Epílogo

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Durante la cena con sus tíos, Meissa ha decidido adoptar el papel de niña buena; de criatura que no se entera de lo que está pasando.

La situación no podría ser más tensa. Nadie habla durante un buen rato. Cuando ya van por el segundo plato, Ángela se atreve a fingir normalidad y preguntarle a Meissa (Meissa, la niña buena que no sabe que su hermana ha regresado muy malita a casa) cosas rutinarias sobre su día. La pequeña responde con una sonrisa y le cuenta que hoy en el cole ha sido capaz de entrar al simulador de gravedad cero sin marearse, pero sabe que Ángela solo disimula y no la está escuchando. Incluso Irida parece prestarle más atención, aunque le evite la mirada para que ella no vea lo triste que está. A veces, a Meissa le cansa que la traten de tonta.

Pero la Meissa de hoy no piensa en ello, porque la Meissa de hoy solo es una niña buena.

La falsa conversación cordial se rompe en cuanto Heine encuentra la forma de tomar la palabra. Es el único que no suele actuar raro solo por estar la más pequeña de las hermanas delante.

Meissa tiene un tío favorito, pero nunca lo admitiría en un día como hoy. Eso no es de ser buena.

—¿Tú lo sabías? —pregunta Heine.

Irida levanta la mirada enrojecida del plato y casi llega a cambiar su expresión de pena por una de confusión y miedo. Cualquiera diría que se ha asustado por si su padre le pregunta a él, pero no es así. Heine está mirando hacia Ángela.

Meissa es la única que no se inmuta. La pequeña de cabello rosa sigue devorando la comida de su plato, como si no se viviese una crisis inmensa frente a sus narices. El tío Heine cocina mejor que su padre y eso hay que aprovecharlo.

Ángela suspira despacio y mira hacia Heine con mucha paciencia.

—¿Saber el qué?

—Que Xión pretendía venir detrás de nosotros.

Ángela se mantiene inmutable. Heine la masacra con la mirada. Meissa contempla sus expresiones por el rabillo del ojo.

—¿Cómo puedes preguntarme eso?

—No sé. Quizá soy el único idiota que no se esperaba lo que acaba de pasar. Estoy paranoico, ¿no? Lo mejor es seguir dejando que nuestra sobrina haga lo que le venga en gana.

Ángela parpadea con confusión.

—No tiene sentido que me digas esto a mí. Yo no soy su madre.

Heine dibuja una sonrisa de lo más irónica.

—Ya...

—Y tú tampoco eres su padre.

—No. Yo soy el imbécil al que acaban de robarle la llave a la Puerta de Tao.

—Heine.

Ángela se inclina hacia él con extrema seriedad grabada en la mirada. Cuando habla, no necesita levantar el tono, ni exclamar o fruncir su ceño rubio para que se le escuche. Su tono de voz es tan firme que incluso todo el Consejo Autoritario se giraría para escucharla:

—Eso es lo que menos nos tiene que importar ahora mismo. Lo sabes, ¿verdad?

No necesita dar mayores detalles de a qué se refiere. No necesita explicar que lo que realmente importa ahora mismo es que Xión no se muera.

Irida no necesita que le narren de nuevo la historia, ni Meissa comprender los dobles sentidos que a su edad todavía se le escapan.

Sin decir ni una palabra, Irida rompe el cruce de miradas de sus padres, se levanta de sopetón y se encamina escaleras arriba. Apenas ha tocado la comida de su plato.

Compass Rose - El viaje a la Puerta de TaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora