CAPÍTULO 11

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Nanami estaba absolutamente absorto y estupefacto del discernimiento que normalmente disponía entre su alcance; su cuerpo se había paralizado y su mente se había convertido en un desastre desorganizado. Y, es que, caramba, si de por si el rostro de Satoru ya era en desmedida atractivo y sobresaliente, entonces su cuerpo tendría que acaparar el mismo destino y, maldita sea, sí que lo cumplía a la perfección.

El albino poseía una figura esbelta, delgada y digna de un joven adinerado aristócrata del momento. Pero, a pesar de tener un cuerpo grácil y ligero, había que distinguir que sobre la nevada piel, sobresalían sin estimación propia músculos que le daban un toque bastante sugestivo al cuerpo en contemplación. Era apolíneo sin duda alguna; puesto que, si su cara denotaba magnificencia, entonces su físico expresaba erotismo puro. Y, sí, es verdad que el blondo no tenía pruebas de aquello, sin embargo, las dudas que guardaba de manera reservada se habían dictaminado en el momento justo en el que sus ojos se habían topado con la piel del contrario.

Estudió su desnudo y albar cuello, uniéndose espléndidamente con sus clavículas sobre el bien trabajado pecho. Se mordió el labio y ahora decidió examinar sus brazos; los tríceps se notaban resistentes, pero, joder, el verdadero poder residía en aquellos bíceps tan manifiestos que probablemente hasta podían despachurrar almohadillas de algodón. Nanami no lo sabía, pero tampoco iba a atreverse a comprobar aquella teoría tan absurda.

Volviendo en sí, ahora se enfocó en su marcado abdomen y, no sabía si era su imaginación o la misma intranquilidad que sentía, pero pudo alcanzar a ver unas cuántas cicatrices reposando sobre aquella flácida carne. Hendió los ojos y las manos comenzaron a entumecérsele hasta hacerlas trepidar, los labios le tiritaron y la piel se le turbó a tal punto de palidecerla. No podía ser posible, el pelirrubio estaba segurísimo de que ese tipo de bregaduras ya las había visto en el cuerpo de alguien más cuando solían ir junto a Itadori a bañarse en el lago cercano a la pradera en la época veraniega.

Gojo dejó súbitamente de sonreír, se acercó al blondo y tomó el paquete rosáceo de las bulliciosas manos de Nanami, lo colocó en el borde de su mesa de té y se dirigió nuevamente hacia su invitado que ni siquiera se había inmutado por el repentino toque.

El albino parpadeó y frunció el entrecejo.

—Oye, Kento— llamó— ¿Estás bien? No te dejes engatusar tan rápido; podré ser delgado, pero da por hecho que...

—D-Date la vuelta.

El ojiceleste arqueó una ceja desconcertado y decidió emplear de regreso su usual mofa.

—¿Quieres verme el culo tan rápido?— subió ambas manos e hizo una mueca— Espera, al menos antes de eso deberías de...

—¡Date la vuelta, Satoru!— ordenó, claramente con un tono angustiado y para nada sereno.

Gojo se quedó impactado. Era la primera vez que miraba a Nanami azorarse de esta forma tan poco habitual, especialmente viniendo de él, un cauteloso e introvertido hombre amante de la lectura. Sin embargo, sin decirle nada y sin reprocharle de regreso, el peliblanco obedeció. Se volteó, quedando de espaldas hacia el blondo. Por su parte, Kento estaba reviviendo una y otra vez sus mayores temores de la adolescencia y, desgraciadamente, su principal miedo estaba siendo horriblemente presentado justamente en el centro de la espina dorsal de Satoru.

Nanami se mordió el labio inferior y tensó la mandíbula cuando estudió la considerable cicatriz que empezaba ni más ni menos que debajo de las siete vertebras de su cuello, terminando en la espalda lumbar. Era una vasta línea gruesa vertical que contaba sobre su base dos líneas conjuntas en forma horizontal; un patrón bastante peculiar que se repetía cada tres centímetros de piel hasta llegar a su fin en la columna lumbar. Y, además de ser algo inusual y atroz de ver, esa maldita marca era exactamente la misma pauta que había presentado su amigo, Haibara Yu, antes de que terminase por quitarse la vida una semana después de que el rubio le descubriera semejante herida en la espalda.

Mi Arrogancia Es Tu Recelo (GoNana/NanaGo) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora