Capítulo 36: Miedos

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Gruño mientras me incorporo en la cama y vuelvo a dejarme caer. Me duele la cabeza de una manera impresionante, todo me da vueltas y saber que hoy va a ser el peor día de mi vida no ayuda mucho.

—Te dije que no tenía que tomar tanto —le digo a Eduardo, que está durmiendo en el piso. Suelta una risa por lo bajo y se levanta como toda una diva con mi bata de seda rosa puesta—. Te odio.

—No tenés nada que no se cure con un café, con un baño de agua fría y una pastilla para el dolor de cabeza. Fin. Además, hay que admitir que la pasamos genial.

—Sí, estuvo bueno, excepto la parte en la que me subí arriba tuyo y te caíste porque no aguantaste mi peso.

—Solo a vos se te ocurre saltarme encima como si pesaras como una pluma y como si yo tuviera la fuerza de Dwayne Johnson.

—¡Estábamos haciendo la coreografía de Dirty dancing! —exclamo. No puedo evitar reír, debo admitir que eso fue mi culpa, pero prefiero echársela a él. Me saca la lengua y me da un empujón para que me vaya a dar una ducha.

Mientras me baño, no dejo de pensar en que hoy es el día. El día final, el último día que Abel tiene para decirle que no a Roxana, el último día que tenemos para reconocer lo que sentimos frente a todos, pero voy a dejar que sea él quien lo haga. La verdad es que tengo miedo de lo que pueda pasar y no voy a negar que estoy nerviosa. ¿Debería interrumpir yo si él decide no hablar?

—Maru, este... Tenemos visitas —me dice Eduardo desde el otro lado de la puerta—. ¿Lo dejo pasar?

—¿Quién es?

—El señor que se casa hoy.

Suspiro y me abrazo a mí misma sin parar de pensar. La manera en la que me miró anoche, como pidiéndome disculpas mientras se iba con ella, me hace pensar que en realidad ya eligió. ¿Le habrá hecho el amor en la misma cama en la que estuvimos nosotros hace tan solo dos noches? Me aclaro la voz para deshacer el nudo que se formó en mi garganta.

—Está bien, que entre —replico secándome el pelo con la toalla.

Escucho que mi amigo suelta un insulto por lo bajo y luego la puerta de entrada. Sus voces masculinas suenan como eco, no logro distinguir nada de lo que dicen, pero pareciera que están discutiendo. Envuelvo mi cuerpo con el toallón y salgo. Me olvidé la ropa sobre la cama, así que voy a tener que ir a buscarla.

—¡Maru! —exclama Abel llegando a mi lado en un segundo. Lo saludo con un asentimiento de cabeza y él resopla—. La cagué anoche, ¿no?

—Me voy a vestir —es lo único que digo entrando a mi habitación. Él me sigue, pero le hago un gesto para que se vaya.

—Ya te vi desnuda, cambiate sin problemas, pero escuchame.

Chasqueo la lengua y como sé que no se va a ir, dejo caer lo que cubre mi cuerpo y me pongo la ropa interior con rapidez, aunque él me mira embobado y espero con las cejas arqueadas a que hable.

—¿Al final tomaste la pastilla? —pregunta.

—No, bueno, la iba a tomar, pero se me cayó debajo de la heladera y se llenó de mugre —contesto tratando de permanecer seria, aunque no puedo evitar soltar una risita. Suena tonto decir eso, pero es la verdad. Él frunce el ceño—. Igual voy a comprar otra, aunque ya no sé si va a funcionar.

—No, amor...

—Abel, ¿qué hacés acá? ¿Te echó Roxana de la casa porque es mala suerte ver a la novia el día de la boda? —Se queda en silencio y mira hacia abajo, por lo que me doy cuenta que di en el clavo—. Entonces soy tu segunda opción —agrego poniéndome el vestido.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora