Prólogo

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-Estoy bien, estoy bien, estoy bien, estoy bien... ¿Cuántas veces has dicho eso sabiendo que era una mentira? ¿Cuántas veces te has sentido insuficiente al lado de otras personas? ¿Cuántas veces te has puesto a pensar si de verdad eres feliz?
¿Merece la pena estar mal sin saber porque?- susurraba sin cesar, garabateando en el cuaderno sin dejar de maquinar en mi mente.

-¿Estoy bien?- pienso. Al rato me miro al espejo y noto como resbalan las lágrimas saladas por mis rechonchas mejillas, sin parar.

Me levanto de la incómoda silla, y me miro de nuevo al espejo, disgustándome de nuevo con la imagen reflejada.

¿En serio la gente piensa que soy guapa? Deberían de ir a un oculista.

Me repaso de nuevo con la mirada y cuando mi cerebro va a comenzar a decirme todos los fallos que tengo, aparto la mirada y la pongo en la puerta, escuchando los pasos que se acercan a mi habitación. Cojo un pañuelo y rápidamente me limpio la cara y los ojos.

Sé quién entrará. Mi madre siempre anda con las mismas zapatillas por casa.

Me preparo mentalmente una mentira, me siento en la silla, me pongo mis auriculares y espero a que entre.

-Ab, ¿Has hecho ya lo que te he dicho?- pregunta mi madre dulcemente.

-Nop, ahora iré a hacerlo.- Contesto intentando sonar ocupada.

-Alba, sabes que no me gusta que estés todo el rato con los auriculares puestos, te pasas el día escuchando música, y seguro que la has vuelto a poner más alta de lo que deberías.- Me reprocha.

-Bueno al menos no me quedo ciega con el brillo de la pantalla al máximo.- Susurro alto para que lo escuche, intentando sonar divertida.

Ella solo me mira, y después suelta una pequeña risa, negando con la cabeza.

-Acuérdate de lo que te he dicho, cariño.- Termina por decir, y cierra la puerta.

Suspiro, y vuelvo a mirar hacía el espejo inconscientemente, borrándose la pequeña sonrisa que había mostrado.




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