CAPÍTULO 7.

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Asesina.

MARINA.

La mañana de hoy, del octavo día, se siente como una sacudida, porque ya no hay mentira que tape tanto tiempo, y no tengo ideas o ganas de pensar en una ya que es posible que pasen años hasta que me dejen salir.

Todas nos levantamos a comer, a hacer ejercicio y a ducharnos antes de que tengamos que de nuevo pensar en algo para pasar tantas horas. Todo el tiempo estoy desorientada, no sé qué hora es, sólo sé qué día es por las veces que me he despertado, y ningún cliente tiene teléfono o algo que me permita pedir ayuda.

Me siento frente a la mesa de maquillaje a probar diferentes estilos. Estoy preocupada por Jo y quisiera saber si está bien... Amado... Detengo lo que hago y me voy contra la puerta para golpearla varias veces. Me olvidé completamente de ese maldito, seguramente ya me investigó y debe pensar que lo estoy ignorando. Si no me contacto con él puede que quiera cobrarse mi mentira con mi familia.

—Marina —me llama Faith—, ¡Basta! —me coge las muñecas para aquietarme.

—Tengo que salir, necesito un celular o mi familia podría morir. —La angustia arrolladora me altera los nervios.

—¿Por qué? —me interroga seria.

—Porque... —El resto de palabras no abandonan mi boca.

—No te van a dejar salir, a nadie aquí le importa. —Cleo llega a su lado—. Si sigues golpeando la puerta solo vas a conseguir que te lastimen.

—Pero... —de nuevo las palabras mueren en mi boca.

Faith hace el amago de querer abrazarme, pero me alejo a seguir maquillándome como si nada, esperando a que mis ojos dejen de verse como me siento. Cleo minutos después se pone atrás mío y me ayuda a elegir lo que se me ve mejor.

En la noche uno de los idiotas viene por mí mientras las otras se siguen alistando para mostrarse, me lleva por el pasillo agarrada del brazo y yo camino resignada.

—¡Si te hubieras ido conmigo las cosas serían muy diferentes! —brama Alexander tras la puerta de la oficina principal. Reconozco su voz.

—¡Suéltame! —grita... Jo.

Mis pies se quedan quietos a unos pasos de la puerta, como si pesaran una tonelada de plomo. El idiota que me lleva me jala para que siga avanzando y miro a todas partes entrando a un máximo estado de alarma, mis oídos dejan de escuchar la música, mi corazón late cada vez más fuerte, más rápido.

Ya no pienso en nada más que no sea salir de este maldito lugar como sea; viva o muerta. Llegamos a la habitación y me detengo antes de entrar, el que me lleva se enfurece usando fuerza para empujarme hacia adentro, pero me sostengo del marco de la puerta queriendo salir así que me abraza la cintura y entra conmigo a la habitación, que es justo lo que quería.

Al bajarme me apresuro a cerrar la puerta y ni se inmuta en medio de la habitación, me subestima con la mirada, no siente que sea peligrosa y tiene razón, por eso no sé qué demonios estoy tratando de hacer, pero en este punto tampoco puedo parar.

—Si querías más sexo lo hubieras pedido —alza el brazo para ver su reloj—. Tenemos veinte minutos.

El problema de los hombres es este; creer que las mujeres solo queremos complacerlos, pero también es una ventaja, al menos para mí. Visualizo el cubo de hielos con un champagne sobre la cómoda sin cajones pegada a la pared derecha y camino hacia allí, él se acerca desabrochándose el pantalón. Me subo, abro las piernas invitándolo con la mirada lujuriosa que le dedico y se soba el falo un momento antes de ponerse el condón.

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⏰ Última actualización: Apr 11, 2023 ⏰

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