III

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Cuando llegamos a la casa de Dante apenas es visible al principio, rodeada del bosque. Árboles de como tres a cinco metros de altura por todos lados. Mientras subimos más por las montañas por un camino de piedras en la moto veo que hay casas grandes por doquier, todas iluminadas y, obviamente, motos por doquier.

Tardamos un buen esto en alcanzar a ver la casa completamente. Y es enorme.

Es una mansión, para ser justos. Está hecha de madera clara con grandes ventanas. Debe costar una fortuna. Además está rodeada por muchísimas lámparas en el césped y el interior de la casa.

Quedo deslumbrada por completo. Dante vive en la casa mas hermosa que he visto en toda mi vida. Y el contraste de las luces en la oscuridad la hace ver más bella aún.

Dante da la vuelta entre los árboles por detrás para llegar al garaje y estacionar la moto una vez abre el garaje y mete la moto. Apaga el motor y cuando baja me ayuda, sosteniéndome por mi ancha cintura. Toma mi mano como antes y empezamos a caminar por una puerta para entrar a la cocina.

-Vaya...- murmuro. Si el exterior me sorprendió, el interior me enamoró.

No soy una fanática de los hogares, pero esto es demasiado. Es todo hecho de madera igualmente, en el centro hay una isla de color cara claro y por encima cuelgan todo tipo de sartenes de hierro forjado. Los muebles son de igual manera color café claro y hay luces por doquier. El refijerador es plateado.

-Y ni siquiera has visto el resto- dice Dante con una sonrisa en los labios. Me arrastra a la sala y creo que voy a morir.

Toda la pared trasera es de ventanas de cristal del techo al suelo, por lo que se ve la vista desde acá arriba de todas las montañas. Es como ver un pequeño imperio en casa de Dante del bosque. Árboles por doquier, casas a lo lejos que desde aquí parecen de muñecas y las estrellas. Me encantan las estrellas.

Dante se sienta en el sofá en L que hay en la sala color café. Hay una alfombra blanca y una televisión pantalla plasma en la otra pared de madera. Todo está tan... No sé, ni siquiera tengo palabras. La casa pequeña en la que vivíamos Kyle y yo era del tamaño de una caja de zapatos, pero nunca hice ninguna queja, por supuesto. Tenía un techo sobre mi cabeza, que es todo lo que necestito. Pero creer que voy a vivir por un tiempo en una mansión de valor de millones de dólares es... demasiado increíble.

-¿No te gusta?- Dante frunce el ceño al ver mis ojos húmedos.

-Lo amo- río de felicidad -Es sólo que nunca creí ver una casa tan preciosa. No tenía idea que vivías aquí- admito.

Dante hace un ademán de que me siente a su lado, y el sofá me recibe con la comodidad del mundo. Me recuesto un poco y acariciando mi vientre hinchado me relajo.

-Me alegra que te guste, ya que será tu hogar de ahora en adelante- sonríe y me pasa un brazo por los hombros, abrazándome.

Nunca me canso de ver su rostro. Su piel pálida se ha bronceado a lo largo de los meses debido a los viajes en la carretera. Sus ojos cafés-verdes siempre me toman desprevenida. Y esos labios carnosos pero suaves me calientan, tanto con su barba de varios días y su cabello claro despeinado.

Es delgado pero musculoso al mismo tiempo. Y cálido. Me hace sentir segura y especial, algo que Kyle jamás hizo en todo el tiempo que estuvimos juntos. Siempre me decía lo estúpida y zorra que era para él, pero Dante sólo me hace sonreír con sus palabras, en ves de llorar hasta quedarme dormida.

-Lamento que tengas que hacerte cargo de mí, Dante- suspiro -Sé que no soy parte de tus problemas, pero estoy en deuda contigo por dejarme quedar-.

¿Te Montas? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora