Radamanthys

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Mientras giraba la llave para abrir la puerta, lo recordó todo. La tragedia empezó una mañana que inició cómo cualquier otra, fue monótona y cotidiana. Un desayuno con peleas absurdas patrocinadas por su hermano, la escueta despedida de su padre y el maldito tráfico de siempre. Radamanthys jamás podría olvidar la sonrisa con la que su hermano lo despidió en la puerta del colegio. Aiakos era un chiquillo con suerte, Aiakos brillaba a dónde quiera que iba. Lo envidiaba por ser tan especial, la vida era fácil para ese niño.

Radamanthys nunca olvidaría ese día, lo supo cuando abrió la puerta y el aroma de la soledad inundó sus fosas nasales. Ese día llegó tarde a la universidad y las clases pasaron lentas, por alguna razón se sentía ansioso, necesitaba salir de la clase aburrida. Las manecillas del reloj eran un ruido desquiciante, pero escuchar el escándalo de las sirenas de ambulancias y patrullas no fue mejor.

Un estudiante entró corriendo a su salón, histérico comenzó a gritar: "El colegio Heosphoros fue víctima de un ataque. Se quema." Más un alumno de ese grado tenía familiares en el colegio. Lo siguiente que recordaba era su intento por salir rápido. Los alumnos se amontonaban en pasillos intentando contactar a sus familiares. Otros tenían ataques de pánico pensando que podrían atacar la universidad también. Radamanthys sólo deseaba llegar al colegio.

El tráfico causado por la histeria colectiva le impidió el paso. Estacionó el auto en el primer espacio libre que vio y corrió por las siguientes cuatro cuadras. Se abrió paso entre adolescentes alterados y madres desquiciadas, sólo deseaba ver la alborotada cabellera de su hermano, su sonrisa burlona, escucharlo decir "eres un dramático". Sin embargo, Aiakos no estaba afuera, no respondía el teléfono.

Los policías no lo dejaron entrar, forcejeó con ellos pero no pudo hacer nada. Minos, un amigo de Aiakos lo sostuvo del brazo. Radamanthys se preparó para recibir malas noticias. "Es Kagaho" fue su frase y con eso le dijo todo. No necesitaba decirle que Aiakos estaba adentro, haciendo su papel de salvador del mundo pues era obvio. Antes de que pudiese golpear a los policías para entrar a la escuela, se escuchó la última explosión. Los bomberos apagaron el fuego y aseguraron la zona. Se comenzó a hacer el recuento de los daños. Había varios desaparecidos, entre ellos el identificado como agresor. Unos minutos después, entraron los paramédicos. La esperanza le llegó en ese instante, los vio salir corriendo con una camilla. Había un herido y un último cadáver que identificar.

Radamanthys sintió a su corazón encogerse cuando reconoció los negros cabellos que se balanceaban tras cada movimiento de la camilla. Su hermano no estaba bien, sus brazos y rostro tenían quemaduras. Su cuerpo algunas fracturas producto de la aparatosa caída. Se enteró que su acompañante uso su cuerpo para cubrirlo del fuego, la onda expansiva los hizo caer, proyectándolos varios metros hacia adelante. Kagaho murió al instante. Aiakos ni siquiera estaba consciente.

Lo acompañó en el hospital durante tres días, pero cuando su hermano más necesitaba un golpe de suerte, la suerte se burló en su cara y lo abandonó. El funeral fue sombrío, se negó a ver a los amigos y familiares que asistieron. Sólo Ikki supo ganarse un espacio en ese momento cuando deseaba abandonar la batalla. El hermano de Ikki, amigo de Kagaho, se hizo cargo del funeral de su amigo. Como ya no tenía familia, nadie reclamó su cuerpo.

Desde el día del accidente, Radamanthys cerró con llave la habitación de su hermano, engañándose con la idea de que él seguía ahí, encerrado escuchando música.

Tuvieron que pasar 28 años para que, motivado por la inminente mudanza de su padre, se atreviera a darle la llave para que abriera la puerta. Para entonces su padre ya era un anciano y él se había casado con Ikki, ahora tenía un sobrino político al que habían maldecido con ese nombre que tanto odiaba: Kagaho. Todo ese tiempo, Radamanthys había vivido a su manera, aprendiendo a lidiar con la culpa, siguiendo los consejos de su hermanito.

Encontrarse dentro de la habitación, fue un viaje en el tiempo. La toalla que el menor usó para secarse aquella mañana cuando salió del baño, seguía tirada en el piso, su cama sin hacer, la ropa sucia sobre el sofá. Tenía la sensación de que Aiakos entraría en cualquier momento y le reclamaría que hurgara entre sus cosas. Pero nada pasó mientras empacaba en cajas sus libros, ni cuando revisó entre sus cosas más preciadas. Terminado el embalaje de lo más frágil, Radamanthys comenzó a desarmar los muebles y al quitar el colchón, logró ver el estuche negro debajo de la cama.

Suponía que Aiakos lo había entregado a algún amigo pero la insignia seguía adentro y entonces pensó en el otro Kagaho y en su malsana adicción provocada por él.

Cuando el hermano de Ikki y su esposa fallecieron en un accidente. Radamanthys le obsequió al pequeño Kagaho un libro del famoso "Circo volador" .Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, el chiquillo no se hizo fan del barón rojo, terminó obsesionado con A. Krähe, un militar del que ni siquiera existían fotos. Ikki le recordó que la insignia que le había vendido a Aiakos, era la de A. Krähe. Eso bastó para convencer a Kagaho de que aquella historia sobre el militar no era mentira.

Gastó su infancia y adolescencia estudiando e investigando, mientras Radamanthys e Ikki intentaban recuperar la insignia. Pero nadie la tenía.Radamanthys no sabía si era prudente entregarle la insignia a su sobrino, era el último regalo que él le había hecho a su difunto hermano. De forma egoísta, pensó que merecía conservarla.

Regresó a casa ya por la noche, estaba devastado por los recuerdos y por la decisión que debía tomar. Necesitaba de los expertos consejos de Ikki, sólo quería tirarse en la cama y que su amante le contara como estuvo su día mientras él meditaba.

Antes de abrir la puerta, escuchó las risas de Ikki y se sorprendió al notar que no estaba solo. En ningún momento desconfió, aunque estaba seguro de que no era Kagaho quien lo acompañaba, ese amargado era incapaz de hacer reír a alguien. Abrió con la duda cosquilleando en su mente y se encontró con lo peor que pudo ver ese día.

La sonrisa que recibió fue la misma con la que su hermano lo despidió aquella mañana, las ganas de golpearlo y reclamarle su abandonó se agolparon en sus puños, los insultos se ahogaron en su garganta.

Ese no era su Aiakos.

Su hermano estaba muerto y lo aceptó 28 años después. Cuando notó que ese desconocido no era el mismo niño que él había criado. Los ojos amatista tan llenos de malicia, no lo reconocieron. Como no supo de qué forma expresar su tristeza, el malestar se convirtió en ira y lanzó la maleta al suelo para escapar de aquello que lo dañaba.

Esa noche, Radamanthys tuvo un deja vu, se aferró al pasado y maldijo a su suerte. No tenía caso que se lo devolvieran cuando él había aceptado olvidarlo. 

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