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Advertencia: el siguiente capitulo contiene descripciones explicitas de maltrato infantil

Si conoces a algún menor de edad que se encuentre en un ambiente de violencia, denuncia al 911 o a tu línea de emergencia correspondiente.

Para más información, visita:

Fundación Paniamor: https://paniamor.org/

UNICEF: https://www.unicef.org/es

Plan Internacional España: https://plan-international.es/


El pequeño corría por el pasillo de la segunda planta mientras el piso de madera chirriaba bajo sus pies. Se metió rápidamente en una de las habitaciones vacías, abrió las puertas del viejo closet y se escondió tras los vestidos viejos luego de cerrar la puerta. Un poco de serrín cayó sobre su cabello rubio y el polvo lo hizo toser un par de veces.

Puso su manita sobre su boca para tratar de controlar su respiración agitada; sus ojos grises se posaron sobre la tela floreada del vestido rojo sobre su cabeza y un recuerdo fugaz de su madre recorrió su memoria como un relámpago.

Escuchó pisadas provenir de las escaleras, eran pesadas y lentas y su horrible ruido era interrumpido únicamente por el balido de las ovejas desde el patio trasero. Pronto las pisadas se adueñaron del pasillo y fue cuando una pequeña lagrima se deslizó por la mejilla de Viktor.

Apretó con más fuerza su boca para pasar desapercibido y cerró sus ojos; no escuchó más pisadas ni el crujir de la madera, ¿había funcionado? Retiró lentamente su mano del rostro y estiró su delgado brazo para abrir la puerta y echar un vistazo. Pero esta se abrió de golpe y un brazo varonil apartó las prendas con furia para descubrir al pequeño.

La expresión de Adrik era sombría haciéndole justicia a su nombre, sus ojos azules estaban particularmente oscuros, señal de enojo o de que estaba lo suficientemente intoxicado para volverse impulsivo.

Corriste—dijo secamente. Se quedó en silencio unos minutos, como si esperase que Viktor confirmara su afirmación. Abrió la boca para repetirlo, pero el pequeño sabía que si su padre debía repetir las cosas, el castigo sería peor.

Tembloroso y pasando sus brazos alrededor de sus piernitas, asintió. La mala alimentación había provocado que Viktor fuera más delgado de lo normal, no tenía tanta fuerza y energía como los niños de su edad, su padre lo sabía pero no permitía que fuera excusa para ser un vago incompetente como él le llamaba a menudo.

Lo puso a trabajar con los animales, específicamente con las ovejas. El pequeño pudo llevarlas hasta el corral, pero no tuvo fuerza para cerrar correctamente el portoncillo de hierro lo que provocó que uno de los animales escapara y se lastimara la pata con el alambre de púas sobrante del día anterior. En cuanto Adrik se enteró de lo sucedido y miró al pequeño, Viktor sintió la necesidad de correr y esconderse como lo hizo en ocasiones anteriores. A veces no lo encontraba o simplemente su borrachera no se lo permitía, pero ese día el pequeño no tuvo tanta suerte.

Su padre lo tomó con fuerza del brazo, lo sacó del armario y lo puso de pie. Su fuerte agarre comenzaba a tornar de un color morado la piel del brazo de Viktor, el dolor parecía llegarle hasta el hueso.

—¿No te he dicho ya lo mucho que detesto los cobardes, Viktor?

Los ojos del pequeño rubio se cristalizaron, se forzaba a sí mismo a reprimir las lágrimas, pero su brazo dolía mucho. Adrik se dio cuenta de ello y ejerció aún más presión, el pequeño apretó los labios con fuerza.

Away (Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora