El día que todo explotó, en realidad había empezado de lo más anodino. Era mi tercer día trabajando de Santa Claus en el centro comercial y, a fin de cuentas, ya tenía suficiente rodaje en el puesto como para considerar que lo peor había pasado. Además, me aseguraba de venir orinado de casa desde esa vez que me dieron ganas en mitad de la intervención de un niño particularmente hablador, por lo que no tuve que preocuparme de ningún susto inesperado que agriase mi jornada laboral.
De hecho, es que ni siquiera vino casi gente, por lo que me pude pasar casi todo el rato charlando con Sonrisas, el elfo feliz sobre ideas absurdas que nos hicieran ricos, como poner una gasolinera en la luna para que reposten las naves espaciales. En algún momento, entre dimes y diretes, el sol se escondió para avisarnos de que podíamos volver a casa.
No quería hacerlo; mi hermano T estaba ilocalizable, le debía dos meses al casero, y esa era toda la razón de que yo me hubiese visto reducido a ir por ahí disfrazado de señor gordo sin sentido de la moda. No me apetecía meterme en mi piso solo para tener que fingir que no estaba en él, mantener las luces apagadas y confiar en que mi acreedor no me visitase ese día. Por eso le pedí a Sonrisas que me acompañase a tomar cerveza, a lo cual accedió bajo condición de elegir él el sitio.
A mí me daba igual. Total, asumía que la imagen de Santa Claus y su Elfo tomando alcohol de manera casual iba a llamar la atención en cualquier lugar, pero resultó que adonde me llevó ya lo conocían y no no levantamos la menor suspicacia.
— Oye... perdona si me meto donde no me llaman... — Alcanzó a decir él, una vez nos sentamos a esperar nuestras bebidas. Me pareció que pronunciaba las palabras con un ligero tartamudeo, como si temiese la posibilidad de enfadarme. Yo sólo me lo quedé mirando y asentí con la cabeza, como dándole permiso para continuar—. Verás, es solo que me preguntaba cómo terminaste en un puesto de trabajo así. No me interpretes mal, no es que no sea digno, pero llevo años aquí y... creo que tú eres el único de los Santas que ha ido a la universidad. ¿Qué te pasó?
Tragué grueso, y me planteé si debía sincerarme. Le había pedido que bebiese conmigo y charlaba con él a cada rato. ¿No era, acaso, lo más cercano que ahora tenía a un amigo? No sabía si era el ambiente o mi estado emocional y tampoco tenía demasiadas ganas de tocar el tema, pero consideraba que merecía saberlo. Lancé un suspiro de resignación.
— La mía... no es una historia agradable, ¿aún así quieres escucharla?
—Oh, venga, si te pregunté es por algo. ¿Qué fue? ¿Apuestas? ¿Drogas? ¿Mujeres? ¿Hombres? Soy viejo, no me va a sorprender.
—Fue Da Vinci.
Esta última frase nos encerró en un bucle de miradas raras y silencios. Yo por incomodidad, él por incredulidad.
—Da Vinci.
—Sí.
—El inventor...
—Sí. Arruinó mi vida, y por su culpa nunca me pude recuperar.
En ese momento llegó nuestro pedido, así que se volvió a callar. Tuve la impresión de que intentó arrancar de nuevo en varias ocasiones, pero era como si se ahogase con sus propias palabras. Finalmente, tras un trago enorme a su cerveza y con de nuevo una marcada inseguridad en su entonación, retomó la conversación por donde la había dejado.
—Venga, ¿no crees que estás exagerando un poco? ¿Da Vinci? ¿Cómo puede un inventor del renacimiento arruinarle la vida a alguien? No entiendo nada.
—¿Excesivo...? ¿¡Excesivo!? ¿Te parece excesivo? — enfurecí, esta vez sí. No quería hacerlo, no me gustaban estos arranques míos, pero acababa de meterse en terreno demasiado pantanoso y nuestra amistad no le iba a servir de escudo —. ¿Tú sabes la de años que pasé teniendo que escuchar cómo me llamaban Da Vinci? "Oyeeee, Da Vinci, esto, oyeee, Da Vinci lo otro". ¡Sí, eso me arruinó la vida, lo oyes bien! ¡Me la arruinó! ¡Yo no me parezco a Da Vinci en nada te digo! ¡Es más, si pudiera, viajaría atrás en el tiempo solo para pegarle una patada en el culo!
—P-Pues... así con la barba postiza, yo creo que sí que te pareces bastante.
—¡Cállate, Sonrisas, nadie pidió tu opinión!
—Me llamo Javier.
—¡Te llamas como a mí me salga de las narices!
Me preparé para contener un deseo irrefrenable de romperle mi botella en la cabeza, pero no hizo falta porque justo en ese momento se escuchó un estruendo que me devolvió la lucidez. Un enorme objeto de lo que parecía ser hierro había caído del techo y se había estrellado entre las mesas vacías, dejando un pequeño cráter que, por fortuna, no hizo daño a nadie.
Tampoco tuvimos tiempo de aproximarnos a examinar nada; apenas unos segundos después de la explosión, vi como mi hermano salía de de dentro de aquella cosa corriendo como alma que lleva el diablo hacia donde estaba yo. Se detuvo un momento, me recorrió con la mirada para confirmar que era yo, y terminó el reencuentro agarrándome del brazo y tirando de mí. Mientras mi hermano me secuestraba, Sonrisas solo se quedó ahí como si no hubiera pasado nada, terminándose su bebida y mirando la mía con intenciones de hacer lo propio. Concluí que había vivido demasiadas emociones fuertes en un mismo día y ya pocas cosas lograrían perturbarlo.
A mí, por otro lado, me quedaba el problema de descubrir qué demonios estaba planeando T y adónde me llevaba, cosa que no tardaría en descubrir. Antes de darme cuenta, estábamos los dos dentro de ese extraño objeto del que acababa de salir él.
—¿Puedes hablarme de una vez y contarme qué demonios significa esto? ¿Dónde te habías metido, T? ¿Qué es esta cosa? ¿Y estos paneles?
Él se quedó pensativo un rato, como si estuviera evaluando qué decirme, y luego sonrió para sí mismo.
—Bueno, K, yo podría decir lo mismo. ¿Qué es eso que llevas puesto? ¿Vas a una boda? Dicen que el rojo se lleva mucho esta temporada.
Era algo que él solía hacer. Cuando no quería tocar un tema, simplemente lo evadía y te contestaba con otra pregunta que no tuviese relación. La cuestión era que una táctica así podría llegar a funcionar si lo que le estaba preguntando era su opinión sobre el aborto, pero de esta no pensaba permitir que se librase.
—No lo repetiré. La verdad. Ahora. No tengo por qué permitir que me bambolees de un sitio a otro. Al menos, no sin saber por qué lo estás haciendo o por qué desapareciste.
Su expresión se tornó entonces de un tono jovial y distendido a otro más serio.
—K, no... no puedo soportar verte así. Día tras día, te veo vagar por la vida como una sombra de lo que fuiste, lamentándote por un futuro que nunca pudiste tener. ¿Qué querías que hiciese, que me quedase ahí parado sin hacer nada viendo cómo te autodestruías? Pues no, investigué, y de dichas investigaciones salió esto que tienes delante. Claro, aún le faltan algunos ajustes, como mejorar el aterrizaje, pero es algo que yo confío en que te servirá para enfrentarte a tus demonios.
—¿A mis qué? No entiendo nada de lo que tratas de decir.
—Esto... es una máquina del tiempo, K.
ESTÁS LEYENDO
Las dos caras de Da Vinci
Historical FictionK odia a Da Vinci con todo su ser, hasta que viaja en el tiempo y tiene la oportunidad de odiarlo aún más. K es un tipo normal: tiene una plantita en su casa a la que riega con cariño, un casero molesto... y una obsesión enfermiza con la figura de L...