|Cuando el Alma Llora|

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"Se agradece la nobleza de quien te dice la verdad. No importa cómo ni de que forma duela, te esta haciendo un favor"

—Elena Poe
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Pasaron semanas sin ver a Aiken. Como ella predijo los otros niños del Parvulario se alejaban de él, le temían, lloraban y temblaban cuando se les acercaba por cualquier motivo.

Decir que estaba deprimido era poco, Rin tenía un nudo en el pecho que lo agotaba en extremo, se apretaba cuando alguien lo esquivaba como a una serpiente venenosa y parecía quemarlo cuando otros lo señalaban descaradamente entre cuchicheos negativos. La maestra Mika a veces lo reprochaba con la mirada, pero también lo consolaba instando a los niños para trabajar en equipo aunque al final lo hacían todos a un lado. Yoko-sensei últimamente no había venido al Parvulario, aparentemente se había enfermado de bronquitis, sea lo que sea que eso fuera.

La peor parte fue cuando días mas tarde Yukio lo regaño sin piedad por involucrarse en algo que no le importaba. Rin tuvo al menos una tonelada de argumentos infantiles para contradecir las palabras de su hermano, sin embargo ninguno parecía poder entrar en su dura cabeza de cerebrito.

Una discusión de niños escaló a tal grado que las riñas comenzaban apenas cruzaban miradas.

Una de esas ocasiones Rin se encontraba acostado sobre su litera, dibujando distraídamente la silueta de Aiken en tonalidades chillonas un viernes por la noche, cuando Yukio entró a la habitación compartida dando un fuerte portazo que sacudió las bisagras de las ventanas. Su rostro redondo estaba hinchado y asqueroso, un gran moretón purpúreo a punto de estallar decoraba su ojo izquierdo, la piel de su mejilla sospechosamente rojiza e irritada. Rin se tragó el gruñido que surgía de sus entrañas al verlo.

–¿Qué?–. El castaño reclamó apenas encontró los ojos cerúleos fijos en él. Había un sollozo y llanto atascado de por medio en esa palabra, pero la terquedad del dueño impidió que formara la mueca de labios fruncidos.

Luego de eso a veces veía al castaño llorando por x razones y por instinto se buscaban, pero el menor recordaba la riña que tuvieron y se iba a otra parte, sollozante, moqueando y todo. El nudo parecía sofocarlo, impidiéndole respirar.

«¿Cree que no me importa?»

Shiro evito regañarlo ese día, se disculparon y regresaron a casa con un silencio incómodo. Rin escucho al mayor discutir algo con los demás monjes cuando creían que había ido a su habitación.

–Fue mi culpa esta vez, no de Rin.

–¡Romperle la nariz a otro niño por un almuerzo no es normal!¡Está despertando, Fujimoto-san!¡Y no podemos seguir ignorándolo!

–Calma Nagamoto, sé que esta nervioso pero recuerda que no es culpa de Rin, esta en su sangre.

Hubo gritos camuflados tras la puerta, los ojos del niño se humedecieron al pensar que podrían abandonado, corrió escaleras arriba y se zambulló en la cama. Siendo un infante de saliendo cinco años era imposible comprender del todo lo que estaban hablando, pero sumando dos más dos llegó a la conclusión de que todos los montes estaban discutiendo y enemistándose por su culpa.

Yukio había sido solicitado por una pilmama para participar en una competencia de conocimiento matemático, por lo que Shiro aceptó que el castaño permaneciera las últimas semanas practicando en la compañía de la señorita Mika y otra maestra.

–Aiken.

Rin siguió llorando, sofocado el hipo con la almohada. No pasó mucho tiempo para que viera una sombra asomarse por la ventana cerrada. Esperanzado bajó de la cama y corrió para comprobar quien era. Llevo dos manos a su boquita para evitar soltar el chillido de grata sorpresa cuando encontró un dragón blanco observarlo a través del cristal.

Aiken hizo señales pidiendo al infante que abriera la ventana, algo que acató de inmediato sin pensar demasiado. Antes de poder soltar una palabra, el cuello de su camisa fue atrapada por una mandíbula poderosa.

–¡Eeek!

–Vayamos a un lugar mas privado.

Aiken ajustó su agarre en el estómago, teniendo al niño tomado por dientes filosos y delicadeza inmensa, sabiendo que aplicar un poco mas de fuerza podría resultar en órganos y sangre regados en el suelo. Rin parecía ser ignorante del peligro, optando por sonreír de oreja a oreja aún con sus ojos hinchados por el breve llanto, acariciando con sus manitas el pelaje níveo y sedoso.

El animal agito sus alas un largo rato que al infante se le hizo eterno. Cuando las ciudades y pueblos desaparecieron al transformarse en praderas vastas y grandes terrenos de cultivo, Aiken aterrizo en un claro entre la maleza verde. Rin dudo al caminar, temiendo por las aterradoras sombras que se dibujaban en el suelo.

–Aiken– Murmuró el niño asustado, jugando con los dedos de sus manos. Su llamado fácilmente fue interpretado y el dragón se acerco, envolviendo al niño con su larga cola que terminaba en un abanico emplumado de contrastes vibrantes. Apegó un poco al infante a su pecho, una pata frotando la pequeña espalda.

–No te asustes, pequeño. Estás a salvo.

Rin asintió lentamente aún sin atreverse a romper la cercanía con el dragón. Vio los alrededores, no parecía un bosque porque los árboles estaban curiosamente distanciados el uno al otro, pero tampoco un parque pues no encontraba bancas, afiches ni senderos. La curiosidad superó su miedo y se atrevió a preguntar dónde estaban.

–Es una reserva natural. Un ecosistema protegido por el hombre para el resguardo de toda criatura salvaje. Pero no temas por ningún ataque, ellos saben que estamos aquí y están felices de recibirnos el tiempo que necesitamos.

–¿Ellos?

–Las criaturas salvajes.

Rin quería lanzar pregunta tras pregunta, aunque lo único que pudo hacer fue dibujar una gran O con sus labios. El ente observó al niño, los irises rosados emanando una mezcla de tristeza y esperanza, compasión, intriga y comprensión. Un sentimiento de compadecencia, pero no había burla ni lástima engreída, solo emociones puras que a su corta edad no entendía.

–Rin, ¿sabes por qué nos traje aquí?¿a un lugar desprovisto de presencia humana?

El infante negó con la cabeza en confusión e irritabilidad, casi incrédulo por el repentino tono firme en la voz de su amiga. El animal se sentó en sus patas traseras, el par de alas recogidas flojamente a los costados de su gran cuerpo.

–Te fuiste una semana... Creí que me habías abandonado.

–Nunca haría tal acto de cobardía. Me fui un tiempo para investigar y resguardarte, descubrí que hay gente persiguiéndote.

–¿A mí?¿por qué?

–Rin, ¿sabes la razón de tus estallidos de ira y el deseo inmenso de proteger a tu hermano?¿sabes cómo conseguiste romperle la nariz y dos costillas a otro niño de tu edad?

El pequeño guardó silencio, sus ojos ocultos tras la sombra de su flequillo azulado oscuro. Aiken se preparo para soltar parte de la bomba, después de todo era demasiado joven para cargar con un peso que ni siquiera le correspondía.

–Rin, escúchame. Quiero que sepas que lo que voy a contarte no tiene el objetivo de engañarte, ni manipularte ni mucho menos insultarte de cualquier modo. Lo que te diré puede ser difícil de entender, pero no cambiará el cariño que siento por ti, sin embargo es necesario que seas consciente de la brecha que hay entre tí y los demás.

El menor hizo muecas confundidas, gestos curiosos antes de asentir. Una parte en su interior ansiosa por entender la verdad en la preocupación que surcaba los ojos ajenos.

–Mi niño, no eres completamente humano. Eres un híbrido entre el ser humano y otra raza.

Los ojos de Rin se abrieron como platos, la mandíbula casi se le cayó al suelo.

«¿No soy humano?»

Linaje AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora