Capítulo tres

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Después de que la enfermera le diera algo de suero para aminorar la fiebre, Clarke se olvidó de que había ocurrido.

Llegó a casa con la clara intención de quitarse el uniforme y tirarlo a la secadora, puesto que en el trayecto había sido atacada por una nube furiosa. No entendía el clima primaveral de la isla, pero tampoco se sentía con la necesidad de cuestionarlo. Por el contrario, iba a utilizarlo a su favor.

Lanzó los mocasines dentro del armario y buscó entre la ropa de invierno algún cortavientos impermeable. Aprovechó de dejar todo lo que iba a usar sobre la mullida cama que tenía desde los diez, al igual que el mueblo, su habitación reflejaba el paso de los años, las marcas que había hecho con crayones detrás de la estantería, los espacios que antes eran ocupados por afiches, las repisas que instaló y de las que se aburrió dos meses después; y el marco vacío que antes presentaba la fotografía de una familia aparentemente feliz.

Embutió los pies dentro de las botas de montañismo y agarró una de las libretas que escondía en su mesita de noche, lista para una nueva aventura. Al salir de casa, la brisa primaveral junto a unas pequeñas gotas le golpearon el rostro. Pateaba las rocas que se encontraba por el camino, observando los pocos automóviles que circulaban por las calles.

Adentrándose en la parte boscosa de la ciudad el olor a tierra húmeda la rodeó. Las aves revoloteaban cerca suyo, jugando alegres perdiéndose entre los árboles; los insectos soltaban ruidos mientras ella se acercaba al pensar que se trataba de un depredador y las copas de los árboles chocaban momentáneamente por el viento.

Pasear por el bosque era revitalizante. Al ser una isla montañosa producto de numerosas erupciones volcánicas, Boguenville estaba repleta de páramos. En las zonas más altas podían visualizarse las ciudades más cercanas a Dreyton y, aunque Clarke no tenía la capacidad motriz, los pulmones o los pantalones para subir hasta lo más alto; disfrutaba de todo lo que el bioma ofrecía.

Se acomodó junto al tronco de un gran pino y empujó con los pies las piñas regadas por la tierra, recogió una pequeña rama para impregnar en su nariz el olor que estas desprendían a pesar de la sequedad y terminó por esconderla entre las hojas de su libreta.

Cerró los ojos para concentrarse en el cántico de las aves, entendía por qué decían que Vivaldi escuchaba atentamente a las aves para componer sus famosísimas cuatro estaciones, pues la primavera sonaba igual de alegre que la pieza musical.

Con la privación de la visión la agudeza auditiva aumentaba, casi sentía que podía ubicar al ave rapaz que escuchó chillar en busca de una presa terrestre, con solo oírla. Un crujido la alertó, rápidamente lo asoció a los ciervos que transitaban comúnmente por las tierras, pero sus pensamientos se convirtieron en cenizas al escuchar una risa.

Los pardos ojos de Clarke resplandecieron con el minúsculo rayo de sol que se colaba entre la bruma y se dirigieron a alguien en particular, el dueño de un par de grises con los que se había topado demasiado en las últimas veinticuatro horas.

—¿Este es uno de esos lugares secretos?

—Para nada, pero dicen que está maldito —no esperaba asustarlo, pero sí escuchar nuevamente su risa—. Así evitamos que los asustadizos vengan por aquí.

—He escuchado algo sobre los lobos.

Clarke asintió con la sangre helada, recordando el fin de semana pasado y la pesadilla tan real que había tenido. Los lobos no solían salir demasiado hacia las partes más accesibles del bosque a menos de que necesitaran de urgencia un bocadillo.

—¿Te dan miedo?

«Otra vez con las preguntas», pensó ella.

En general, le era imposible el pensar que era un chico muy curioso y, además, la forma tan fría y seca en la que lo había preguntado le daba algo de espanto. Levantó la cabeza para verlo mejor, seguía parado frente a ella con un aspecto espeluznante, por lo que evitó su mirada actuando como si hubiera escuchado algo a la lejanía.

Blood Moon [BM #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora