| El Nephilim |

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Cuando se despertó esta mañana bajo el chillido de sartenes anunciando a Nagamoto haciendo el almuerzo pensó que su día sería malo. El hombre era bien conocido por sus comidas de mala muerte.

Con desgana se removió en las cobijas gruñendo enfurruñado al Sol que asomaba su alba a través de las ventanas.

Se levantó a cuestas de la cama, trayendo sobre su espalda una manta entreabrió sus ojos cansados a la cama ajena sin ver a nadie allí, como temía.

Salieron

Un suspiro derrotado escapó de sus labios. Trato de no pensar demasiado en ello cuando bajó las escaleras a pasos pesados, arrastrando aún la manta azul marino en los hombros, frotándose distraídamente uno de sus ojos.

Un delicado aroma a verduras frescas atrapó sus sentidos estando a medio camino de llegar al comedor. Ahora más animado se acercó a la cocina, donde Nagamoto parecía estar sazonando especias en un sartén inmerso en lo que fuera que iba a preparar. De pronto el hombre se endereza un poco, lo ha notado.

–Buenos días Rin, ¿tienes hambre?

La voz cantarina del sacerdote y sus ojos brillantes provocan una sonrisa tímida en el niño, que sacude la cabeza lentamente moviéndose hacia la isla, tomando el cuchillo y la tabla de cortar para llevarlas al fregadero. Con la somnolencia perdida permite que la sabana se deslice de sus hombros y la acomoda en una de las sillas en el comedor; luego regresa al lado del cocinero tratando de asomarse sobre la superficie de la estufa.

–¿Qué vamos a desayunar?

Un bostezo se escapa en el medio de su frase, no sabe de la sonrisa enternecida que nace en la boca del mayor. Nagamoto baja el fuego, se sacude las manos y dirige al fregadero, donde un tazón de arroz blanco reposa en un colador goteando agua. Rin lo sigue, sin darse cuenta de la ternura que provoca en el mayor. Toma el tazón y lo lleva a otra olla en la estufa, vacía el contenido, agrega especias y coloca la tapa.

–Arroz con pescado y verduras hervidas.

El niño sonríe y asiente satisfecho. Corre de vuelta por un banquito, lo lleva consigo al lado de la barra donde Nagamoto está ocupado fileteando el lomo de pescado, se cruza de brazos y observa atentamente sus movimientos. Escucha la risa del mayor, una mano suave y regordeta acaricia su cabello, se inclina al tacto con una sonrisa.

–Si quieres ayudar, ¿qué tal si llenas la tetera de agua y la colocas en la estufa?

–¿Sin té verde?

A pesar de su duda ya se esta moviendo, gracias a su baja estatura no necesita agacharse al momento de abrir una puerta a nivel de su pecho y tomar la tetera favorita del hombre, una simple de metal con mango forrado de plástico suave negro, una pequeña tapadera también oscura.

–No, a Shiro le gusta el té verde, pero Izumi apunta más al té negro y prefiero el matcha en el suyo. Tú tendrás leche.

Nagamoto no lo mira mientras responde, pese a estar atento al momento en que el niño enciende la estufa para completar su tarea. Asiente en reconocimiento cuando el niño zumba su acuerdo.

–¿Nagamoto-san?

Una vez especiada la carne, se dirige a la estufa y la coloca en la sartén. Aprovechó el breve lapso libre para hacer un gesto para guiar al menor al comedor, luego regreso a la cocina.

–Dime.

Responde en voz alta a unos metros de distancia.

Rin tuerce los dedos de sus manos sobre la mesa, hace pucheros y mira abatido a la nada.

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