Capítulo 10: ¿Uh?

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TESSA



-Hola Tess...- Dijo la voz ronca del otro lado de la línea.

Casi se me cae el celular de las manos al escucharlo decir mi nombre. Las palabras no salían de mi boca y no creo que pensaran aparecer en ningún momento.


Damond se escuchaba cansado, como si hubiera corrido un maratón, pero su respiración se notaba calmada y pronunciaba con tanta relajación como siempre.


Fruncí el ceño, sabía que él estaba consciente de lo enojada que estaba con él. Prácticamente me había dejado plantada la última vez que lo vi y se atrevía a saludarme como si nada.

Tenía algunas cosas que preguntarle, pero nada salía de mi boca, al otro lado de la línea solo había silencio, un horrible silencio que se desaparecía de vez en cuando con la respiración de Damond.


-Tess...- volvió a decir mi nombre con cuidado, como si cada letra hubiera que pronunciarla con extrema delicadeza.


-No... No... Tu... ¿Por qué tienes el celular de Dylan?- pregunté.


Esta vez fue él quien se quedó sin palabras que decir.

Pero no por mucho.

Una sonora carcajada me sorprendió por su parte.


-A pesar de que sé que eso no es lo que pretendía preguntar, te responderé... Dylan dejó su celular en el suelo, debió habérsele caído... Lo recogí y ahí fue cuando llamaste...- Jadeó al hablar, al parecer si estaba bastante cansado.

No quise decir mucho, o mejor dicho, no dije absolutamente nada. No quería pensar que si preguntaba algo él creería que me había preocupado como una idiota por él cuando era obvio que el estaba de maravilla.


-Hey... escucha, te debo una explicación... ¿Te parece si nos vemos esta tarde?- Su tono era suplicante, no quería admitirlo, pero en el fondo lo había extrañado demasiado y necesitaba hablar con él... Digo, éramos amigos ¿no?


-De acuerdo... Nos vemos entonces...-





DAMOND



Colgué la llamada con una extraña sensación cálida en mi pecho. Sonreí de medio lado, pero no duró mucho tiempo cuando recordé en qué lugar estaba y por qué estaba ahí. Tensé la mandíbula y apreté los puños dándome vuelta rápidamente y mirando hacia el suelo, donde se encontraba el angelito, el desgraciado estaba perfectamente consciente de lo que había pasado. Podía observar cómo sus heridas sanaban rápidamente, con ayuda de pequeños destellos dorados. Me había equivocado, su sangre no era dorado brillante, como la de los demás ángeles, no, la suya era de un color morado metálico, cerca del plateado. El color del pecado. Me abstuve de pegarle en la cara con todas mis fuerzas y lo miré extrañado, solo una criatura en todo el mundo podría hacer que la sangre de un sangre se volviera tan oscura, y yo era su nieto. Satanás era un completo desgraciado y yo lo sabía mejor que nadie, era mi abuelo.

Maldiciendo el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora