CAPÍTULO 8

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Kento despierta con pesadez y languidez en las extremidades. Con dificultad, se endereza y frota su extenuada cara, tratando de recordar lo que sucedió con él en los días posteriores a su decadencia.

El rubio está dispuesto a levantarse de la ajena cama cuando se percata del adormilado y encalmado rostro de Gojo Satoru, apoyado contra el borde de la acolchonada superficie. Suspira y cierra los ojos; denota al instante que la imagen del ojiceleste alentándole y haciéndole sentir mejor no había sido un foráneo sueño, realmente sucedió.

Agitado, aparta el grueso edredón de su cuerpo y posiciona sus pies descalzos sobre el frío piso de hormigón; sisea con un quejido cuando empieza a erguirse por completo. Quiere dirigirse a la sala de aseo, sin embargo, casi al instante de haber logrado ponerse de pie, sus reflejos terminan por perturbarse hasta el punto de hacerle perder el equilibrio.

En ese momento, Gojo abre los ojos y tiene la fortuna enorme de poder levantarse a tiempo para sujetar al rubio de ambos hombros y evitar que la costura de la herida que éste tiene sobre el costado derecho de su abdomen acabe por abrirse.

—Oye, oye, no te precipites. — el recién despabilado aristócrata advierte. — Hace apenas un día que la fiebre por fin cesó de atacarte; no puedes levantarte así por tu cuenta, ¿lo entiendes?

Nanami le ignora y se separa de él para lograr sentarse nuevamente en el borde de la albar cama. Satoru le observa por unos segundos hasta exhalar y tomar asiento a su lado.

—¿Cómo te sientes? ¿Aún te duele mucho la herida? ¿Necesitas que te traiga algo? ¿Agua? ¿Más mantas? ¿Un paño? ¿Té? ¿Pan? ¿Un libro?

Kento se voltea hacia él y entrecierra los ojos, sospechoso. Le mira por varios segundos que, desde la perspectiva de Satoru, podrían considerarse como una efímera eternidad.

—¿Q-Qué sucede, Nanami? — el albino cuestiona, correspondiéndole la mirada casi de inmediato. — ¿He cachado algo en el rostro o qué? Joder, no me digas que es un bicho.

El ojimarrón junta los labios y frunce levemente el entrecejo, desconcertado. —¿Quién es usted? — pregunta, haciendo que Gojo se quede en blanco.

Al cabo de unos instantes, Satoru empieza a reír ligeramente hasta frotarse el cuello.

—Vamos, es imposible que me hayas olvidado tan rápido. Hieres mis sentimientos, Nanami. — el noble formula un reproche infantil y una mueca con sus labios. — ¿Tan quimérico resulta ser que un maldito aristócrata haya cuidado por algunos días a un simple plebeyo?

Kento desvía la mirada hacia un costado y resopla pesadamente el cabello que cae despeinado contra ambas sienes.

—No lo haga por lástima. — responde. — No me ayude por lástima, no me consuele por lástima y tampoco me cuide por lástima. Creo que ya fue suficiente que me haya visto en mi estado más vulnerable; no necesito que me lo recuerde una y otra vez. No quiero deberle absolutamente nada, mucho menos a alguien como usted.

Satoru chasquea la lengua y, de inmediato, le desafía con la mirada. Por primera vez en su vida, ha denotado que esta situación requiere un poco más de seriedad en lugar del mismo sarcasmo burlón que suele emplear cada vez que le reprochan algo.

—Pero ¿qué mierda dices? ¿Que si lo hago por lástima? ¿Que si me debes algo por haberlo hecho? Vete al demonio... — Gojo se levanta y se posiciona al frente del blondo. —Te he estado cuidando porque he querido hacerlo. No ha sido por obligación de mi hermana y tampoco por hacerte deberme algo. Simplemente me ha nacido la maldita necesidad de hacerlo; es más, creo que deberías agradecérmelo. — se acerca a la figura del más joven y se inclina, desvergonzado. — ¿O qué? ¿Tanto miedo me tienes que ni la mirada puedes corresponderme?

Mi Arrogancia Es Tu Recelo (GoNana/NanaGo) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora