Cicatrices

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Este capítulo esta dedicado a mi pequeño Kraken.  El fantasma de mi corazón que ronda por toda la casa sin estar en ella.

Te extraño cada día.

•••••••••

La llegada de la muerte era silenciosa e inevitable.  Una vez que su sombra se cernía  sobre un hogar apacible,  todo cambiaba para siempre. Los vivos se convertirán en un doloroso recuerdo, pasaran a estar en cualquier sitio y, a la vez, en ninguno. 

Kagaho sabía perfectamente como funcionaba. Una vez que los seres queridos dejan de existir, sus recuerdos perduran como una dolorosa carga. Entonces, motivado por el dolor, te niegas a cambiar de lugar los objetos o el color de las paredes, en un intento torpe de detener lo que has perdido. 

No modificó la casa de sus padres para no perder los recuerdos y ahora que todo tenía la esencia de alguien más, parecía que lo perdería también. Casi podía verlo sentado frente al piano, su risa escandalosa se escuchaba en la casa cuando se quedaba quieto. 

Las personas que mueren se llevan un fragmento de los que permanecen vivos. Te dejan en lugar ese vacío que nunca nadie llena. 

¿Aiakos le haría lo mismo? 

Aiakos, el que prometió mantener el caos en su vida, se negaba a despertar de su sueño. Kagaho pensaba que no merecía más tragedias pero igual sabía que la vida no es precisamente justa. 

Esa noche se quedó dormido, vencido por el cansancio terminó colapsando en el sofá. Sus sueños fueron una sucesión terrible de pesadillas. En cada sueño acabó muerto de alguna forma terrible, pero siempre con el mismo anhelo en el alma. 

"Aiakos" 

Le llamó entre sueños. Aiakos era la respuesta para escapar de la pesadilla. 

"Aiakos"

Aiakos ya había enmendado sus errores. 

En el hospital, Radamanthys cuidaba a un hombre que no se veía bien con esa expresión tan seria. Como desearía verlo sonriendo de aquel modo tan despreciable. 

Los tres sin saberlo, estaban en un punto de quiebre en el que sus memorias del pasado se arremolinaban en su mente tomando fuerza. 

Kagaho ya no quería estar solo. Apreciaba la compañía. 
Radamanthys estaba viviendo una vida con un propósito propio. 
Aiakos, por primera vez, tenía planes reales que deseaba concretar. 

Radamanthys esperaba el milagro que no obtuvo en el pasado. Sus ojos fijos en ese hombre que era idéntico a su hermanito. Lo visualizó, de nuevo, como el gato negro qué se quedó  dormido sobre la nieve.

Quizá sí era su hermano y ese molesto gato del sueño también.  En los momentos previos al accidente, tuvo recuerdos de otras vidas, quizá…

Él no creía en eso, pero si aceptaba que estaba atado a ese hombre de algún modo absurdo que no comprendía. 

—No lo hagas de nuevo. Despierta por favor.

En esta ocasión, estaba decidido a exigir y obtener ese milagro. También creía que ni merecía más desgracias. Le Importaba un carajo si la vida era justa o no. Sencillamente se aferraba al único escenario viable para él. 

Su hermano ya regresó del otro mundo una vez. Podía hacerlo de nuevo. 

Aiakos perdido en su sueño, sentía el fuego quemando sus ropas y alcanzando su piel. Podía saborear la sal de sus lágrimas. Entendió lo que Krahë padeció y pudo experimentar la desesperación  en sus últimos momentos. Su cuerpo se movió  bruscamente hacia al frente, con el único propósito de proteger la insignia.

Los sueños traspasaron la delgada línea qué los aleja de la realidad. 

Un grito dolorido se escuchó esa noche. Radamanthys no creía lo que veían sus ojos. Aiakos acababa de sentarse sobre la cama, aferrando sus manos a la insignia como si la protegiera de algún daño. 

—Yo soy Aiakos Krahë…— susurró sin saber lo que estaba pasando— ¿El avión?! ¿En dónde  estoy?! 

Radamanthys se levantó de su asiento para sujetarlo. Aiakos estaba fuera de sí, intentando levantarse de la cama, parecía que en ese momento, se olvidó  de todo incluso de quien era.

—Todo está bien. Llamaré  al médico. 

El rubio estaba consternado, sucedió aquello que tanto temían. Aiakos pasó tanto tiempo dormido qué terminó perdiendo la razón. Sin perder la compostura, lo sujetó con fuerza obligandolo a mantenerse quieto. Sin que Aiakos lo notara,  presionó  el timbre de emergencias para avisar a los médicos.

—No, Radamanthys,  tú no entiendes. Yo no debo estar aquí  tengo que decírselo. La cicatriz en mi pecho….—hizo una pausa al notar la mueca de preocupación en su acompañante—¿Qué hago aquí?

—Tuvimos un accidente en la carretera.

Aiakos recordó lo importante. Aquello perteneciente a esta vida. 

—Lo recuerdo— respondió más calmado y de inmediato, le sonrió con burla sin importarle que su ácido sentido del humor, fuese inapropiado— te ves tan adorable cuando estas preocupado. Hasta pareces un humano normal.

Bromeó para alejar de Radamanthys esa expresión de hombre asustado. Ciertamente no le quedaba a su imagen de tipo rudo. Recibió un golpe en el hombro como reprimenda y un abrazo tardío que a los dos les hizo sentir calma. 

Los médicos entraron y el momento emotivo terminó. La insignia pasó  a manos de Radamanthys para que la resguardara durante el chequeo. Todo estaba en orden, desde sus signos vitales hasta su mente. Al parecer sólo necesitaba descanso y luego volvería a ser el mismo desgraciado de siempre. 

Radamanthys, movido por la curiosidad, se atrevió a mirar el pecho descubierto de Aiakos. Descubriendo al instante que todo lo que dijo antes, no eran simples disparates. Tenía en el pecho, a la altura del corazón,una cicatriz en forma de pluma. Una marca de nacimiento similar a una quemadura. Incluso el llargo de la marca, parecía concordar con el de la insignia. 

"Qué hallazgo tan inoportuno" pensó.

Kagaho pasó tres cuartos de su vida buscando a A. Krahë y a la insignia que era el recordatorio de un amor qué trascendió más allá de la muerte. 

Tonto cuervo con suerte. 

Los encontró a ambos. 

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