CAPITULO 3

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- ¿Estás bien? - levante la mirada y había un chico de pelo castaño oscuro con cara de preocupación.

- ¿Eh? Sí, sí, claro – dije secándome las lágrimas que corrían abajo por mis mejillas.

- ¿Estás segura? Llevas tres horas aquí llorando.

- ¿Tres? ¿Tres horas? - dije alarmada, ¿Cómo era posible que hubiera pasado tanto tiempo ahí, sentada, llorando?

- Sí, será mejor que te vayas ya a tu casa, este no es un buen barrio, ¿lo sabes no?

- ¿Qué? ¿Un mal barrio?- no podía ir a casa, yo no vivía ahí, a penas sabía donde estaba.

¿Qué vas a hacer ahora, eh lista?

- Creo que aún te dará tiempo a coger un autobús, si te das prisa. Puedo acompañarte, si quieres.

- Es que no puedo ir a mi casa, vivo demasiado lejos – por la cara que puso creo que no entendía la gravedad de la situación y fue ahí cuando deje de llorar y le explique detalle por detalle de como había llegado a ese banco - Vivo a cuatro horas de aquí, estaba camino a un lago con mi hermano, Tobías y su mejor amigo, Noah. Ellos se pensaban que yo estaba dormida porque empezaron a hablar y en una de esas, Noah, el mejor amigo de mi hermano, que por cierto es el chico que me gusta desde hace mucho tiempo, dijo: "ya sabes el problema que tengo con Alana no la puedo ni ver, sabes que no puedo estar cerca de ella, no sé para qué insistes siempre en traerla" me quede congelada ¿cómo era posible que me tratara tan bien y al parecer le cayera tan mal? Les pregunté si podíamos parar en una gasolinera, les dije que necesitaba ir al baño y cuando me metí en el baño de una gasolinera en la que paramos, me escapé por la ventana de esta sin que ellos me vieran. Me colé en una furgoneta de reparto, que, tengo que aclarar que yo pensaba que iba camino a mi ciudad, cosa que no fue así. Horas más tarde, la furgoneta se paró en una plaza cerca de aquí, y móvil no tenía batería. No sé qué hacer, ¿dónde voy a pasar la noche? No tengo ni dinero.

- ¿Pero como eres tan tonta de colarte en una furgoneta de reparto? - me sentía tonta, después de todo él tenía razón ¿Cómo podía haber sido tan tonta como para subirme a esa furgoneta?

- No quería volver al coche con Noah – dije avergonzada.

- Vale, pequeña zanahoria – se me pusieron los ojos como platos al escuchar ese absurdo mote, pero a él no le importo y siguió hablando como si nada - El bar de la acera de enfrente es de mi madre, puedes cargar ahí tu teléfono, y al menos puedes avisar a tu familia de que sigues viva.

- ¿Cómo me has llamado? - pregunte ofendida.

- ¿Te vas a quejar pequeña zanahoria? Te estoy salvando de dormir en la calle, ten más respeto- Odiaba que la gente me llamara así porque tenía el pelo pelirrojo.

El bar en el que entramos era bastante elegante, tenía paredes oscuras, suelo de madera y una barra negra central. Las estanterías estaban iluminadas, exhibían una amplia selección de licores. Había cómodos asientos verdes. La iluminación era tenue.

Mientras yo enviaba algunos mensajes y llamaba a mi hermano, Retth le explicó todo lo que me había pasado a su madre. Quedamos en que yo me iría a dormir a su casa y por la mañana, el mismo me llevaría de vuelta a mi ciudad.

No sé por qué parecía que Retth estaba retrasando el momento de ir a su casa lo máximo posible, yo le había comentado varias veces que estaba agotada, y él me respondía con escusas baratas, pero entendí por qué lo hacía cuando por fin, a las diez de la noche, me encontraba cruzando la puerta de su casa.

La casa era pequeña y vieja, tenían muy pocos muebles y también, por lo que alcance a ver, muy poca comida en la nevera. Por como actuaba estaba avergonzado de vivir en un lugar así, parecía que me pedía perdón con la mirada cuando me enseñaba la casa, pero a mí no me importaba en absoluto en donde viviera. De hecho, la casa era bastante acogedora y se parecía levemente a la de mi abuela. Los muebles eran viejos y los objetos decorativos también.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora