Capítulo 30: Sin culpa

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No dormimos en toda la noche, quizás porque no podemos dejar de besarnos o porque al dormir vamos a perder un tiempo bastante preciado en el que podríamos estar disfrutando de estar juntos, pero en cuanto comienza a amanecer me doy cuenta de que la noche duró lo mismo que un parpadeo.

Estoy sentada a horcajadas de él, estamos desnudos, piel con piel y no podemos separarnos. Carajo, estoy metida en la misma cama que la que duerme con su prometida, hicimos el amor entre estas sábanas y en cada rincón de la casa. ¿Por qué no me siento como la peor mujer del universo? Abel la engañó conmigo, pero no me hace sentir mal, por el contrario, estoy más feliz que nunca. ¿Soy un asco de persona? ¿Debería estar llorando de culpa y pidiéndole perdón a Dios por mis pecados?

—Nunca me voy a cansar de tenerte así —susurra contra mis labios. Sonrío y lo acaricio con suavidad.

—No puedo creer lo hermoso que estás —manifiesto observándolo con atención—. Tenés un aspecto maduro demasiado sensual, y esto... ufff —agrego acariciando su abdomen. Suelta una risita y él posa sus manos en mi cintura. Me acerco un poco más a él, si es que eso es posible—. En cambio, a mí me salieron arrugas por todos lados, aumenté seis kilos y tengo menos actividad física que un perezoso.

—Estás loca —murmulla depositando un beso en mi hombro—. Sos hermosa. A mí también me salieron arrugas.

—Ja, en tus sueños.

—De verdad, Maru, mirá. —Arruga su frente y señala, lo que me saca una carcajada—. ¿Viste? Envejecí un montón.

—Sí, la verdad es que estás muy viejo —replico con tono burlón.

—Debo admitir que me hubiera gustado estar con vos en cada momento, desde tu primer trabajo, hasta esa primera arruga que ni se nota, incluso engordar esos seis kilos juntos... —expresa mirándome a los ojos. Mi garganta se cierra y contengo las lágrimas, nos perdimos de mucho—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —Asiento con la cabeza—. ¿Por qué de repente me creés lo de que no te engañé? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Me quedo en silencio y suspiro. No tengo idea de si decirle la verdad o si debo esperar a que sea Roxana la que dé la cara.

—Solo decidí hacerle caso a mi corazón —susurro encogiéndome de hombros. Hace una mueca de incredulidad, pero no dice nada. En el silencio se escucha mi estómago haciendo ruido y suelta una risa.

—¿Tenés hambre? —quiere saber.

—La verdad, sí —afirmo con una sonrisa.

—Bueno, vamos a desayunar —dice. Me acaricia, sus ojos brillan y me da un beso en la frente y otro en los labios. Siento que estoy flotando. Toma mi mano—. Me encanta que tengas puesto el anillo.

—A mí me encanta el anillo —comento—. Me queda perfecto.

—Vos sos perfecta —manifiesta volviendo a besarme—. No quiero ser aguafiestas, pero tengo que llevarte a casa. ¿Te molesta que desayunemos ahí?

—¿Ya? ¿Qué hora es? —pregunto conteniendo un bostezo. Esto de no haber dormido ya me tiene algo atontada.

—Son las seis, yo me tengo que ir a trabajar y por obvias razones no puedo dejarte acá —responde mirando hacia abajo. Trago saliva y lo observo con atención.

—¿Estás arrepentido de lo que pasó? —interrogo con lentitud, preparándome para el golpe. Vuelve a mirarme a los ojos y niega con la cabeza—. ¿Sentís culpa?

—En absoluto, jamás voy a estar arrepentido de esto. Fue una noche increíble —contesta acariciándome—. Y quisiera que te quedes en mi cama todo el día y me esperes así, desnuda y con tus ojitos dulces, pero...

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora