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Era temprano, el sol entraba por la ventana de su habitación. No tenía humor de levantarse, últimamente así había sido. Prefería acostarse tarde y levantarse también tarde. Quería seguir en sus sueños, que aunque no recordaba cuando despertaba, por lo menos allí todo parecía en orden.

Se froto el rostro y vio el reloj de mesa, casi las 9 de la mañana. Pronto entraría su madre "obligándolo" a participar en la fiesta de su pequeña hermana. Lo que ella no sabía es que estaría fuera durante esas horas esperadas, por lo menos se iría hasta que partieran el pastel, tampoco no tenía un corazón.

Matías se levantó arrastrando los pies hasta el baño y se miró al espejo. Ojeroso, cansado, ¿Qué no se supone que dormir tenga que ver con relajarse? Se veía tenso, moribundo podría decirse. Todo ese desgaste familiar le estaba cobrando una factura muy grande a su apariencia y a su salud. ¿Sabían que el estómago recibe la mayoría de las emociones negativas? Él no lo sabía hasta que sufrió una lenta y silenciosa gastroenteritis, la cual tuvo que evacuar con ayuda de licuados no tan sabrosos.

Bajo las escaleras una vez se lavó la cara y los dientes y se encontró con su papa en el sofá. Ya no era tan extraño verlo amanecer allí.

-Buenos días, hijo.- saludo Amadeo doblando la sabana que había usado en la noche. Mati no se molestó en saludarlo, solo le dedico una mirada y siguió caminando hasta la cocina, donde su madre no estaba. Extrañado, noto la pequeña hoja de papel sobre la mesa. "He salido por unos recaditos para la tarde. Desayuna y prepara los globos y las serpentinas que están en la bolsa junto a la entrada."

Una nota igual de seca que las que siempre dejaba, ni un "te quiero" ni nada de eso.

-Eh, Mati.- entro su padre dentro de la cocina y el volvió alzando una ceja.- ¿Hay cafecito?- el chico lo vio y frunció la boca. En menos de 15 minutos (en los que su hermana todavía no bajaba las escaleras emocionada por el día) tuvieron en la mesa el café, la leche y el pan de caja. Hubo un silencio incomodo mientras desayunaban. Normalmente la radio estaba encendida, pero ese día no.

-Oye, Mati.- hablo Amadeo enfrente de el.- Estaba pensando en, no sé, ir al centro a buscar...-

-No puedo, tengo que arreglar las cosas de la fiesta.- contesto el chico sin mirarlo, intentando concentrarse en su taza de café. ¿A tan pronta edad bebía café negro? ¿Qué seguía, un par de lentes y el diario?

-Vamos. Te puedo comprar un helado si quieres, en la tienda de...-

-Ya la cerraron.- comento el chico. Amadeo respiro hondo.

-Bueno, ¿Qué tal un dulce de coco? Esos te encantan, están al lado de...-

-Se movieron de calle.- esta vez el chico lo vio, pero pronto regreso su vista a la mesa.

-Oh,- suspiro.- ¿y qué tal si te llevo a la tienda donde hay canicas? Recuerdo que te faltaba la azul...-

-Papa, olvídalo.- volvió a verlo, y esta vez la mirada se mantuvo en el.- Ya no tengo 9 años, esas tiendas han cerrado, ya no me gustan las canicas, soy alérgico al coco y una vez me enferme por esos helados.- soltó.- ¿En qué mundo vives que no te enteras?-

La pregunta parecía imprudente, pero la respuesta era obvia. La mirada de Amadeo hablaba por si sola. Matías dejo su desayuno de lado y se levantó para ir por su hermana. Tenía que prepararla porque de seguro la fiesta seria a medio día. Siendo un domingo, claro que sería a medio día.

Amadeo se quedó solo en la cocina, no sabía que decir. ¿Qué no esas tiendas seguían allí la última vez que fue al centro comercial? ¿Y cuando había sido esa última vez? Estaban buscando una cuna para... Tania...

Un pequeño errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora