Capítulo cinco

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Desparramada sobre el sofá e intentando no quedarse dormida producto de la comodidad, Clarke Halsey, con un gorro de fiesta decorándole la cabeza, se encontraba a la espera de su padre. Si bien disfrutaba de todos sus cumpleaños reales y falsos junto a su padre, se trataba de la primera vez en la que debía rezar porque el ferry llegara a la hora correspondiente y pudieran seguir todos los pasos de un ritual muy bien planeado. Y, siguiendo este mismo, Clarke decoró el salón con todo el esfuerzo que tenía dentro: un gran cartel con errores ortográficos, que elaboró a partir de material reciclado de clases, colgaba de la pared tras de ella.

El plan por devorar una galleta más fue frustrado al percatarse del movimiento de la chapa y del alto cuerpo que aparecía por la puerta. George Halsey llevaba dos maletas, una a cada costado, y entró al hogar tratando de ser cauteloso, aunque su hija fue más rápida al lanzarse sobre él rodeándolo con sus delgados brazos utilizando toda su fuerza y provocando que las maletas cayeran como peso muerto.

—¡Te extrañé mucho, papá! —las palabras, convertidas en grito, denotaban la euforia contenida en su cuerpo y acompañada de ellas, aprovechó para volver a apretujarlo una última vez.

—Yo también a ti, preciosa. La señal en la isla vecina es un caos, pero ya estoy aquí.

Clarke le regaló una sonrisa y volvió a abrazarlo, prometiéndose que aquel sí sería el último—. Espero que hayas dormido mucho en el ferry, porque hoy es día de hamburguesas.

—¿Desde cuándo...? Ya —aceptó simplemente porque era el no-cumpleaños de su hija—, ve a colocarte una chaqueta y vamos.

Tan pronto vio la oportunidad de manejar el automóvil de su padre, no la desperdició. Condujo entre las calles de la ciudad con tranquilidad, poco a poco se alejaba de las casas de su barrio, pasando por las pequeñas tiendas del centro, los cafés, las boutiques y las tiendas de videos. Encendió el limpiaparabrisas cuando la pequeña llovizna le dificultó la vista y tomó la curva hacia la entrada a los estacionamientos del pequeño centro comercial.

Agarrada del brazo de su padre subió por el elevador directo al patio de comida, mantuvieron una plática de trivialidades durante todo el trayecto, sobre cosas que anteriormente habían discutido por mensaje de texto.

Para ella George Halsey lo era todo. Un padre, un amigo, un hombro en el cual podía apoyarse, un pañuelo para las lágrimas, un protector y el mejor hombre del mundo.

Por lo que no le extrañó escuchar, como todos los años anteriores, las siete palabras que daban comienzo a su discurso anual—. Recuerdo la primera vez que te vi...

Apoyó el mentón en la palma de su mano para escucharlo con toda la dedicación posible y nada pudo detenerla durante el primer minuto, hasta que a sus oídos llegó un sonido diferente a la grave voz de su padre, una risa molesta, chillona y, sobre todo, antipática. La risa de Eleonora Loups.

—Es Clarke, voy a saludarla.

Ese era Joshua Atkinson. A Clarke no le resultaba un mal tipo, de hecho, le gustaba la pasión con la que llegaba cada lunes por la mañana a contarle a Hudson sobre las películas que había visto el día anterior en el cine metropolitano. Probablemente la única cosa que Clarke no podía soportar de Joshua era su novia.

Eleonora Loups era un caso completamente diferente, no la odiaba, pero verla tampoco le causaba alegría. Ninguna de las dos era mejor que la otra; sin embargo, a diferencia de Eleonora, Clarke no era una fiel devota de hacer sentir miserable a los demás para estar contenta por culpa de una vida vacía.

—No creo que sea buena idea. Es rara desde que la conozco, pero ahora se siente diferente.

¿Por qué los escuchaba si estaban tan lejos? ¿Por qué tenía que aguantar que Eleonora hablara mal de ella cuando no la tenía de frente? Pero más importante, ¿por qué tenía las ganas de despedazarle el cuello con los dientes?

Blood Moon [BM #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora