Capítulo 8: La salvación

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—¡Me debés la vida! —Escucho que una voz grita desde la calle—. ¡Abrí la puerta, zorra!

Arqueo las cejas y me asomo por la ventana para ver quién está gritando a las siete de la mañana, haciendo semejante escándalo. Casi me muero atragantada al ver que es Eduardo. Anoche no dudó en decir que sí cuando le pregunté si quería venir, ni siquiera tuve que insistir, pero se ve que tenía muchas ganas de estar conmigo porque viajó toda la madrugada.

Salgo de mi piso y bajo las escaleras de dos en dos, descalza y con el pijama de unicornios que tengo puesto. En cuanto llego para abrirle la puerta, él me mira y estalla en carcajadas.

—¡Así no vas a conquistar a nadie! —exclama. Le hago un chistido para que baje la voz porque está despertando a todo el barrio. Lo abrazo con fuerza y le doy un empujón para que entre y deje de hacer lío en la vereda.

Lo ayudo con las mochilas que trajo mientras volvemos a subir y al final bufa mientras entra a mi departamento. Arruga la nariz recorriendo el lugar con la vista. Él es decorador y diseñador de interiores y ya sé que este lugar le debe estar pareciendo una pocilga.

—No puedo creer que vivas acá —continúa.

—Es temporal, no me voy a quedar toda la vida —respondo poniendo a calentar un poco de agua para tomar un café instantáneo.

—Espero —expresa mirándome con los ojos entrecerrados. Se sienta sobre la mesada y me mira con interés.

—¿Cómo podés estar tan despierto? Viajaste toda la noche y no te veo ni ojeras —digo.

—Dormí como dos horas en el auto, amor. Además, sabés que yo soy un murciégalo.

—Murciélago —lo corrijo.

—Da igual, la RAE lo permite de todas maneras. —Se encoge de hombros y resta importancia con la mano. Contengo una sonrisa y suspiro.

—Gracias por venir —manifiesto tomando su mano—. Te necesitaba.

—Sí, porque soy tu salvación. —Se ríe—. Te dije que si me llamabas iba a venir sin dudarlo, no pensaba dejarte sola de ninguna manera y menos con ese tipo dando vueltas...

—¿Abel?

—¡No! El actor sexy que se te tiró en el set —replica refiriéndose al tal Ale—. O avanzás, o te pego.

—¡Ni loca! Se nota que ese es un tonto arrogante que piensa que puede tener lo que quiere solo porque está bueno. Y es chiquito, le llevo como seis años.

—Es puro colágeno para vos. Además, es chiquito, pero... ¿la tiene chiquita? —interroga arqueando una ceja con expresión pensativa y el semblante serio.

—¡Ay, por Dios! Eduardo... —Nos reímos y le doy un pequeño empujón—. ¿Me acompañás al estudio dentro de un rato? —cuestiono.

—Por supuesto que sí, ¿acaso creés que me voy a quedar solo en este cuchitril?

—Tampoco es para tanto, acá viví mucho tiempo —expreso con la mirada perdida. Él abre la boca y baja de la encimera con la nariz arrugada de asco. 

—Ay... Seguro que tuviste relaciones con tu ex acá arriba. Puaj.

—Ja, no, cambiaron la mesada. —Me encojo de hombros y sirvo el desayuno.

Las dos horas que faltan para ir al estudio pasan muy rápido. Mi amigo es demasiado genial y con él todo es puras risas, por lo que el tiempo parece volar. Además, el hecho de tener compañía me ayuda muchísimo más a sobrevivir en este lugar. Antes de venir, mi orgullo no me permitía aceptar compañía, pero simplemente me di cuenta de que no podía sola con esto.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora