IX. Un día en Fallen Street

5 2 0
                                    

Cuán maravillosos aquellos días en los que el sol arropaba Omersthland. Aquellos años en los que las olas de la pequeña playa se mecían al son y los padres salían a la calle al grito del heladero para comprar unos deliciosos aperitivos a sus hijos con el afán de refrescar sus sedientos cuerpos. En aquellos años, Omersthland fue un lugar en el mapa a donde la gente se dirigía. La alegría inundaba las calles de piedra, sus casitas con tejados de pizarra. Omersthland tuvo un hotel en la entonces mimada calle que pasó a ser llamada Fallen Street. Entonces era una calle de diversión, risas, amor y sueños. Entonces se llamaba The Road. La gente acudía en hordas a una calle que pasó a encontrarse intransitable. Ya no queda ni una placa, ni casas donde alguien habite, única y exclusivamente los esqueletos de los antiguos edificios. "Qué lugar", recordaban los vecinos. "Hasta había un cabaret", decía Becky James. Era un lugar esplendoroso hasta que algo sucedió. Como si el pueblo quisiera que esos fantasmas permaneciesen enterrados, todos los habitantes de Omersthland olvidaron la masacre que tuvo lugar en esa misma calle, en el reconocido hotel Omersthland. Una masacre que les ocurrió a todos los huéspedes del edificio y que se inició con la entrada de las tres rosas, Rose Dickinson, Rose Munger y Rose Wood. Nadie las recordaba ya, a las tres ancianas que habitaron la casona que más tarde fue restaurada para construir una farmacia en la planta baja, ni a sus respectivas familias que las buscaron de estado en estado para intentar frenar sus acciones políticas contrarias. Todo desapareció, se desvaneció en el tiempo, aunque aún persistía un recuerdo, el relato de Becky James, la cual trabajó en el hotel durante los años que estuvo abierto. Pero ese relato se ocultaba en un remoto lugar de la calle oscura y destruida de Fallen Street, en el interior del mismísimo hotel Omersthland.

El Óbito de Virginia StockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora