Capítulo uno

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Poder apagar las velas de un pastel para después comerlo sin remordimiento era uno de los placeres por los que Clarke Halsey esperaba un año. El origen de su tradición se remontaba a su cumpleaños número nueve, el primero que celebraba únicamente con su padre. La familia Halsey no era numerosa, solo estaban ella, su hermano mayor y sus padres, pero el número se había reducido a dos luego de que su hermano mayor se mudara al continente para estudiar y su madre los abandonara sin razón alguna.

Sin notas, cartas de despedida, mensaje de texto o un correo electrónico.

Ni siquiera un rastro el cual seguir.

A pesar de ello, Clarke había crecido en un ambiente tranquilo y no podía estar más agradecida con su padre por haber sobrellevado la incertidumbre del abandono. Ahora, a sus casi dieciséis años, podía decir que tenía la vida más pacífica del mundo.

Estaba apoyada sobre la helada superficie de los muebles de cocina, regalándole una sonrisa al hombre que la había visto crecer.

—Supongo, George —le dijo con un tono risueño bateando las pestañas con la intención de sobornar con su dulzura a su amado padre—, que has robado la idea de hornear un pastel de Ingrid.

El hombre soltó una risa en negativa, cuidando de no quemar su desayuno—. Puede que Ingrid lo haya sugerido, pero el crédito es solo mío.

Clarke asintió apretando sus labios, dando golpes a la superficie manchada bajo sus dedos.

—Detenme si sueno materialista, pero ¿cuál es el regalo? —se inclinó ansiosa hacia él esperando encontrar una caja de joyería como las que recibía cada año.

—Primero deja que cante.

Aunque la ansiedad por romper un envoltorio era más grande, accedió a ser el centro de atención. Su padre cantó con desafino en un principio; sin embargo, no le importó demasiado concentrándose en el calor que desprendían las tristes velas de cumpleaños. Todo le resultaba mágico, casi haciéndola olvidar de la pequeña llovizna característica de abril que comenzaba a empapar las ventanas de la cocina.

Al terminada la alargada y lenta canción, Clarke se levantó del taburete como si su vida dependiera de ello y apagó las velas de un soplido.

—Muy bien, aquí está tu regalo la única condición es que tengas mucho cuidado.

Un llavero terminó frente a sus narices y ella soltó un gritito de emoción, sin demorar en abrazarlo hasta agotarle el aire, dando unos cuantos saltitos de alegría.

—Puedes quitarme los regalos de navidad si gustas. Gracias, no tienes idea de lo que significa esto.

—Úsalo con sabiduría.

—¡No te defraudaré! —respondió levantando las llaves por lo alto.

—Estoy seguro de que no lo harás, sólo desde aquí hasta la escuela y devuelta, no estaré durante la semana y no puedes salir sin autorización, ¿entendido?

Clarke asintió levantando ambos pulgares y se lanzó a abrazar a su padre quien recibió el gesto con evidente gusto, acariciando los cabellos rubios de su no tan pequeña hija—. Me gustaría que Gemma no ocupara tanto de tu tiempo, ¿por qué no la trasladan a la oficina de aquí?

—Porque ella está feliz en la otra isla con su familia, no podemos obligarla a vivir aquí.

—¿Gemma tiene familia?

—Sí, pero de eso hablamos otro día.

Clarke asintió frunciendo los labios y volvió al taburete. Era lo bastante adulta para entender que el trabajo era lo que mantenía su casa en pie, la colegiatura y lo que había permitido que tuviera un automóvil. Pero eso no dejaba de hacerla sentir mal porque su padre parecía más al pendiente de Gemma que de ella.

Blood Moon [BM #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora