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SALVADOS POR LOS PELOS EN DOS OCASIONES

Todo el mundo se sentía muy animado cuando el Viajero del Alba abandonó la Isla del Dragón.

Tuvieron viento a favor en cuanto salieron de la bahía y llegaron muy temprano a la mañana siguiente a la tierra desconocida que algunos habían divisado mientras volaban sobre las montañas cuando Eustace era todavía un dragón.

Era una isla llana y verde, en la que no vivían más que conejos y unas cuantas cabras, pero a juzgar por las ruinas de cabañas de piedra y por algunos lugares ennegrecidos allí donde había habido hogueras, supusieron que estaba habitada no hacía mucho tiempo. También había algunos huesos y armas rotas.

—Cosa de piratas —dijo Caspian.

—O del dragón —añadió Edmund y Mariam al unísono, haciendo que ambos se sonrojaran un poco.

La única otra cosa que encontraron fue un pequeño bote de cuero, o barquilla, en la playa. Estaba hecha de cuero tensado sobre una estructura de mimbre, y era diminuta, con apenas un metro y veinte centímetros de longitud, y la paleta que todavía se hallaba en su interior guardaba las mismas proporciones.

Pensaron que o bien había sido construida para un niño o los pobladores del país habían sido enanos. Reepicheep decidió quedársela, ya que tenía el tamaño justo para él; así pues, la llevaron a bordo. Bautizaron el lugar como Isla Quemada, y reanudaron la navegación antes del mediodía.

Durante cinco días navegaron empujados por un viento sur-sudeste, sin avistar tierra y sin ver peces ni gaviotas. Luego hubo un día en que llovió con fuerza hasta la tarde.

Eustace perdió dos partidas de ajedrez contra Reepicheep y empezó a actuar de nuevo como el antiguo y desagradable niño que había sido, y Edmund declaró que ojalá hubieran podido ir a América con Susan.

Entonces Lucy miró por la ventana de popa y exclamó:

—¡Eh! Me parece que empieza a parar. Y ¿qué es aquello?

Todos se amontonaron en la toldilla al escucharlo y descubrieron que la lluvia había cesado y que Drinian, que estaba de guardia, también contemplaba con fijeza algo situado a popa. O sería mejor decir, varias cosas. Parecían rocas pequeñas y lisas, toda una hilera de ellas dispuestas a intervalos de poco más de un metro.

—Pero no pueden ser rocas —decía Drinian—, porque hace cinco minutos no estaban ahí.

—Y una acaba de desaparecer —indicó Lucy.

—Sí, y ahí hay otra que está saliendo —añadió Mariam.

—Y más cerca —observó Eustace.

—¡Cielos! —exclamó Caspian—. Todo eso viene hacia aquí.

—Y se mueve mucho más de prisa de lo que nosotros podemos navegar, señor —dijo Drinian—. Nos alcanzarán dentro de un minuto.

Todos contuvieron la respiración, pues no resulta nada agradable verse perseguido por algo desconocido ni en tierra firme ni en alta mar. Sin embargo, lo que resultó ser era mucho peor de lo que ninguno había sospechado.

De improviso, apenas a la distancia de un campo de cricket de babor, una cabeza horrorosa se alzó de las aguas; era de color verde y bermellón, con manchas moradas —excepto allí donde tenía pegados crustáceos— y tenía la forma de una cabeza de caballo, aunque sin orejas.

Los ojos eran enormes, ojos concebidos para mirar en las oscuras profundidades del océano, y las fauces estaban abiertas y mostraban una doble hilera de dientes afilados como los de los peces. Se alzó sobre lo que en un principio creyeron que era un cuello inmenso; pero a medida que emergía más y más, comprendieron que no se trataba del cuello sino del cuerpo y que lo que veían era lo que tantas personas, en su estupidez, habían deseado siempre contemplar: una gran serpiente marina.

²𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗙𝗨𝗜𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora