Capítulo treinta y seis

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Alexandra

Miré a la Martina, que me estaba sonriendo con nerviosismo. Sabía que ella estaba mucho más nerviosa que yo, pero aún así trataba de demostrarse tranquila. Y lo agradezco, porque sino, entraría en pánico; posiblemente al borde hasta de cagarme encima.

—¿Cómo está su amiguito?—pregunta la mami de la Martina, mientras rodea la mesa y nos mira con una sonrisa.

—Bien, mami.—respondió la Martina, sacudiendo sus manos frente a su cara.—Nosotras habíamos venido a descansar un ratito. La Belén se quedó allá con la mamá del Kay, nos dijeron que viniéramos y que cualquier cosa ellas nos iban a avisar.

Ella nos miró y analizó nuestras expresiones, lo que me puso más nerviosa, porque sé que la mamá de la Martina es psicóloga y me dio la impresión de que ya sabía hasta cuándo fue la última vez que me enfermé de la guata por comerme una sopaipilla con manjar.

—¿Tienen algo que decirme?—se sentó al frente de nosotras y entrecerró los ojos.—Están muy tensas.

—¿Nosotras?—se rió la Martina, mientras se pasaba la mano por detrás de la nuca.—No, debe ser por lo del Kay.—asintió rápido.—De hecho, ya nos íbamos.—se levantó.—¿Cierto, Ale?

—Martina,—su mamá le llamó la atención y marcó con mucha determinación su nombre.—siéntate.

Sentí mi estómago apretarse y mientras veía a la Martina sentarse lento al lado mío, me dieron hasta ganas de llorar. Quizás porque una parte de mí esperaba lo peor; porque tenía miedo de que no la dejaran estar conmigo, que su mamá no aprobara nuestra relación y ni siquiera haberlo intentado; que me quitaran la posibilidad de poder estar con la mina de la que realmente estoy enamorada.

—¿Les pasó algo?—nos empezó a hablar como si fuéramos sus pacientes y eso me tranquilizó un poco, porque sentí que no nos iba a juzgar como lo hace gran parte de la sociedad.—¿Por qué estai tan nerviosa, Martina? nos contamos todo nosotras, ¿o no?

—Sí,—asintió la Martina y levantó la cabeza con orgullo.—Lo que pasa es que me gusta la Alexandra.

Mi corazón empezó a bailar adentro de mi pecho, porque se sintió tan lindo escuchar eso. Se sintió tan lindo saber que ni siquiera titubeó al decir lo que siente por mí. Y quería que esas palabras se me quedaran para siempre, porque las repetiría una y otra vez en mi cabeza. Apuesto a que sería lo único que me pondría feliz, incluso en mis peores momentos.

Miré a su mamá y mi respiración se cortó cuando vi que me estaba mirando con el ceño fruncido.—¿Te gusta la Alexandra?

—Sí, mucho.

Su mamá sonrió ligeramente.—¿Y a ti te gusta la Martina, Ale?

—Sí.—asentí rápido.—Me gusta desde que la conocí.

La Martina me miró sorprendida y luego sus mejillas se pusieron ligeramente rojitas.—¿Verdad? no sé huebea con eso, Ale.

Le sonreí y asentí.—Es verdad.

Su mamá carraspeó y luego nos sonrió.—Me alegro que se quieran, chiquillas.—acercó su mano a la Martina y la puso en su mejilla.—Y me alegro que por fin podai ser tú; porque independiente de ser psicóloga, soy tu mamá, y sabía que había algo que te agobiaba desde hace harto tiempo. Me dolía verte así y no poder hacer nada, porque solo tú podíai liberarte de lo que estabai sintiendo.

La Martina sonrió y sus ojos se cristalizaron.

—Y no quiero que nunca más te sintai ahogada, ¿me escuchaste, Martina?—ella asintió, lo que hizo que la mirara con adoración, porque pude verla; quizás antes que nadie. Pude ver a la verdadera Martina, siendo ella, sin tener que esconderse. La vi y la sentí libre y fue la mejor sensación que he experimentado.—Ni tú, Ale.—me miró esta vez a mí.—No dejen que nadie se interponga entre las dos, porque nadie vale lo suficiente como para romper esto tan lindo que tienen.

¿Andai robando gatos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora