Brett.
Esperaba encontrarme con Suellen, pero fue Bernard el que se presentó en mi habitación. Hubo un pánico que me recorrió la espalda. Abrí los ojos como platos al ver a Bernard, ¿acaso lo habría enviado ella? Y me acometieron unos pensamientos estremecedores. Miré su cabello mojado y su abrigo oscurecido por el agua. Por la expresión en su rostro adiviné que su visita no era casualidad.
— Esto parece argumento de película porno, ¿no crees? — dije, sonriendo abochornado —. Puedo explicarlo.
Bernard me miró severamente y tomó asiento en la orilla de la cama. Hice las esposas tintinear para que me liberara, pero hizo caso omiso.
— ¿Te sientes aliviado, Brett? — preguntó. Ni siquiera me vi en el motivo de asimilar la pregunta o a qué quería referirse... O simplemente no deseé hacerlo.
— No — espeté y señalando lo obvio, añadí —: Estoy amarrado aquí por más de dos horas. Quiero orinar.
Por segunda vez decidió ignorarme.
— Debe de haber cierto alivio cuando una mujer se te acerca y no quiere nada de emociones ni sentimientos — articuló la oración con mucho cuidado y fue cuando comprendí totalmente.
En aquel tiempo no sabía si deseaba la fidelidad de Suellen, porque no la conocía lo suficiente y porque parecía un sueño y una pesadilla de la que no quería despertar, sin embargo, la palabra «amor» me causaba fatiga. Amar o no amar. Suellen no me amaba. Yo no la amaba. Lo nuestro era puramente diversión. Comprendía la necesidad de alivio de las complicaciones, lo deseaba para mí mismo, pero no podía alcanzar tal estado porque sencillamente; yo era muy romántico. Sacudí las muñecas en pedido de ayuda. Bernard siguió sin moverse, comenzaba a irritarme.
— Bernard. Tengo que orinar.
— No sientes nada por ella, ¿verdad?
— Bernard — insistí.
— No puedes sentir nada por ella.
— ¡Bernard!
— ¡Sólo te acuestas con ella y ya! ¡Ni siquiera tienen algo en común!
— ¡Me estoy meando, maldita sea! — vociferé, zarandeándome con violencia.
Él asintió, metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un par de llaves diminutas. Permanecí en silencio entre tanto él me liberaba. Fui corriendo al baño y al terminar, mientras me lavaba las manos, me percaté que él se asomaba tímidamente en el umbral de la puerta.
— Soy despreciativo con ella y ella lo es conmigo — dije —, también tenemos el cabello del mismo color, el mismo color de ojos, la misma altura, aunque cuando se pone zapatos altos me saca un buen cacho... Tenemos cosas en común, sí — con la vejiga vacía ya me vi capaz de empezar con el interrogatorio —. ¿Tú tienes algo en común con Suellen?
— Soy más amistoso — respondió.
Asentí. Todo eso no me produjo ni el más mínimo placer. Lo que me produjo era un frío y un vacío interior. Yo era malicioso, pero Suellen siempre hallaba la forma de superarme. Nuestra obra de pronto se convirtió en una competencia.
— Apenas ayer tuve sexo con ella, Bernard — me encogí de hombros —. Deja que disfrutemos un rato.
Él no dijo nada, sólo asintió.
— Tenía miedo que las cosas se pusieran violentas — confesó.
Reí.
— Mírame, ¿crees que podría hacerte algo, Bernie?
— Suellen es un problema — dijo lo evidente.
— Sí... — estiré el brazo, con la palma de la mano abierta —. ¿Puedes darme las llaves? Planeo usar las esposas para más al rato.
Bernard.
No había hecho nada, y sin embargo la confusión no me dejó dormir en la noche, el miedo a caer en la tentación. Ver a Suellen en la tarde cristalizó mi estremecimiento mental. La repentina frialdad con la que traté a Brett al ser testigo de la crueldad con la que trataba a Suellen me hizo pensar que también debí comportarme así con ella por aprisionarlo y hablar mal de él a sus espaldas pero, ¿quién era yo? Tenía una pareja sentimental y estaba detrás de una mujer extraña que se enrollaba con mi amigo. Me atormentaba lo despreocupados que se veían Brett y Suellen. Yo era incapaz de la crueldad y por lo tanto, esa era mi debilidad.
«—No te preocupes, Bernard» dijo «—. Podemos ser amigos».
Minutos antes de que Suellen me diera a conocer el castigo que le había propinado a Brett, miré su rostro bajo la lluvia y me pareció resplandeciente. No pude evitar sonreír. Me había hecho perder la seriedad, el miedo. Mi pobre novia, Elisa, quedaba opacada. Cuando me acordaba de ella y no retrocedía, me resultó alarmante. Me veía envuelto en una aureola de maldad.
En medio de la madrugada esperé que sonara el timbre del teléfono, pero eso no iba a pasar. Yo no era Brett Anderson.
Brett.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — estaba sentado en el sofá, hablando por teléfono con Suellen. Di una calada a mi cigarro.
— No — contestó —. Entonces te empujo contra la pared de la habitación y te beso y te digo en un susurro cuánto te deseo — la escuché removerse en la cama —... Oh, Brett. No sabes cuánto ansío sentirte dentro de mí — susurró con exagerada urgencia.
— ¿Cuándo terminaremos con esto?
— Cuando alguno de los dos se excite verdaderamente, ¿no es ése nuestro propósito? Por algo es que seguimos con este absurdo jueguito.
— Hablo de todo esto, de «nosotros» — me apresuré para agregar —: No me refiero a ése tipo de nosotros, sino todo esta telenovela que nos estamos creando.
— Mmm... No lo sé, cuando me aburra — dijo —. ¿Vamos a seguir o qué?
— ¿Estás detrás de Bernard?
Hubo un largo silencio, el suficiente para sentir un vuelco en el corazón.
— Es que es tan adorable — cuando oí su hermosa, vibrante, desleal y conmovedora voz decir eso, sentí como me enfadaba su amoralidad. Yo podía practicar todas las traiciones, pero ella me dolía por una razón: ya buscaba reemplazarme. Me sentí como un prostituto, le había dado lo que quería y me estaba desechando.
— ¿No recuerdas que en la mañana del día anterior te dije que estaba enamorándome de ti? — quise saber.
Suellen se rió.
— Brett, tú y yo sabemos que no es verdad. Te estás volviendo posesivo, eh.
— ¿Y cuando te aburras de Bernard qué harás?
— Iré tras Mat y luego por Simon o tal vez primero por Simon y al final por Mat. Tendré mi banda de amantes; uno para cada estación. Cuando me aburra de Suede quizá vaya por Pulp, Jarvis Cocker se ve muy sexual.
— Suellen, eres un demonio.
— Sí. ¿En qué parte nos quedamos?
— Me susurraste cuánto me deseas, así que yo me desabrocho el cinturón y entonces tú... — Suellen me interrumpió.
— Brett — susurró —. Quiero tenerlos a ambos, a ti y a Bernard.