Capítulo diez

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Hudson, que parecía no entender nada, realmente sabía más de lo que Clarke pudiera imaginar.

Provenía de una longeva y extensa familia de cazadores, los Griswold. Su padre, que era un completo sanguinario, no seguía las reglas del antiguo líder cazador, por lo que no esperó demasiado después de que su hijo fue golpeado por la pubertad para lanzarlo directamente a los lobos como medida desesperada para entrenarlo.

Cuando Hudson estuvo a la altura de sus ancestros, viajar desde Mongory a Boguenville fue sólo el comienzo de un plan para el que estaba destinado: terminar con el indicado. Aunque el plan se cayó en pedazos cuando Jefferson Atkinson, quien suponía ser el heredero del don gracias a la familia de su madre, terminó por ser igual que el resto de los garús, otro de esos cambia-formas que imitaban a los humanos. No faltaba demasiado para que uno de ellos terminara descontrolándose y comportándose como lo que realmente eran, animales.

Para aquel punto y sin saber la verdadera identidad del indicado, cualquiera podría ser su objetivo. Cualquier cazador experimentado, como él lo era, estaba al tanto de todo garú existente en la isla, razón por la cual Hudson sabía que alguien estaba mintiendo. La opción más factible llevaba el nombre de Eleonora Loups, los lobos de su familia eran los más grandes y a través de sus venas corría la espesa sangre del primero. Sin embargo, independientemente de sus sospechas, había un problema: ninguno de los miembros del círculo se refería al indicado después del mamarracho que había protagonizado Jefferson.

No obstante, la probabilidad de que Eleonora fuese realmente la indicada era más que alta y, por ello, Hudson se estaba empeñando en sacar lo peor de ella para poder ver, de una vez por todas, esos ojos rojos que su familia tanto buscaba.

Sin embargo, Eleonora jamás significó una presa fácil. La familia Loups era poderosa y, al llevar el apellido, resultaba inevitable que ella también tuviera ese poder.

Al igual que los Griswold, los Loups fueron de los primeros colonos en asentarse en Boguenville, habían migrado desde Francia siglos atrás cuando el primero fue condenado a cumplir con la maldición. Eligieron la isla, esperando que el aún no nombrado Boguenville se convirtiera en un lugar seguro, sin caer en cuenta que terminarían siendo cazados sin cesar por el enemigo.

Hudson se detuvo a observar a su próxima presa desde su lugar en la cafetería, Eleonora estaba junto a su novio y el primo de este, comiendo animadamente las frutas del postre. A pesar de la tranquilidad con la que se comportaba, él sabía que ella estaba al tanto de sus ojos, siendo aquel su más claro objetivo: dejar en claro quién era la presa.

No despegó la vista de ella en lo que restó del almuerzo. Eleonora sí que lo miró al salir de la cafetería, también haciéndolo entender que sabía lo que tramaba y que no estaba dispuesta a permitir cualquiera de sus artimañas, pero no se trataba de permitir o no, era un hecho y mientras antes ocurriera, mejor para todos.

—Pensé que tu amigo se nos uniría hoy —mencionó al ver como el indicado impostor seguía los pasos de Eleonora.

Clarke no se guardó la molestia, dejando que esta se reflejara en la mirada que dejó caer sobre su novio—. No me sorprendería que quiera alejarse cuando te comportaste como un completo idiota el otro día.

—Se toma todo muy a pecho.

Clarke no quiso continuar con la discusión, estaba más que enojada con él.

Desde que vio a Hudson actuar como un patán dos tardes atrás, cuando Jefferson se unió a ellos en el almuerzo, supo que sería un completo desperdicio de tiempo hacerlo entender que estaba mal. No entendía de dónde había sacado esa actitud y mucho menos por qué la utilizaba contra Jefferson, además, estaba siendo demasiado obstinado al no asumir su error y eso la ponía de malos humos.

Blood Moon [BM #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora