Una vida normal con ella

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Luego de probar el amor de April, Tom se pregunta si podrá dejarla ir.

Tom respiraba entrecortadamente estaba agotado, sabía que en unas horas al amanecer su cuerpo le pasaría la factura del esfuerzo físico realizado, pero no le importaba. No habría cambiado nada de la última hora de su vida, nunca había esperado que a él le sucediera algo como aquello, y mucho menos que ocurriera en esa estúpida noche del año. Lo único que se podía comparar ligeramente con lo que había sucedido era el lugar donde había sucedido.

Un lugar realmente mágico.

April recostada junto a él en el piso de una enorme sala del tamaño de una catedral, pero de apariencia muy distinta a una. Sus ventanas dejaban caer rayos de luz sobre lo que parecía una pequeña ciudad con altísimos muros, construidos con miles y miles de secretos, de objetos escondidos por generaciones de habitantes de Hogwarts. Había callejones y caminos formados por vacilantes pilas de muebles rotos y dañados, puestos ahí, quizá, para esconder la evidencia de magia mal hecha, o guardados por los orgullosos elfos domésticos del castillo. Había miles y miles de libros aparentemente prohibidos, rayados o robados. Había miles de artículos de bromas y curiosos artículos de pueblos cercanos, incluso se podían reconocer artículos muggles viejos. Botellas despostilladas con pociones congeladas, sombreros, joyas, capas; algo que parecían cascarones de huevo de dragón, botellas con corcho cuyos contenidos todavía brillaban malévolamente, varias espadas oxidadas y un hacha pesada y ensangrentada.

Entre todos los secretos que se habían ocultado en esa sala Tom guardaría el suyo, el secreto que solo April y él compartían, que había depositado en el único lugar que creía nadie encontraría. En otro momento guardaría en esa misma sala un secreto muy grande pero al igual que aquella vez un entrometido Gryffindor se daría cuenta.

April se movió ligeramente, Tom la miró con cariño. Se veía hermosa, no necesitaba maquillaje, ni peinados elaborados, ni joyas costosas, o aquel vestido fino, como estaba se veía perfecta. Llevaba en el cuello el anillo de Slytherin, el cabello libre y natural, estaba cubierta solo por la túnica de gala de Tom, que habían usado como edredón minutos después de despojarlo de su vestimenta. Tom aun podía sentir la respiración agitada de ella contra su piel y el rocío de una ligera capa de sudor que cubría su piel.

El joven Slytherin cerró los ojos y retomó las crónicas de la última hora, se vió corriendo de la mano de April al sétimo piso, detenerse frente al tapiz de los trolls danzantes, pedirle que cerrara los ojos y que pensara en un lugar para esconderse y caminar tres veces de un lado a otro enfrente del pedazo de muro desnudo. Apareció para resguardarlos la sala que viene y va, la sala de los Menesteres. April no hizo preguntas, confiaba en Tom, entró tras él, alejándose de sus antiguas peleas, de las miradas curiosas, del basilisco que recorría las cañerías del colegio, único ser que había sido testigo de las atrocidades que Tom había hecho dentro del colegio y que nunca había sido capaz de confesarle a la ella.

Ella no se tomó la molestia de observar demasiado el lugar, ella al igual que él, estaba más interesada en continuar lo que habían empezado un piso más abajo. Se miraron un segundo en silencio, agitados por el correteo por los pasillos, emocionados por lo que sabían estaba a punto de pasar. Ninguno de los dos lo había hecho antes, pero sus cuerpos se movieron por inercia, se acercaron. Tom que anteriormente, en la mansión Tyler, se había detenido al no saber cómo seguir, estaba seguro de que debía hacer, sus largos y delgados dedos se deslizaban por la cálida piel de April, recorrió su anatomía disfrutando el contacto con cada centímetro de su cuerpo.

Ella lo despojó de su túnica, entre besos y caricias se entregaban el uno al otro, sin nada de malicia, sin lujuria, era un acto más que puro, no era un simple impulso como Tom siempre intentaba ocultarlo, esa pasión que se manifestaba en cada delicado y ansioso movimiento de sus cuerpos, era amor. Sus almas se unían en la más significativa muestra de amor de la historia, sus cuerpos fueron uno por unos momentos, una sola carne, y un solo ser. Con cada respiración, cada palpitar sus temores se esfumaban y daban paso al desborde de todos esos sentimientos y emociones que habían reprimido, después de tanto soñar con ese momento por fin la tenía para él.

El Origen del Mal: Tom RyddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora