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En la mañana, ya el pie no me duele tanto e hago intentos de pisar; como ya no me punzaba me quité la venda y me quité la ropa, me di un baño largo.

Fui a la cocina, a paso de tortuga; ya saben pasos cortos pero precisos, lo único que quería era caminar; tome agua y decidí no desayunar.

Como estaba en mi casa sola, me arreglé un poco para ir al bar, Fran pensará que no voy a trabajar más.

En unos minutos llego al bar y camino lento hasta su oficina, toco la puerta.

— Adelante.

Hago lo que dice.

— Princesa, ¿Cómo estás? Ayer me quedé preocupado.

— Por eso vine.

— ¿Te dieron reposo?

— No, solo es una torcedura.

— No vas a poder bailar el viernes ¿o sí?

— Si claro, el viernes estoy aquí.

— ¿Tengo algo para ti?

— ¿Qué?

— Tu pago — busca y me entrega un sobre — están las propinas.

— Gracias Fran y disculpa que hoy no pueda bailar.

— Ni te disculpes por eso, nos vemos.

— Nos vemos, Fran.

Salgo de su oficina, camino lento por los pasillos hasta la salida; ya me está empezando a molestar el pie de nuevo.

Cuando voy a una calle, me punza de una manera horrible.

El dolor es tan insoportable que el de ayer y me siento en una acera en la calle.

Mi teléfono suena.

Inicio de la llamada:

— ¿Eliha?

— ¿Quién más contestaría mi teléfono?

— Mal hablada

— ¿Eliho que qui... — me quejo del dolor — ¿Qué quieres?

— ¿Saber dónde estás? pedí permiso en mi trabajo para llegar temprano a casa.

— A una calle del bar, en un rato estoy en la casa.

— Oye, quería decirt... — sollozo

— ¿Estás bien?

— Sí.

— ¿Eliha?

— No, no estoy bien... creí que ya no me dolía pero me duele; en serio duele.

— Ya voy por ti — cuelga.

Fin de la llamada.

Pensé que anoche estaba exagerando pero la verdad es que me dolía mucho, tanto que lloraba sin control y eso que no estaba moviendo el pie.

Sin exagerar ya habían pasado los cinco minutos desde que mi hermano colgó.

¡Me abandonó aquí!

Está bien, dejemos el drama.

Un auto se estaciona a media calle de donde me encuentro sentada; yo misma inmovilicé el pie, es que respiro y me duele.

Bajan dos chicos del auto y pues yo ya veo borroso.

— ¡Está aquí! —  escucho la voz de mi hermano.

— ¡ELIHO! —  grito.

— Si definitivamente, es ella —  le dice al otro chico.

Bailar para SalvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora