Capitulo 6- Corso

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Pasó una larga hora hasta que llegaron al sitio al que el misterioso Corso la estaba llevando. Se encontraban de vuelta en el centro de la ciudad y eso a Eva no le gustaba. Veía las amplias calles de esa zona y lo expuesta que se encontraba. Al menos, ya no se veía ni una sola alma por allí, al ser tan tarde. Eso la alivió un poco.

No tardaron en girar a la izquierda por una calle más pequeña y caminaron un poco más hasta llegar a un portal. Se detuvieron y Eva esperó a que el tal Corso sacara de uno de sus bolsillos la llave para abrir el enorme portón. Lo vio trasteando por su gabardina y luego, el pantalón. Estaba comenzando a tardar más de la cuenta, lo cual la estaba poniendo bastante nerviosa. Al final, la encontró y la uso para que entraran dentro del edificio.

Ya en su interior, tomaron un ascensor hasta llegar a la cuarta planta, donde estaría su piso. Todo el trayecto lo hicieron en silencio. Corso seguía muy tranquilo, como si nada de lo que hubiera ocurrido esa noche le hubiera afectado. De vez en cuando, lo miraba, pero nada más notar sus ojos grises sobre ella, Eva se apartaba nerviosa. Aún sin verlo, sabía que él estaría sonriendo divertido.

Cuando llegaron a la cuarta planta, anduvieron hasta llegar frente a la puerta del piso. De nuevo, Corso volvió a registrar cada bolsillo hasta dar con la llave para abrirla.

—Joder, tengo que pillarme un llavero —farfulló mientras se apartaba la gabardina para mirar mejor—. Es que en serio, estas malditas llaves se pierden con mucha facilidad.

Sabía que le estaba hablando a ella y no podría sentirse más incómoda por ello. Con todo, guardó la compostura y esperó a que encontrara la llave.

—Ah, ¡aquí está! —exclamó alegre.

La colocó en la cerradura para abrirla. Cuando la giró, pudo escuchar el característico chasquido al abrirse.

—Menos mal —comentó feliz el hombre—. Si no llego a encontrarlas, me temo que tendría que tirar la puerta a patadas.

Pudo notar como le sonreía con encanto, como si esperara a que ella también lo hiciera al escuchar su broma. Sin embargo, Eva no estaba para echarse unas risas en esos momentos. Viendo esto, Corso le abrió la puerta.

—Venga, pasa —dijo con ofrecimiento.

Así hizo.

Nada más acceder, se dio cuenta de que la entrada daba de forma directa al salón comedor. Era amplio, pero no veía demasiado mobiliario. Tan solo un sofá de tres plazas frente al que había una pequeña mesa de madera y más adelante, una cómoda blanca con una televisión de pantalla plana. Al lado de esta había una enorme estantería de varias lejas, pero allí solo había un solitario libro y un marco sin fotografía.

Corso se adelantó unos pasos más y, tras mirar a un lado y a otro, se volvió hacia ella.

—Bienvenida a mi piso —dijo mientras abarcaba la estancia con uno de sus brazos—. No es gran cosa y se ve un poquito descuidado, pero es que no paso demasiado tiempo en él. Más bien, lo paso en los de otros, ya me entiendes.

Eso último lo dijo mirándola de refilón y con una sonrisa burlona enmarcada en su boca. No sabía si le estaba lanzando una indirecta o qué, pero desde luego, lo hacía parecer un poco idiota.

Caminaron un poco más y le señaló la habitación que tenían delante.

—Esa es la cocina —le explicó—. En el frigorífico hay unas cuantas bolsas llenas de sangre. No es lo mismo que beber directamente de una persona, porque estará muy fría y sabrá mal, pero te vendrá bien para reponerte de las heridas que tienes.

Ya ni se acordaba de las heridas que tenía. Si no recordaba mal, le habían golpeado en la parte de atrás de la cabeza y en la cara. Ninguna de ellas le dolía, aunque cuando se pasó una mano por la coronilla, notó el corte ahí. Le dolió un poco al palparlo, pese a que notó que parecía estar cerrándose...solo.

Mar de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora