Insignia II

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Kagaho se quedó en shock.

Aiakos se aprovechó de eso para avanzar, sorprendido al notar como ese hombre tan hostil retrocedía sin oponer resistencia. En el fondo esperaba otra reacción, su mente se engañó con la idea de un recibimiento más emotivo y ni siquiera sabía porque esperaba eso. No era una visita grata, ni un familiar que se ausenta y regresa después de muchos años, sólo era un desconocido que se encaprichó con él.

Se detuvo para entregarle el contrato, Kagaho salió del trance por causa de la indignación. Hasta se había tomado la molestia de llenar el maldito documento con sus datos y sus exigencias. Suspiró profundo para no borrarle la sonrisa con el florero que tenía cerca. No. La insignia valía el sacrificio.

—Casi lo olvido, te traje un regalo— Aiakos le entregó el cuadro del gato y Kagaho lo observó mientras enarcaba la ceja con fastidio.

—Se parece a ti... pobre gato— no mentía, el gato tenía un pelaje negro y alborotado parecido al cabello de su acompañante. Los ojos amatista resaltaban, dándole un aire travieso que era difícil ignorar. Era bonito y eso le impidió romperlo en la cabeza del desgraciado que tenía enfrente— necesitamos negociar.

Kagaho dio media vuelta para dirigirse a la sala. No le ofreció ni un vaso de agua, mucho menos que tomara asiento. Se limitó a intentar controlarse, mientras la insignia estuviese en el pecho de Aiakos, debía comportarse.

—No hay nada que negociar, mis exigencias están en el contrato, sólo firma y devuélvemelo. Requiero una copia de tu identificación y la de un testigo— Aiakos detuvo su dialogo para observar la decoración anticuada, luego se encogió de hombros— en cuanto tenga todo eso, me mudaré y después de una semana viviendo contigo. Te entregaré lo que tanto deseas.

Kagaho estaba leyendo el contrato mientras escuchaba al mayor, su ceño fruncido dejaba al descubierto su indignación. El contrato decía que tenía prohibido todo tipo de malos tratos, intimidación o amenazas. No podía echarlo antes de dos años y si no cumplía con sus peticiones, debía regresarle la insignia para que la destruyera.

No le pagaría depósito, dividirían los gastos a la mitad como un buen matrimonio y sólo le pagaría la mitad del alquiler, siempre y cuando le cediera la mitad del espacio del departamento o le permitiera pasear por el lugar a sus anchas, sin cuestionarlo. Además debía acompañarlo a desayunar a la cafetería de la esquina por una semana, para que pudiera ganar la apuesta que hizo con la mesera.

— ¡Esto es ridículo! — Gritó perdiendo los estribos y le lanzó el contrato— ¿Intentas chantajearme? — que Aiakos asintiera con la cabeza en un gesto por demás cínico, lo hizo perder los estribos— vete de mi casa, esa insignia no vale tanto.

—Entonces la quemaré... ¿Crees que valga lo mismo si le arrancó la pluma? —preguntó llevando los dedos a la punta de la pluma para jalar de ella. Kagaho pasó saliva y recuperó el contrato, sacó un bolígrafo de la bolsa de su camisa y escribió en el espacio libre: "Tienes prohibido sacarme de quicio, meterte en mis asuntos y dirigirme la palabra. Si me provocas y te golpeo, será tu culpa" como Aiakos ya había firmado, no podía replicar. Al terminar sacó su identificación de la cartera y la dejó sobre la mesa.

—Las fotocopias consíguelas tú, pídele a mis tíos que firmen como testigos y regresa. Debes ayudarme a desocupar la habitación que usarás. Tienes prohibido dar problemas o invitar a alguien a mi casa. No quiero fiestas, rituales, orgias, drogas ni tipos raros por aquí.

— ¡No! Eso no... soy líder de una secta y me gusta hacer un sacrificio los jueves a las nueve, en el baño. Hay sangre por todos lados pero si ves el lado positivo, luego tendremos carne para la cena— el gesto de Aiakos le imprimía veracidad a sus palabras, su actuar tan extraño también.

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