Capítulo 17- Tiempos extraños (Parte 3)

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Gabriel siguió llamando, cosa que estaba empezando a molestar a Lucila. En cierto modo, a Eva también le estaba resultando irritante.

—¿¡Se puede saber que mierda quieres?! —estalló cabreada contra su subordinado.

La pelirroja dio un salto al ver lo enfurecida que estaba su jefa. Lucila se incorporó y se colocó bien la bata para ocultar su cuerpo. Gabriel siguió llamando de manera insistente.

—Pasa de una vez —dijo muy irritada Lucila.

El nocturno calvo abrió la puerta y entró en el dormitorio. Tanto Eva como su jefa se hallaban sentadas sobre la cama. Gabriel miró bastante raro a las dos, como si sospechase algo.

—¿Qué coño pasa, Gabriel? —Era evidente que Lucila seguía muy molesta con la interrupción.

Su subordinado se mostró cauto al hablar. Estaba claro que no deseaba enfadarla más, aunque ya estaba muy cabreada.

—Solo quería saber si ya se encontraba mejor —contestó con firmeza—. Además, necesito que ella venga conmigo.

Por supuesto, Lucila no dudó en mostrarse muy disgustada con eso último.

—¿Y se puede saber para qué cojones la quieres ahora?

Estaba claro que en cualquier momento la nocturna iba a estallar. Gabriel, con todo, se mantenía en su sitio.

—Tiene que acompañarme para un asunto —se limitó a decir—. Eso es todo.

Otra vez con lo mismo. A Eva ya la tenía cansada que su superior la reclamase de manera constante. De hecho, tenía la sensación de que era una forma de molestar a su jefa. Lucila dejó escapar un leve gemido mientras se recostaba sobre la cama.

—Muy bien, llévatela —habló, asumiendo su derrota.

Estaba claro que esta noche iba a dar tumbos de un lado a otro. Miró a Lucila, quien giró su cabeza hacia ella y le hizo un gesto en dirección a Gabriel para que fuera con él. Con cierta desazón en el cuerpo, se incorporó y fue en su dirección.

—¿Usted se encuentra ya mejor? —preguntó Gabriel un poco dudoso.

Lucila se volvió para mirarlo y sus ojos violetas centellearon con intensidad mientras dejaba sobresalir sus colmillos. No estaba muy contenta.

—Dejadme sola —fue lo único que soltó.

Salieron del dormitorio. Eva se sentía dolida por tener que dejar a Lucila. Habían conectado de un modo que ni ella misma podría imaginar, a punto de tener su "primera" experiencia sexual de forma tierna y hermosa, para que el pesado de Gabriel las interrumpiese y ahora la obligase a acompañarlo. De hecho, el nocturno se había percatado de su obvio enfado.

—No me mires así. Yo también estaría cabreado —le habló con un cinismo que daban ganas de estamparle la cara contra la pared—. Lo que pasa es que tenemos cosas más importantes entre manos ahora. Sígueme.

No se hallaba con demasiado ánimo de hacerle caso, pero tal como estaban las cosas y con la poca mecha que tenía, era mejor que siguiera sus órdenes. Fue tras él, como si fuera un perro faldero o, al menos, así se sentía.

—Ahora que nuestra señora se encuentra mejor, es hora de que continuemos con lo que estábamos haciendo y tú vas a estar presente.

Eva permanecía en silencio. Prefería no decir nada, porque si abría la boca, la iba a liar seguro.

—Lo primero, es averiguar quiénes son los hijos de puta que estuvieron tras este ataque—señaló con resentimiento su jefe—. Mira esto.

Gabriel sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo enseñó. Era una bala alargada, de cuerpo cilíndrico y acabada en punta, bañada en un patina de gris metálico. La sostuvo entre el índice y el pulgar, moviéndola con lentitud para que la viera con detenimiento.

Mar de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora