edmund—. ¿Crees que son humanos? Yo diría que son algo más bien parecido a grandes saltamontes o ranas gigantes.

—Eso parece —respondió su primo—. Pero no les digas a Mariam y a Lucy por que se les meterá en la cabeza la idea de los saltamontes. No les gustan los insectos, especialmente los grandes.

La comida habría resultado más agradable de no haber sido tan sumamente chapucera, y también si la conversación no hubiera consistido sólo en asentimientos. Los seres invisibles daban su conformidad a todo. En realidad la mayoría de sus comentarios era de esos que no era fácil rebatir: «Lo que siempre digo es: cuando un tipo tiene hambre, nunca están de más unas viandas» o, «Empieza a oscurecer, siempre sucede por la noche», o incluso, «Vaya, venís del otro lado del agua. Un material muy húmedo, ¿no es cierto?». Y Mariam no podía evitar echar miradas a la oscura abertura situada al pie de la escalera —la veía desde donde estaba sentada— y preguntarse qué encontraría cuando ascendiera aquellos peldaños a la mañana siguiente.

Pero, a pesar de todo, fue una buena comida, con crema de champiñones, pollo hervido, jamón hervido, grosellas, requesón, crema, leche y aguamiel. A sus compañeros les gustaba el aguamiel, pero Eustace lamentó luego haberla bebido.

Cuando la azabache despertó a la mañana siguiente junto a la ojiazul sintió que la mañana fue como despertar el día de un examen o un día que tienes que ir al dentista. Era una mañana preciosa, con las abejas entrando y saliendo por la ventana abierta de su habitación y el césped del exterior idéntico al que uno encontraría en Gran Bretaña. Se levantó, se vistió e intentó hablar y comer como si nada durante el desayuno.

Luego, tras recibir instrucciones de la voz principal sobre lo que debía hacer en el piso de arriba, se despidió de los demás, no dijo nada, fue hacia el pie de la escalera y empezó a subir sin mirar atrás ni una sola vez.

Había bastante luz, lo cual era bueno. En realidad había una ventana justo delante de ellas en lo alto del primer rellano. Mientras permaneció en aquel tramo de escalera llegó hasta ellas el tic-tac, tic-tac de un reloj de péndulo situado abajo, en el vestíbulo. Luego, llegó al rellano y tuvo que girar a la izquierda en el siguiente tramo de escalones; después de eso dejó de oír el reloj.

Una vez que alcanzó lo alto de la escalera, Lucy miró a Mariam y vieron un pasillo largo y ancho con una ventana enorme en el otro extremo. Al parecer el corredor discurría a lo largo de toda la casa, y estaba lleno de figuras cinceladas, revestido con paneles de madera y alfombrado. Tenía innumerables puertas a cada lado. Se quedaron muy quietas y no oyeron ni el chirriar de un ratón, ni el zumbido de una mosca, ni el balanceo de una cortina ni nada de nada: únicamente el latir de su propio corazón.

—La última puerta a la izquierda —se dijo en voz queda.

La prueba era todavía más difícil al tratarse de la última puerta, porque para llegar a ella tendría que pasar ante una habitación tras otra. Y en cualquiera de aquellas estancias podía estar el mago: dormido, despierto, invisible o incluso muerto. Pero de nada servía pensar en aquello, así que se puso en marcha. La alfombra era tan gruesa que sus pies no producían ruido alguno.

²𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗙𝗨𝗜𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora