Pasó toda la tarde en cama, porque lo había vomitado todo y comer se estaba convirtiendo en un miedo que no podía ni quería enfrentar. Tampoco tenía la intención de ir a la escuela, pero Edward logró persuadirla día tras día.
Convencerla de ir a clases no fue lo único que él había hecho y, producto del poder de convencimiento que él tenía, Clarke comenzaba a creer que Edward también tenía control sobre sus decisiones. Porque no solo se trataba de algo tan tonto como ir a clases, sino que también le había costado prácticamente nada meterle en la cabeza —aunque ya estaba metido en ella— que hacer trizas el colgante que su novio le había obsequiado era una excelente idea, pero, como si eso no fuera poco, también la empujó a quemar los pétalos secos que el accesorio llevaba dentro.
Entre otras cosas, la razón principal que él había usado para sacarla fuera de casa, después de muchas insistencias, fue la seguridad con la que le aseguraba que Eleonora había sufrido una especie de transe y que, para ese instante, ella no recordaría nada. Sin olvidar repetir que las flores secas eran un supuesto veneno que claramente no tenía efecto sobre sí.
Así la semana siguió su curso, llena de interrogantes que esperaba fueran satisfechas por Edward, pero seguramente Clarke terminaría enterándose de nada, porque de esa manera estaba mejor.
Los tontos siempre vivían felices.
Tonta o no, no podía negar que vivir con Edward era extrañamente interesante pues no existía mayor cercanía que compartir la misma mente. Poco a poco construían lazos de amistad mientras sorteaban juntos un camino obstaculizado por las ganas que él tenía de mantener en secreto cada cosa que pudiera significar una respuesta real.
Ni siquiera con las pláticas compartidas bajo la luz de la luna y entumecidos por el frío primaveral Edward daba su brazo a torcer. No obstante, estaban avanzando, a paso tortuga muy probablemente, pero con seguridad.
La aceptación se convirtió en una buena aliada a lo que Edward respectaba, más no era una opción prudente para las repentinas e inesperadas palabras de su padre aquel día por la mañana—: Quieren conocerte.
Dos palabras bastaron para volver a sentirse en lo profundo de un hoyo. Palabras que no necesitaba oír, no en ese momento y menos en el desayuno cuando tenía todo un día por delante; pero igualmente tuvo que hacerlo.
—Papá... —intentó comenzar después de darle un largo sorbo a la infusión que él había preparado.
Pronto sintió la tibieza del tacto sobre su mano libre y esta mirada preocupada la hizo sentir una carga sobre los hombros—. Al menos dales una oportunidad.
El no podía estar diciéndolo en serio.
—¿Una oportunidad? —dijo en un grito, rompiendo el agarre y alejándose de los muebles de la cocina—. Yo nunca tuve una oportunidad, me abandonaron desde el primer día, ¿cómo puedes pensar que dejaré que me conozcan cuando ellos fueron los que lo impidieron desde un principio?
—Cariño, hay muchas cosas que no sabes, que...
Clarke negó, dejando de escucharlo, evitando hacerlo.
—¡Ese es el problema, no sé nada! —volvió a gritar, esta vez con más fuerza.
Apretó los puños al sentir la rabia correr por sus venas y se alejó, llevando su mochila consigo y pegando un portazo para descargarse. Era mil veces mejor desquitarse con la puerta que dañar a su persona más preciada, simplemente porque él era igualmente bueno con todo el mundo.
«No es el mejor momento, pero podrías intentarlo».
—Quiero estar sola en esto, por favor —le dijo al viento.
Edward aceptó en silencio.
Desconectada de su alrededor y sumida en sus pensamientos, Clarke no paraba de pensar en por qué sus padres biológicos querían inmiscuirse en su vida después de dieciséis años. Para la hora de almuerzo nada cambió, seguía pensando en ellos, tratando de ponerles rostro y nombre pues no los conocía de nada, empujando los granos de arroz del día. Tenía la suerte de que Hudson faltara una vez más a clases, porque explicar un estado de ánimo a base de mentiras no era lo ideal en una relación. Anne, que se encontraba justo en frente, evitó hacer demasiadas preguntas y entabló una animosa conversación con la castaña a su costado.
El segundo periodo llegó con ella arrastrando los pies con toda la lentitud que podía permitirse, iba tarde a su clase optativa, por lo que tomó la decisión de darse un respiro y justificar la falta al día siguiente. Drácula iba junto a ella, caminaron juntos pasando por la biblioteca hacia el portal oxidado directo al jardín oculto donde, en medio del césped, se encontraba un cuerpo reposando.
—¿Todo bien? —preguntó él a ojos cerrados.
Clarke se sentó a un lado, dejando el libro descansar sobre su regazo y soltó un suspiro—. Todo mal.
—Llegaste con la persona indicada y al lugar indicado —volteó en dirección a Clarke mientras le hablaba, apoyándose sobre el brazo derecho en una pose digna de revista.
—No quiero hablar de eso.
—Pues háblame de otra cosa, ¿qué se siente estar cometiendo una falta?
Se encogió de hombros—. Mejor te cuento cómo leer cuatrocientas páginas de este libro en una semana me llevó a la conclusión de que ver la película jamás ayudaría a nadie a escribir un ensayo.
Jefferson negó entre risas, antes de regresar a su posición original y deleitándose de las nubes que querían ocupar el pedazo de cielo visible. Al ver que él no estaba demasiado interesado en el libro sobre un vampiro ancestral, decidió recostarse y ver los que los grises veían.
—¿Tú quieres hablar de por qué estás aquí?
Él también prefirió guardárselo y terminaron por sumirse en silencio.
Las nubes caminaban por el cielo, creando formas que ellos asociaban a lo conocido, comenzando un interesante debate sobre la más grande, Clarke decía que parecía un gato tomando una siesta y Jefferson no podía estar más seguro de que era un águila extendiendo las alas.
El asunto quedó inconcluso con las campanadas que anunciaban el fin del día escolar.
Jefferson le tendió la mano y la ayudó a levantarse—. Supongo que nos veremos en otra terapia de nubes.
—Sí —y con una sonrisa sincera añadió—: Cuenta conmigo.
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Blood Moon [BM #1]
WerewolfLo último que Clarke Halsey esperaba obtener como regalo de dulces dieciséis era una vida patas arriba. Su cumpleaños jamás le había parecido una fecha importante, hasta que significó el comienzo de un año catastrófico, liderado por la llegada de un...