III

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Nos quedamos en su casa un rato, después de acabar el trabajo, y comenzamos a hablar de cosas sin sentido. Hasta que solté un bostezo y ella me miró curiosa.

-Estas cansada?- me dijo en tono bajo.

-No es que me aburras, ni nada por el estilo. Esque hoy ha sido un día agotador.- le mascullé.

-Nah tranquila, me pasa siempre.- hizo una pausa pensando- Pero será mejor que te lleve a casa, está empezando a oscurecer.- dijo mientras miraba al cielo por la ventana.

-Yo creo que también.- mientras me comencé a levantar, y ella conmigo.

Al salir de su casa noté el ambiente frío del atardecer. Aún estábamos en invierno, y aunque estuviera abrigada noté como se me erizaron los vellos del cuerpo.
Al entrar a su coche suspiré, su madre había encendido la calefacción. Solo era cuestión de tiempo que me calentara.

Después de un par de risas y canciones, nos encontrábamos fuera de la puerta de mi casa. Salí del coche y me despedí de ellas. Con una leve sonrisa en mis labios.
Al abrir la puerta me recibió mi madre.

-Alba, te he comprado un suéter, mira que bonito- me dijo con emoción. Yo lo miré disgustada, no me gustó. Era un suéter bonito, pero no me quedaría bien. El color beis predominaba, y en el centro había un dibujo del rey león. Seguro que a Iris le hubiera encantado. Sin embargo era muy largo.

-Mamá está precioso, pero sabes que no me gustan las cosas largas.- le dije con pesar.

-Lo sé, pero estamos en invierno Ab. Y no quiero que te resfries.-

-Me lo probaré- dije al fin.

Entré en mi cuarto pesadamente y me probé el suéter. Precioso, pero tapaba casi todo mi cuerpo, no veía mi cuerpo. En parte me alegraba, y en otra me disgustaba.
Llegué a la decisión de que me la pondría solo en mi casa, donde nadie me la pudiera ver puesta.

Lo amaba, pero cuando salgo me tengo que ver bonita. Si no tengo la sensación de que nadie me nota. Prefiero que me miren a que no sepan ni que existo.

Después de eso me la quité y la dejé doblada en mi cama, no queriendo volver a verme en el espejo, porque me sentía observada por todas partes. Sacudí la cabeza y bajé a cenar, simplemente olvidándome del tema y queriendo tener una noche tranquila.

Aunque estaba claro que ese no era mi día.

Mi padre había llegado del trabajo. Parecía enfadado y un poco colérico, sentí un pesar en mi corazón y entendí al completo la razón.

Lo habían despedido.

Mi padre se pasaba el día sin hacer nada, y cuando encontraba un trabajo, a los días le despedían o se iba porque era muy "pesado" para el.

Cuando salí de mi trance vi como ya estaban todos reunidos en la mesa y faltaba yo. Miré a mi padre, quién tenía el ceño fruncido y rápidamente me situé al lado de mi madre.

Al cabo de un momento, a mi madre se le ocurrió sacar a relucir mis notas en matemáticas. En verdad era patética, no sabía dividir en dos cifras a mis entrados 16 años.

Mi padre me miro con mala cara, y supe que iba a comenzar a decir su discurso. Solo me tenía que mantener callada y no contestarle.

-Alba, deberías de saber hacer ya esas divisiones, lo enseñan en cuarto de primaria- estaba enfadado- no sabía que tenía una hija tan tonta, no se ni porque tienes cerebro si no lo utilizas.

Cada palabra dolía como mil agujas clavándose en mi corazón, como grietas formándose en mi interior. Y un vacío inexplicable en todo el cuerpo.

Pero no le respondí.

Bajé la cabeza y esperé más.

-Necesitas que alguien te diga las cosas como son- comenzó a hablar- Y si aún no las tienes claras, tranquila que te las haré saber.

Sentía como me comenzaba a enfadar, y mientras que mi cerebro me gritaba que no hiciera nada, algo dentro de mi quería encararlo, ya cansada de sus monólogos sin sentido ni sentimientos.

Y lo hice.

- ¿Sabes qué papa? Estoy harta de que siempre me estés reprochando lo que hago mal, no soy perfecta.- hice una pausa mirando como mi madre me pedía que parase con la mirada y mi padre retándome- Y nunca lo seré, no me importa lo que tú quieras, no quiero saber tu opinión, y tampoco me importa- mentí.

El se levantó de la silla furioso, y me pegó en la cara.

Me sorprendió el golpe y comencé a temblar. Intenté calmarme todo lo que pude y respondí:

- Puedes pegarme todo lo que quieras, pero no te tengo miedo, y no bajaré mi cabeza en tu presencia.-

Y comencé a temblar.

Me estaba dando un ataque de ansiedad.

Sentía como poco a poco me iba quedando sin respiración, me temblaban las manos, y si intentaba hablar no salía nada. Sollocé e intente calmar mi respiración, pero esta era errática, y no tenía un ritmo determinado.

Fui rápidamente a mi cuarto y cerré la puerta.

Solo escuchaba los gritos de mis padres discutiendo. Como casi siempre.

Y deseé de nuevo, el poder tener una familia feliz.

Fracturas Del Corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora