Gantavya

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La tragedia rompe la monotonía de la vida. Es menester apreciar con dedicación, aquello que aburre por ser siempre simple.

Hoy eres una persona que, probablemente, no serás mañana.

Cuando Aiakos despertó, recordó vagamente quién fue y que esperaba cambiar de su vida. Él que no creía en el destino, terminó aceptando la realidad. Su realidad. Un regalo o un castigo del universo mismo.

Kagaho y él estaban atados con cadenas, no con un fantasioso hilo rojo del destino. Radamanthys los acompañaba como parte de esa extraña unión, eran los tres parte del mismo problema. Sólo ellos podían solucionar lo que en antaño se encargaron de arruinar muchas veces.

La vida es de esa manera, todos los días eran una oportunidad de mejorar y crecer. Ellos no hicieron nada de eso.

Se estancaron por siete vidas.

Aiakos se preguntó si estaba bien quedarse junto a ellos. Radamanthys era feliz, Kagaho podría serlo, creyó que era él quien sobraba. El que cargaba la parte más difícil de todos esos sucesos.

Ni las llamas borraron de su mente el amor puro que sentía por el cuervo. La desgracia los persiguió muchas veces, pero no pudo alejarlo.

¿Y... si ese era el problema? Quizá no debía aferrarse.

Se miró en el espejo, tantas vidas y no cambió nada. Era el mismo hombre, el mismo rostro y los mismos pecados. El único cambio era la carga pesada de tantos sueños frustrados.

Kagaho dormitaba en una silla incómoda a su lado, el reencuentro dramático no fue posible. Lo tuvieron toda la noche en observación, haciendo pruebas que no podía postergarse, el cansancio lo venció. Ahora suponía que cuando se hizo el cambio de guardia, Kagaho lo encontró dormido y no quiso despertarlo.

- ¿Me vas a observar toda la mañana como si fuese una reliquia? ── preguntó el cuervo y lo sacó de sus pensamientos fatales.

-Lo eres, estás envejeciendo. Tienes arrugas en el entrecejo igual que tu tío.

Kagaho llevó la mano a su rostro por instinto y Aiakos se rió. No esperaba que su mala broma causara ese efecto en su acompañante. Pensó que recibiría golpes o reclamos, pero fue todo lo contrario, el siempre imperturbable cuervo, fue espontáneo. Lo atrapó en un abrazo tímido, en ninguna de sus otras vidas actuó de ese modo.

-Kagaho yo...

Fue silenciado con un beso. Había muchas cosas que debían hablar, pero los recuerdos no eran ninguna de ellas.
El cuervo puso la mano sobre la pluma grabada con fuego en el pecho de su amante, incluso a través de la tela, Aiakos sintió el calor que quemaba sobre su piel. No fueron las llamas del avión, lo que causó esa marca en su pecho ni en sus memorias, era el amor que quedó pendiente.

Entonces comprendió lo que no logró entender en el pasado. Le pertenecía a Kagaho y no al revés. Movido por ese amor que mantuvo preso en su pecho, se recargó sobre su hombro y derramó incontables lágrimas.

-Gracias por encontrarme - sabía que Kagaho era su tierra firme, el lugar seguro al que en cada vida buscó regresar.

-No, fuiste tú el que encontró el camino en esta ocasión.

Todas las heridas fueron sanadas, las cicatrices eran un recordatorio de la victoria sobre el tiempo.

Ikki y Radamanthys llegaron de visita, antes de que el rubio pudiera interrumpir, su esposo lo alejó de la puerta, obligándolo a regresar a la sala de espera para darles un tiempo a solas.

- Déjame ir, no quiero cargar este maldito ramo de flores por más tiempo.

La imagen era un tanto graciosa, el hombre alto y malhumorado con un pequeño bouquet de jacintos violetas. Él mismo los escogió y compró, especialmente para Aiakos. Ahora estaba avergonzado y quería dejarlos abandonados como si no hubiese sido su idea.

-Radamanthys, no te entrometas está vez.

Ikki le guiñó el ojo, Radamanthys se sonrojó, de algún modo sabía a qué se refería. Fue como si la torpeza del gato amarillo, regresara brevemente a su cuerpo más grande. Obediente como una mascota, se sentó junto a su esposo, recargó la cabeza en el hombro ajeno y permitió que Ikki pasara sus dedos por sus rubios cabellos rebeldes.

- Cuando me tratas así, tengo recuerdos de una alfombra verde y una chimenea humeante- habló Radamanthys como desenterrando un recuerdo añejo.

-Sí, me sucede lo mismo, tú estás sobre mi regazo y el gato negro sobre la alfombra mirando al cuervo a través del cristal de la ventana.

Radamanthys entregó el bouquet de flores en esa tarde, como si fuera necesario le dio permiso a su sobrino para contraer matrimonio y sumar a la familia a ese problema llamado Aiakos.

Después de muchos años, Kagaho aceptó remodelar el edificio, gracias a las exóticas decoraciones pasó de ser el casero sombrío a todo un conocedor de arte. Eventualmente recibía las visitas de sus famosos suegros, ellos parecían muy felices de que su hijo logrará encontrar a alguien capaz de soportarlo.

Dicen que estamos destinados a encontrarnos con nuestras personas amadas a través de una sucesión de vidas, mientras somos diferentes versiones de una misma alma.

El único propósito tras ese tortuoso camino es, indudablemente, ser felices.

Fin.

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Gracias por acompañarme durante tantos años, me tomó demasiado escribir este fic.

Hay mucho de mi en ciertas frases, demasiados sucesos y emociones descritas mientras mi vida colpasaba, se reconstruia y volvía a caer.

No es el mejor final, pero después de tantos años, no tiene caso prolongarlo. Para mí es suficiente saber que son felices. 🖤

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