Hrafn

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La familia Hrafn era pequeña, dueños de una tienda de antigüedades ubicada en un barrio a orillas de la ciudad. El hijo mayor, Cid, era un joven serio de mala cara. Tocaba el bajo en una banda de rock encargada de amenizar un centro nocturno. Gracias a eso, un día conoció a una chica hippie fanática de los viajes en carretera y Pink floyd. Lo de Cid fue amor a primera vista, no dejó que Mine escapara y visualizó una vida con ella desde antes de atreverse a saludarla. Se casaron despues de que Mine terminó la universidad y varios años después, tuvieron un hijo, al que llamaron Kagaho en memoria del mejor amigo de Cid.

Mine lo vio como una oportunidad de darle una segunda oportunidad a alguien que no tuvo tiempo de cambiar su destino. Conmovida por la historia que Cid le había contado, decidió que cuidaría bien a su pequeño hijo, en memoria de aquel que había sufrido tanto.

Cid que era ingeniero civil, invirtió su herencia en un edificio de departamentos al que restauró y rentó a diversas familias. Incluida la formada por su hermano menor y el mal humorado Radamanthys. Se sentía un tanto intrigado por la actitud hostil del rubio, pero su hermano parecía feliz y controlaba a Radamanthys como si fuese un experto domador de fieras.

Ikki el hermano menor de Cid, peleaba demasiado con su padre pues no deseaba hacerse cargo de la tienda. Su sueño era ser enfermero y salvar la vida de las personas que necesitaran su ayuda. La tragedia ocurrida en la familia de su novio, lo hizo comprender que la vida era frágil. Ikki jamás olvidaría al hermano menor de Radamanthys, el joven que fue como un soplo de locura en sus vidas. Al final, cuando se casó con Radamanthys descubrió que él sería un gran administrador. La traspasaron a un barrio cercano a su edificio y continuaron el legado de la familia Hrafn.

Vivían en paz, encontrando la felicidad en vidas sin complicaciones, lo que ambos hermanos habían deseado desde el principio.

Kagaho, el pequeño hijo de Cid, creció en un ambiente familiar. Era un niño serio de mal carácter. Parecido a Cid, al menos en su mala cara, y muy apegado a su madre. A todos los sorprendía su gusto por la soledad, en cuanto aprendió a leer se obsesionó con los libros de aviones y con la historia de las guerras, como si tratase de resolver un enigma que no lo dejaba dormir. Les temía a los gatos amarillos por alguna razón extraña que nunca pudieron comprender, por eso Radamanthys lo mantenía atemorizado. Pasó buena parte de su infancia huyendo de él. Ikki pensó que, con los años, Kagaho y Radamanthys se aceptarían, era obvio que no lograban llevarse bien, parecía que estaban destinados a odiarse. Radamanthys solía decir que el pequeño Kagaho se parecía al tipo que le heredó su nombre, pero todos le decían que en realidad Kagaho era parecido a Ikki, los mismos cabellos oscuros y alborotados, la misma mirada.

Kagaho tenía mala suerte para festejar sus cumpleaños, siempre había algo que arruinara sus festejos, por mucho que sus padres se esforzarán en remediarlo, siempre eran arruinados por la intensa lluvia de agosto.

La lluvia que, dos días antes de su cumpleaños número seis le arrebató a sus padres en un derrumbe. El día que debía festejar, estaba en el cementerio en el funeral de las personas que más apreciaba.

La vida cambió repentinamente. La felicidad se esfumó de sus manos sin que pudieran comprender como pasó. Un día eran una familia feliz y al siguiente estaban incompletos. Forzado a vivir con sus tíos, Kagaho se deprimió al punto de encerrarse en casa. Radamanthys debía cuidarlo mientras Ikki asistía al trabajo y, en muchas ocasiones, tuvo que sacarlo arrastrando del departamento. Lo deprimía verlo recostado en el piso, como un cachorro huraño al que nadie podía acercarse. Era difícil para los tres tolerar esa situación, Ikki no había derramado ni una lágrima por su hermano y Radamanthys, era incapaz de demostrar su dolor.

Kagaho permanecía en silencio.

Radamanthys que conocía el dolor que Kagaho sentía, le tenía más paciencia. Se encargaba de cuidarlo y protegerlo, del mismo modo en que Ikki hizo con él. Fueron tardes de berrinches, llantos prolongados por horas, momentos en los que pensó que no podría tolerar más esa situación. No estaba listo para revivir la herida que cargaba a cuestas, creía que el destino era irónico, le tocaba cuidar al niño cuyo nombre le recordaba al desgraciado que asesinó a su hermanito, Pero el tiempo y la compañía del pequeño Kagaho, lo hicieron comprender al otro y sin que lo notara, terminó perdonándolo.

Como última medida se decidió a entregarle el regalo que había dejado para un momento más adecuado. Era un libro viejo de pastas duras y desgastadas. Tenía en la portada un llamativo avión rojo, era un libro dedicado al Circo Volador. Las historias de los militares pertenecientes a ese escuadrón, estaban grabadas en las páginas amarillentas. Kagaho, en su dolor, se vio sumamente atraído por uno de ellos. El famoso A. Krähe, conocido por los mitos románticos sobre la insignia que portaba. Lo visualizó como un padre que promete regresar a casa y que se ve forzado a romper la promesa por causas ajenas a él.

Ikki recordó la insignia, aquella que le había vendido al hermano de Radamanthys. Se la ofreció porque había escuchado a su hermano hablar de la relación que ese niño tenía con el hijo del mecánico. Ikki, en un intento por solucionar sus líos, le dio la insignia que simbolizaba un amor más fuerte que la misma muerte. Sin embargo, el adolescente se negó a escuchar la historia. Ikki nunca supo si entregó la insignia, pues ambos protagonistas de esa historia, murieron juntos de una forma inusual. Quizá porque así es la muerte, un evento inusual en la cotidianidad de la vida.

Kagaho, obsesionado con la historia y la insignia, pasaría los siguientes diecisiete años de su vida buscándola. Como si en descifrar el enigma de A. Krähe encontrara cierto consuelo, aceptó el apoyo de sus tíos. Vivieron juntos hasta que fue mayor de edad y regresó a su casa, decidido a hacerse cargo de las pertenencias y la administración del edificio. Nunca se atrevió a remodelar el lugar, como si aún esperase el regreso de su familia.

La vida es como las olas del mar, nos arrastra y golpea sin clemencia, se lleva cosas que amamos y arrastra hasta nosotros otras que jamás creímos necesitar. Kagaho lo comprendió varios años después, cuando a su puerta llegó un huracán capaz de poner de cabeza su vida.

Lo reconoció como un agente de cambio con tan solo mirarlo a los ojos. Supo que debía alejarse de él en el momento mismo en que se vieron por vez primera. Aiakos le provocaba una sensación de alarma, tenía ganas de escapar y alejarse cada que lo tenía cerca.

Para su desgracia, Aiakos no tenía la misma idea. 

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