MOZART, BEETHOVEN Y SIGMUND FREUD

100 12 35
                                    

Después de tomarse una o dos copas más con Cyrus, luego de que Saxa se hubo ido, Laszlo fue al instituto, del que ahora la profesora Karen Stratton estaba a cargo. Ambos jugaron una partida de ajedrez en la oficina. Ella movía las piezas mientras él daba vueltas por todo el salón, pensativo.

—Juegas ajedrez románticamente Laszlo, con tanta osadía —enfatizó Karen burlándose de él—. Aceptando galantemente mis aperturas pero arruinándome despiadadamente. ¿Tal vez juegas con un abandono tan temerario porque hay poco en juego? No hay riego —resolvió—. Caballo a Caballo rey siete. El caballo se come al peón. Jaque.

—Rey a Reina uno —dijo él—. ¿Me ofreces una apuesta?

Karen movió las piezas de Laszlo y siguió con su jugada

—Reina a caballo del alfil seis. Jaque —narró haciendo los movimientos correspondientes—. Así es, si pierdes entonces harás exactamente lo que yo quiera.

—Temo que ahora tengo una ventaja bastante injusta. Lo que sugieres parece positivamente fáustico. Hablas de tomar mi alma inmortal. Pero difícilmente, Karen, cuando mi caballo —dijo aproximándose al tablero y cogió la pieza de la que hablaba—, se come a tu reina.

—Tal vez, sólo tu cuerpo mortal entonces —sugirió ella haciendo un último movimiento—. Jaque mate. Creo que dije que haría contigo lo que quisiera. ¿Seguro que no puedo convencerte de venir a Europa conmigo?

Era hora de tomar una decisión y también de que ella se fuera a su casa a seguir preparando sus cosas. Laszlo la acompañó a su carruaje.

—Sé que el instituto seguirá, o incluso prosperaría sin mí. Ahora entiendo que no soy un Dios omnisciente —admitió con socarronería.

—Es un gran avance, Laszlo, saber que uno no es divino —advirtió ella siguiéndole el juego.

Laszlo rio, recordando las palabras que Sara había utilizado para describirlos: un espíritu afín. Eso era lo que Karen significaba para él.

—Así es, soy sólo un hombre. Una criatura imperfecta —explicó y cogió aire antes de soltar aquello que había estado sopesando todo el día—. Pero tu llegada a mi vida a precipitado un deseo de cambiar y creo que...

No pudo concluir su discurso de amor puesto que la profesora lo interrumpió estampando sus labios contra los de él. El beso fue breve, pero cargado de sentimiento, un sentimiento de cariño más que de anhelo.

—No cambies mucho, me gusta el hombre que eres —añadió ella antes de tomar la manija del carro para abrir la puerta.

—Dime, ¿cómo es el clima en Viena en esta época? —Inquirió haciendo que ella sonriese entusiasmada.

Sin embargo no se detuvo a festejar con él, ahora debía marcharse para cambiar el boleto del barco que ya había comprado. Antes de despedirse, acordaron marcharse juntos lo más pronto posible.

El corazón del doctor latía con fuerza ante la expectativa. Por la noche se reunió con sus amigos, John Moore y Sara Howard, en su restaurante favorito para darles la inesperada noticia.

—Te extrañaremos, Laszlo.

—Y yo a ustedes —respondió él—. A los dos. Pero no es momento para la melancolía.

—Y aquí nos encontramos otra vez —observó John, poniéndose melancólico aunque Laszlo sugiriera que no.

—"Una de las más bellas cualidades de la amistad es entender y ser entendido" —cito el doctor.

—Séneca el Joven, creo —dijo John, cosa que sorprendió a su amigo—. Asistí a alguna clases cuando estábamos en Harvard, Laszlo —se defendió haciendo que todos en la mesa rieran.

Paper cagesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora