En la mente de Camilo haber tomado a un niño sin consentimiento de sus padres para obligarlos a regresar a un lugar que no querían era una buena acción. Para él, el querer volver a unir a su familia rota justificaba cualquier medio por el cual lo hiciera, por lo tanto, no veía nada malo al respecto.
Entonces, ¿Por qué lo estaban dejando de niñera?
A pesar de que para todos era una alegría conocer a Pedro, la ceremonia del don de la pequeña Remedios seguía estando sobre la mesa por lo tanto ese día todos estarían realmente ocupados preparando la próxima ceremonia después de la de Antonio, quien, además, para mala suerte de Camilo, también había sido dejado a su cargo.
—Podría ser de tanta utilidad hoy—Decía en voz baja mientras se recargaba en la silla de madera que había en la guardería de la casa, junto a los niños—podría ser un hombre grande y decorar el techo—Comentaba mientras se transformaba en un hombre alto— o podría ser bajo para limpiar debajo de las escaleras—Volvió a transformase en en un pequeño niño.
—Puedes irte si quieres, nosotros podemos cuidarnos solos, ¿cierto Pedrito? —Intentaba aliviar Antonio a su hermano mayor mientras que el otro niño asentía.
—Ya quisiera hermanito, pero si intento salir de este cuarto Dolores no tardará en decirle a mamá—Bufó mientras se ponía un sobrero vueltiao en la cara para descansar un rato.
—Si sigues inclinando la silla te vas a caer—Le advirtió Toñito con una sonrisa burlona.
—Si, si, como si un niño mantuviera mejor el equilibrio que yo—Le respondió antes de quedarse dormitando.
Antonio desde el momento en que se había enterado del pequeño Pedro quiso acercarse a él y hacerse su amigo, siempre le tuvo mucho aprecio a Mirabel y ahora que ella no estaba lo mínimo que podía hacer era cuidar a su hijo por ella, tal como ella lo hacía con él a esa edad. Es por ello que quería mostrarle como era Encanto su primo por lo que cuando notó que Camilo había quedado dormido, Pedrito le pidió a Casita que abriera la ventana para luego ambos saltar en el siempre fiel leopardo del más grande.
Ambos niños recorrieron Encanto, viendo en acción como toda la familia Madrigal mostraba sus dones al decorar la casa o ayudando a quien lo necesitara, el más pequeño no podía dejar de sonreír, maravillado con todo lo que veía, porque, aunque en esencia ese pueblo le recordara a su lugar natal la realidad era que su gente, su magia y su propio encanto eran totalmente diferentes.
—Realmente este es un lugar mágico, ¿toda la familia tiene dones así? —Preguntó el niño con entusiasmo, pero de pronto su sonrisa se desvaneció.
—No todos, Mirabel no tuvo uno—Le respondió sin muchos rodeos, el más pequeño se sintió triste al pensar que su mamá era la única que se perdía de esa grandiosa magia—pero no te preocupes, tu mamá no necesita de un don para ser muy especial, sino fuera por ella no tendríamos a Casita ahora y además hizo que toda la familia se volviera más feliz.
—Si, eso suena como mi mamá, ella siempre busca ayudar a todos, aunque no los conozca, normalmente va a la casa de las personas del pueblo y si alguno necesita cocer alguna camisa, cuidar a algún niño o plantar algún huerto mamá siempre está dispuesta sin pedir nada a cambio—Antonio revolvió el cabello del niño con felicidad, le gustaba saber que a donde fuera su querida prima siguiera siendo la misma persona brillante como la recordaba.
—Bueno, creo que debemos irnos antes de que mi hermano se caiga de la silla y se despierte—Cortó Antonio mientras ambos volvían a la casa desde la puerta principal, pero no esperaban que sin querer terminaran escuchando una conversación entre adultos.
—Mamá, lo mejor es no hacerle falsas ilusiones a Pedro—Escucharon a Julieta hablar por lo que con cautela se escondieron.
—Lo mejor es dejarlo así, no me gustaría que el pasara por lo mismo que Mirabel, no podría soportar ver a mi nieto por algo así—Continuaba Agustín con preocupación, pero Alma no estaba convencida.
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De vuelta al árbol | Segunda parte MiraBruno
Fiksi PenggemarCinco años después de huir, Bruno y Mirabel se ven obligados a volver a Encanto para hacer las paces con su familia, incluso aunque el proceso resulte sumamente doloroso con su hijo en medio.