Desde que Viada ha tomado el control de la Compass Rose, la tripulación ha podido relajarse un poco. La experta piloto aeroespacial conoce perfectamente los cuadros de mandos de ese bebé que manejó durante tantos años. Se sabe de memoria la hoja de ruta para entrar en la órbita griega, e incluso el posicionamiento aproximado de las nubes de asteroides que deben evitar en su silencioso trayecto hasta la Puerta de Tao.
Viada maneja otros vehículos y aeronaves, pero su especialidad son, sin duda, las naves espaciales. Ama el espacio exterior, y ese amor es también lo que la ha llevado a vivir en las estrellas.
La majestuosidad del horizonte salpicado de negro y bolas de gas mantiene distraída a la tripulación en gran parte del viaje. Todos parecen dispersos en sus propios pensamientos, en especial Heine. Al ingeniero se lo están comiendo su malestar y sus nervios. Ángela le presta su apoyo todo lo que puede, pero es él mismo quien tiene que lidiar con sus emociones desbocadas.
El trayecto hasta la Puerta transcurre con normalidad y una mayor eficiencia de la esperada. No pasa demasiado tiempo hasta que comienzan a vislumbrar el contorno del satélite artificial. Parece un halo de luz vertical surgiendo de la nada.
Viada se hincha de orgullo cuando Orión le reconoce el buen trabajo. El capitán le promete que volverán a contratarla en cuanto quieran darse otro paseíto por el espacio.
—Jefe, no me felicites aún —responde Viada con mofa—. Nos queda el aterrizaje.
Ese es uno de los escasos momentos donde los cinco tripulantes se reúnen en el puente de mando. Orión dirige órdenes de acuerdo a las indicaciones de su Movitab, Heine activa los propulsores de frenado, Viada coloca la nave en el ángulo de inclinación deseada para descender hasta la placa en una perfecta vertical, Ángela comprueba los últimos parámetros de ubicación y Jowen se limita a exclamar que ver una Puerta Griega se le hace tan asombroso como la primera vez.
Orión lleva un rato en silencio, pero ante el comentario del grandullón necesita sonreír y responder:
—Pues sí, Jow... A mí también.
Y concatena esas palabras de fraternidad con la cuenta atrás hasta un aterrizaje perfecto.
Los motores se detienen, la esclusa de aire comienza a adaptar la cavidad interior al cambio de presión externo y la nave se sustenta sobre ese iluminado pasillo hasta la Puerta.
La tripulación del Calor se encuentra frente a la Puerta de Tao.
La Puerta de Tao es una estructura artificial formada por una placa de metal inmensa y pulida con precisión, que se mantiene inerte en el vacío del espacio. Cuenta con un enorme portón en su centro, iluminado por infinitos halos verticales que emergen desde el suelo y le otorgan el brillo de una estrella extraña. Al igual que la llave rectangular que la abre, también la Puerta contiene en su interior esa arenilla de tono castaño, oscilando con una lentitud mágica y misteriosa. Flujos de luz, calor y energía emergen desde el metal. Una fuente de gravedad artificial sostiene esa puerta perfectamente erguida en el centro y también los pasos de cualquier humano que quiera llegar hasta ella.
Corinto no tiene la destreza ni la tecnología para crear algo semejante. Los avanzados catedráticos de Litheos no han podido dar respuesta al milagro que ocurre en cada una de las Puertas Griegas que se acaban desintegrando.
No deja de ser asombroso cómo, pese a todo el misterio que ello entraña, ese portentoso objeto galáctico se destruirá bajo el capricho de la tripulación del Calor en cuanto Heine atraviese sus puertas.
El ingeniero se pasa un buen rato en la cabina de despresurización, como si fuese a echarse atrás en el último momento. Sabe que hay una alta probabilidad de que a él le afecte mucho más lo que ocurra en el interior de la Puerta de Tao. La respuesta de todos sus doctores ha sido un escueto «haz lo que consideres mejor en tu condición», y Jowen tampoco lo ha dejado más tranquilo en esa locura de introducirse en una Puerta Griega:
—¡A nivel cerebral no sabemos cómo reaccionará tu cuerpo! ¡Pero para el resto de personas entraña el mismo peligro, Heine...! —le chilló el doctor como toda respuesta.
En resumidas cuentas, él debe tener valor para introducirse en una de esas Puertas, y su público debe tenerlo para contemplar el aberrante espectáculo desde las gradas.
Solo Orión y Ángela se han colocado los trajes completos, con casco e intercomunicador, y han salido a la placa por detrás de Heine. Ambos lo esperan junto a la Compass Rose. Viada y Jowen se han quedado adentro, muy alerta, para poder partir rápido en el momento de la desintegración.
Orión no para de moverse de un lado para otro y Ángela lo observa sin contagiarse por su estrés. Un líder no debería sucumbir así ante sus emociones, pero Red Heat nunca ha sido un capitán corriente.
Tal vez toda esa maraña de dudas y miedos por el estado de Heine sea lo que tiene a Orión tan nervioso, o tal vez el nerviosismo sea su estado natural. En todo caso, cuando pasan unos momentos y Heine sigue avanzando, a Ángela no le queda más remedio que dejar de ignorar a su capitán. Probablemente, la navegante sea la única que está logrando mantener un poco de mente fría allí.
Ángela pulsa el botón derecho sobre la oreja del casco para activar el intercomunicador, y dice:
—¿Qué te pasa ahora...?
—Nos han seguido.
Orión contesta en el acto y le da una respuesta inesperada. Ángela levanta las cejas y acompaña la dirección de su mirada. El capitán extiende uno de sus brazos hacia el cielo. El brazo bajo su apretado traje granate comienza a brillar con un leve fulgor anaranjado.
Ángela le concede el beneficio de la duda, pero los segundos pasan y en el vacío perfecto no se aprecia alteración alguna.
—El radar no ha captado ninguna nave u objeto no identificado, Orión.
—Porque no es grande... Lo estoy sintiendo venir.
Ángela toma una bocanada de aire artificial bajo el compacto casco. Está a punto de contradecirlo de nuevo, pero justo entonces lo vislumbra. Es un punto minúsculo de luz, que surca el vacío espacial de esa órbita griega. Debe de ser una nave pequeña, probablemente impulsada por energía solar.
A partir de ese momento, todo sucede muy deprisa.
Ángela grita un inicio de «Heine», Orión hace estallar el motor principal de la nave extraña y Heine se gira cuando ésta ya se encuentra sobre su cabeza.
Heine descubre que le han robado la llave y lo han tirado de boca contra la placa metálica cuando la otra nave ya está lejos. Sale disparado unos metros y da unas cuantas vueltas de campana.
Con un estruendo ahogado por el vacío, la nave-parapente aterriza en la otra punta del islote espacial.
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Compass Rose - El viaje a la Puerta de Tao
Khoa học viễn tưởngSi tuvieras la oportunidad de viajar hasta un satélite artificial para obtener un superpoder, ¿lo harías? Y si supieras que tendrás que robárselo a tu propio tío, que no sabes pilotar una nave espacial y que obtenerlo te dolerá hasta el punto de sen...