|Hijo del Averno|

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"La luz es fácil de amar. Muestrame tu oscuridad"

—Ron Israel

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A la mañana siguiente Yukio tuvo que despertarlo mientras mas se acercaba la hora de ir al Parvulario. Para el alivio y la consternación del gemelo menor, no hicieron falta las once llamadas y empujones a los que estaba acostumbrado, simplemente bastaron dos para que Rin se sentara estirando los brazos, sus ojos cerrados en su obvio estado de somnolencia, pero ya era algo.

–Nii-san, apresurate. Faltan veinte minutos para irnos– Se quejo el castaño mientras reacomodaba la gafas que casi se le caen al ser demasiado grandes para su cabecita infantil.

–Vooooy– El niño mayor gimió a la vez que se tallaba los ojos, esforzándose por salir de su aturdimiento. Rin bajó de la cama descalzo, acomodo rápidamente las cobijas en una maraña un poco mas decente. Dibujando una mueca desesperada partió al baño.

Yukio bajo las escaleras con una sonrisa. En realidad faltaba poco mas de media hora para partir, pero como todos los sacerdotes ya estaban despiertos y considerando que normalmente se necesita una orquesta para despertar a su hermano, no podía desaprovechar la oportunidad.

–Buenos días Yukio– La voz de Izumi hizo que el niño saludara de vuelta plasmando una sonrisa, la cual rápidamente se borró cuando vio que él se encargaba del almuerzo. La cara del niño se pintó blanca y verde, aguantando los gestos ante el olor a quemado dio media vuelta buscando al Paladín

–¡Papá!¡¿Papá, dónde estas?!– Practicamente ese grito aterrorizado fue lo que recibió Fujimoto cuando Yukio abrió la puerta.

–¿Yukio?¿Qué pasa?

–¡Izumi esta cocinando!

Oh dios mío

–Buenos días, tou-san– Dijo casualmente un Rin vestido y despierto pasando por el umbral de la puerta abierta.

¡Oh Dios mío!

Casi atragantándose con su propia saliva, el adulto esquiva al niño castaño y corre hacia la puerta parpadeando varias veces para asegurarse que Rin realmente esta allí, gritándole al monje por que saqué los panecillos del sartén. Yukio se alza de hombros y corre a la cocina, tratando de apoyar a su hermano para que Izumi se vaya.

–¡Vamos a comer estés o no, tou-san!

Fujimoto suspira falsamente derrotado, una suave sonrisa mientras ese acerca al par de infantes y sacude sus cabellos, ganándose reclamos y miradas fulminantes que le sacan una carcajada.

Esperando a que aparezca Nagamoto e Izumi se siente en la mesa, basta un breve agradecimiento por el almuerzo y comienzan a devorar como salvajes.

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Esta vez se sentía feliz, más bien aliviado. Al menos esta vez no es culpa suya que lleguen tarde al Parvulario, piensa mientras corre al mismo ritmo que su padre y hermano menor. Podría superarlos, simplemente mover las piernas más rápido para cruzar las tres cuadras faltantes y llegar antes que el tiempo límite de tolerancia se agote. Sin embargo es divertido moverse al ritmo de su lenta familia, verlos desgastarse en respiraciones agitadas, cabellos enmarañados y corazones desvocados. Le gusta correr al ritmo de Yukio y el padre Shiro.

Linaje AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora