Ciudad gótica, la cuna de los murciélagos, una enorme familia, con integrantes muy diferentes entre si, y justo en ella estaba Tim Drake. Un chico con un pasado y experiencias no tan agradables. Bastante inteligente y observador.
Las cosas del pasad...
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—Quién fue el verdadero culpable que Bast se convirtiera en esto?... — el ojiazul miraba a la nada... No lograba entender como las cosas habían llegado tan lejos...
— No lo se... Pasaron muchas cosas... Malas... Sufrió mucho... No supimos ayudarla... Creo que se asfixio... — el menor contestaba, de igual manera mirando a la nada. Mientras una lagrima bajaba de su mejilla.— pero... Creo que el mayor culpable fue Bruce Wayne...
(...)
Bast se miraba atentamente al espejo, tenia sobre ella un vestido dorado, este brillaba lo suficiente sin ser excesivo, le parecía de buen gusto, de la parte superior dejaba al descubierto su cuello y parte de sus hombros, las mangas cortas recaían a los costados de sus brazos, y se amoldaba casi perfectamente a su figura, siendo ayudado por varias pinzas que la trabajadora habia colocado.
— El color le va estupendo señorita.—hablo la mujer que le atendía. No mentía, Bast a pesar de solo tener el vestido que aun no le quedaba a la perfección se veía muy hermosa, sobre todo por sus largos cabellos negros y ligeramente ondulados que caían a los costados de sus orejas.
No necesitaba que Damián la acompañase para estas cosas, sabia que no le interesaba y solo diría "Escoge el que sea", mucho menos le interesaría a Jay, así que prefería tomar la decisión por si misma.
— No hacen mas del mismo modelo, verdad?— pregunto mientras veía la parte trasera del atuendo.
— No señorita, solo únicos modelos y diseños.—
— Bien, quiero este... Lo quiero para el viernes por la noche, o el sábado por la mañana.— contesto ella, bajándose del escalón para dirigirse al vestidor.
—Oh, eso es dentro de dos días —
Bast se giro a mirarle interrogante, con aquellos ojos azul profundo que habia heredado del excéntrico Bruce.
— ¿No pueden hacerlo?— pregunto a la vez que alzaba una ceja.
— Por supuesto que si señorita, no quise decir lo contrario,— asintió nerviosamente la mujer, que desde el ojo de la joven parecía tener alrededor de 30 años.
