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Los Farfapodos vuelven a ser felices

Las jóvenes siguieron al enorme león al pasillo y al instante vieron ir hacia ellos a un anciano, descalzo, vestido con una túnica roja. Una guirnalda de hojas de roble coronaba su melena blanca, la barba le caía hasta el cinto y se apoyaba en un bastón curiosamente tallado. Al ver a Aslan le dedicó una profunda reverencia y dijo.

—Bienvenido, señor, a la más humilde de vuestras casas.

—Coriakin, ¿empiezas a cansarte de gobernar a súbditos tan necios como los que te he dado aquí?

—No —respondió el mago—, cierto es que son necios, pero no son malos. Más bien empiezo a tomarles cariño. En ocasiones, tal vez, me muestro un poco impaciente, aguardando el día en que sea posible gobernarlos mediante la sensatez, en lugar de esta tosca magia.

—Todo a su tiempo, Coriakin —dijo Aslan.

—Sí, todo a su tiempo, señor —fue la respuesta—. ¿Tenéis intención de mostraros a ellos?

—No —respondió el león, con un medio gruñido que venía a ser una carcajada, pensó Lucy—, se volverían locos de miedo. Muchas estrellas envejecerán e irán a descansar a islas antes de que tu gente esté preparada para eso. Y hoy, antes de la puesta del sol, debo visitar al enano Trumpkin, que se halla en el castillo de Cair Paravel contando los días hasta que sus señores Caspian y Mariam regresen a casa. Le contaré toda vuestra historia, Lucy. Vamos, no pongas esa cara tan triste. Volveremos a vernos pronto.

—Por favor, Aslan —dijo ella—, ¿a qué llamas «pronto»?

—A todo le llamo pronto —respondió él; y se desvaneció al instante y las azabaches se quedaron a solas con el mago.

—¡Se ha ido! —exclamó el anciano—. Y ustedes y yo aquí tan desconcertados. Siempre sucede lo mismo, no hay manera de conseguir que se quede; no es lo mismo que si fuera un león domesticado. ¿Les ha gustado mi libro?

—Algunas partes nos han gustado muchísimo —respondió Lucy—. ¿Sabías que estábamos allí desde el principio?

—Bueno, lo cierto es que cuando permití que los Farfallones se hicieran invisibles sabía que ustedes acabarías apareciendo para suprimir el hechizo. No estaba muy seguro del día exacto. Y no estaba especialmente alerta esta mañana. Ellos me hicieron invisible también a mí y ser invisible siempre me da mucho sueño. ¡Uf! Ya está, ya vuelvo a bostezar. ¿Tienen hambre?

—Bueno, tal vez un poco. No tenemos ni idea de qué hora es —aclaró Mariam poniendo una mano sobre su estómago.

—Vengan —indicó el mago—. Siempre es pronto para Aslan; pero en mi casa, cuando tengo hambre, siempre es la una en punto.

La condujo un corto trecho, pasillo abajo, y abrió una puerta. Al cruzar el umbral, las jóvenes se encontraron en una habitación muy agradable inundada por la luz del sol y repleta de flores. La mesa estaba vacía cuando entraron, pero desde luego se trataba de una mesa mágica, y, a una palabra del anciano, aparecieron mantel, cubertería de plata, platos, copas y comida.

—Espero que te guste —dijo él—. He intentado ofrecerte comida parecida a la de tu tierra, más que la que tal vez hayas comido últimamente.

—Es deliciosa —declaró Lucy.

Y lo era: una tortilla bien calentita, fiambre de cordero con guisantes, helado de fresa, limonada para beber con la comida y una taza de chocolate para finalizar. Sin embargo, el mago no bebió más que vino y sólo comió pan. No había nada alarmante en el anciano, y las jóvenes y él no tardaron en conversar como si fueran viejos amigos.

²𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗙𝗨𝗜𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora