Presente
—Que no necesito a nadie que me acompañe, mamá. Voy a estar bien —digo por cuarta vez mientras sostengo el teléfono entre mi oreja y mi hombro. Tengo las manos ocupadas doblando ropa y metiéndola en la valija.
—Hija, ¿estás segura de que querés volver a ese lugar? La última vez no la pasaste muy bien —replica desde el otro lado de la línea. Ruedo los ojos y suspiro.
—Ma, pasaron nueve años, ya lo superé. Además, me necesitan en el estudio, no pueden modificar el guión sin que yo esté presente —contesto. Me siento sobre la maleta para cerrarla, ya que está a punto de explotar.
Escucho que suspira. Ella no está tan segura de que yo haya superado la separación con Abel, pero después de tanto tiempo, ni siquiera debe estar viviendo en el mismo lugar. Y si así fuera, probablemente no lo reconocería.
Mi madre fue quien me recibió con los brazos abiertos cuando esa noche llegué a casa llorando, temblando de pies a cabeza, cansada por las cinco horas de viaje y empapada porque la lluvia me agarró en el camino. Le dije lo que pasó y ella, que conocía a mi novio, no lo podía creer. "¿Estás segura de que era él?", me preguntaba una y otra vez. Tal como me está preguntando ahora.
—¿Pero vos querés volver? —vuelve a cuestionar.
—Aunque no quisiera, igual tengo que hacerlo, ¿está bien? ¡Es mi trabajo! Y si me seguís preguntando si estoy segura, te voy a colgar —expreso, todavía saltando sobre el equipaje. Está siendo difícil cerrarlo.
—Bueno, Maru, está bien —comenta con tono dudoso—. Cualquier cosa llamás a tu papá y él te va a buscar.
Sí, claro. Va a viajar cinco horas hasta otra provincia para ir a rescatar a su hija.
—Solo son dos semanas, voy a estar bien —manifiesto.
La saludo, prometiéndole mil veces que si llega a pasarme algo voy a llamarla y que también le voy a avisar cuando llegue a Buenos Aires.
Si soy sincera, la verdad es que me da un poco de miedo volver a ese lugar. Me trae lindos y amargos recuerdos que no quiero revivir.
Suspiro, esperando a que mi amigo Eduardo pase a buscarme para llevarme a la terminal de micros. Edu fue el primer hombre que conocí cuando regresé con el corazón roto, y fue el único que volvió a juntar cada pedacito solo con su compañía. Y no, no estuvimos juntos jamás, él es gay y su pareja es un amor.
Tuve novios durante estos nueve años, pero por algún motivo, ninguno lograba llenar el vacío que sentía en mi corazón. Además, mi inseguridad y desconfianza por miedo a que me engañen de nuevo provocaba fuertes peleas, a tal punto que los terminaba cansando. Y ahora, con treinta y dos años, creo que voy a quedar sola, escribiendo historias de amores imposibles y añorando tener aunque sea un gato como compañía, pero en el departamento ni siquiera me dejan tener animales.
La bocina me saca de mi ensoñación, agarro la valija rosada y ultra gorda con el cierre al borde del colapso, y bajo corriendo las escaleras. Solo son dos pisos, así que en menos de cinco minutos estoy entrando al coche de Eduardo.
—Le dije a Milo que si no vuelvo es porque me fui con vos —es lo primero que dice al verme. Arqueo las cejas.
—¿Por qué? —quiero saber, mirando sus ojos negros con curiosidad.
—Porque necesitás ir con alguien.
Se rasca su cabello rojo y otra vez pongo los ojos en blanco. ¿Por qué todos piensan que no voy a poder estar yo sola? ¡Solo son catorce días! No me voy a quedar a vivir.
—Quiero ir sola, Edu —murmuro—. Estoy bien, si es por lo de Abel...
—¡No, señorita! ¿Qué Abel? —me interrumpe golpeando el volante—. ¡Yo lo digo por la cantidad de bares y boliches que hay allá! Nos la pasaríamos de fiesta en fiesta. —Me guiña un ojo y me río.
—Es cierto, podría secuestrarte para que vengas conmigo, pero seguro que Milo me mataría.
Hace una mueca de disgusto. Eduardo es muy fiestero, su novio, Milo, es todo lo contrario. Lo bueno es que entre ellos se complementan, un fin de semana salen, el otro no, y así sucesivamente. Ellos son mis únicos amigos, a no ser que también considere a mis compañeras de producción, con las que nos juntamos los viernes por la noche para revisar guiones y emborracharnos un rato.
—Tendré que salir a bares yo sola —agrego haciendo puchero con los labios. Se ríe y me pellizca una mejilla.
—Seguro encontrás un galán que quiera hacerte compañía —comenta antes de volver a mirar el camino.
Suspiro. No había pensado en conocer gente nueva, la verdad. No quiero encariñarme, es muy poco tiempo el que voy a estar allá y tampoco es que necesito relacionarme mucho.
Tras una hora de viaje, llegamos a la terminal. Le agradezco mil veces a mi amigo por traerme y él me detiene antes de que baje del auto. Noto preocupación en su mirada.
—¿Estás segura de que querés volver? —interroga. Suelto un resoplido.
—¿Por qué todos me preguntan lo mismo? —digo con exasperación—. ¡Estoy más que segura! Quiero ir, y además me necesitan. Si no voy, pierdo el trabajo y justo este guión es el más importante para mí. ¡Va a ser una película! Hasta ahora había hecho telenovelas, y el hecho de que mi historia salga en pantalla grande... Uf, es una ilusión. Entonces, sí, estoy segura.
—Bien, empoderada como debe ser —replica acariciando mi mejilla. Me da un beso en la frente—. Si necesitás algo, me avisas y te voy a buscar. Es más, te voy a llevar de fiesta.
Suelto una carcajada y asiento con la cabeza. Sé que va a estar esperando mi llamada.
—Nos vemos en dos semanas, no me reemplaces —agrego saliendo del coche.
Me pasa mi valija y nos saludamos con la mano antes de que desaparezca por las puertas de la terminal. Me dirijo a la plataforma sesenta y me siento un instante mientras espero el micro.
—Su boleto, por favor —me pide un tipo alto y corpulento. Se lo doy y frunce el ceño—. ¿Estás segura de que te corresponde esta plataforma?
Otra vez con esa pregunta. ¿Será una prueba del destino para que me haga recapacitar y al final diga que no estoy segura?
—La verdad, no —admito, a ver si dejan de preguntarme eso de una vez. Esboza una media sonrisa y asiente.
—Tiene razón, su plataforma es la nueve, estaba al revés el boleto. Preste atención la próxima vez. Y le recomiendo que vaya corriendo, porque su micro ya está saliendo.
Genial, empecé muy bien el viaje. Corro a toda velocidad y, gracias al cielo, el chofer me ve y se apiada de mí, dejándome pasar.
Subo al micro y golpeo a varias personas intentando subir mi valija al portaequipaje. Me da un poco de vergüenza porque no llego y no hay ningún caballero que me ayude, así que nomás termino sentándome y poniéndola entre mis piernas.
Cierro los ojos y pido que todo salga bien. No quiero llevarme sorpresas ni disgustos, aunque algo en mi interior me dice que no voy a poder escapar tan fácil de ese pasado que me atormenta.
ESTÁS LEYENDO
La boda de mi ex
Chick-LitMarisa debe regresar a la ciudad tras nueve años de haberse alejado debido a la infidelidad de su amado. Pensando que lo había superado, su reencuentro le deja en claro que aún siente cosas por él y el enterarse de que está a punto de casarse con la...