CAPÍTULO 5

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—Perdóname —Gojo murmura, haciendo que Nanami parpadee y salga del repentino trance que los ojos del aristócrata le impusieron momentos atrás.

Le mira serio y hasta podría decirse que un tanto alucinado. Pues, claro, ¿quién sabría decir que un endemoniado aristócrata se estuviese disculpando con él, un bibliotecario, en medio del ordinario pasillo de un humilde local de pan? Ni Confucio —cuando aún seguía vivo— se comportaba de una manera tan inextricable como este hombre lo hace. Y, por supuesto, Kento no se lo esperaba, en lo absoluto. Cree invidentemente haber denotado que los ojos de Gojo podrían ser considerados como unas banales piedras preciosas que expresan presunción pura, pero, oh, qué equivocado había estado. Puesto que, lo que acaba de escuchar salir de esos pomposos y bermejos labios pertenecientes a un altivo noble no había sido para nada corriente de divisar ni siquiera para el más loco de todos.

«Dios mío, ¿acaso mi sentido auditivo me ha jugado una broma de mal gusto?» se pregunta, latoso.

—Disculpe, ¿qué fue lo que me dijo? —Nanami cuestiona, esperando que el peliblanco suelte una bufada de las que suele decir cuando se siente acorralado. Sin embargo, esos ojos celestes se mantienen con el mismo plante hemisférico de tristeza y soledad.

—Perdóname —repite.

Kento desvía la mirada, completamente en blanco. Por primera vez después de haberle conocido no sabe qué replicarle, pues, en realidad, no hay nada que argumentarle de regreso. Traga duro y no trata de sondearlo a profundidad, no obstante, ni dos segundos después, su tan insustancial lengua le insiste en seguir hablando para responder a las dudas que le atormentan.

—¿Por qué se disculpa conmigo? ¿Acaso esto es recreación o algún tipo de burla para usted? —el ojimarrón decide ser reservado; no está dispuesto a caer tan rápido.

Satoru esboza una sonrisa atribulada y destituye la mirada, sin desear mirarle de esa manera tan patética.

—No, en realidad no me sienta para nada bien regocijarme con el lamento de otros —murmura, haciendo que el rubio encorve una ceja—. Porque, desgraciadamente, vivo permanentemente con la condena de poseer una buena memoria de la cual puedo horrorizarme a placer —ríe suavemente y corresponde a la mirada contraria con los ojos abotargados, a punto de explotar en languidez—. Y, lastimosamente, también he hecho sufrir a muchos sin haber sido consciente de ello —deja de sonreír y mira al frente; un vano intento para que Kento no le cache desmoronándose—. ¿Sabes cuántos lamentos le he causado a la gente sólo por haber tenido la desdicha de nacer en una cuna burguesa? A veces me pregunto por qué la gente no ve la realidad en mí, al contrario, todos terminan alabándome como si fuera Dios. ¿Acaso no ven lo perjudicial que soy? ¿Acaso no les he hecho darse cuenta de mi vil y cruel naturaleza? ¿Acaso...?

"Si quieres reconocimiento, entonces búscalo entre simples lacayos que tal vez requieran de amor propio. De todas formas, eres igual que ellos, un inservible".

Satoru comprime los ojos y junta los puños hasta resaltar sus venas y provocar que sus nudillos se tornen blanquecinos. Se muerde con fuerza el labio inferior y se lamenta en silencio.

—¿Acaso soy un inservible?

Nanami abre ligeramente los ojos y le observa con la estupefacción realzando desde su puesto. No está equivocado; esos pozos diamantinos no le están engañando, es de manera opuesta, esos ojos, en efecto, le están mostrando lo desdichados y desiertos que se encuentran dentro de esa máscara fingida y repulsiva que se ve obligado a emplear frente a la presencia de otros.

El rubio suspira por lo bajo y hace algo que podría considerarse como una infracción grave dentro de la nobleza e, inclusive, dentro de su propia dignidad como alguien culto, sin embargo, aun así, se atreve a hacerlo.

Mi Arrogancia Es Tu Recelo (GoNana/NanaGo) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora