Capítulo 1

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La mañana caía sobre las lúgubres calles de San Francisco, acompañando el dolor de todos los asistentes a tan deprimente evento. Las flores varias que se acomodaban sobre la tumba daban esa sensación de viveza que se esperaba, no quitando aún el dolor de la desafortunada familia, que se regocijaba ante el ataúd de su amado hijo como si su vida dependiera de ello, llorando de una manera tan lastimera que ponía de nervios a los presentes. Todo esto era comprendido, la perdida de un familiar tan cercano siempre era dolorosa, mucho más si había sido de una manera tan trágica.

Entre sollozos lastimeros que lo acompañarían por el resto de su estancia en el cementerio, James Hetfield se acercaba con cautela hasta la tumba del que había sido su mejor amigo y confidente, aquel que le brindaba su apoyo de manera incondicional y lo hacía sonreír por más asqueroso que fuera su día. Las lágrimas salían de sus ojos sin ser contenidas, humedeciendo sus mejillas rojizas gracias al frío del clima. El ramo de rosas rojas en sus manos se tambaleaba con el leve temblor que lo atormentaba producto del nerviosismo, siendo por momentos los pétalos roseados con las gotas saladas de su propio sufrimiento.

Se acercó al lugar de descanso de su fiel compañero de banda, mejor amigo y amor perdido, Cliff Burton. Su corazón pareció hacerse pedazos luego de ver el gran agujero de tierra en que éste sería depositado, como un lugar de reposo eterno que ni siquiera debió ser abierto en primera instancia.

Los señores Burton le habían concedido la oportunidad de brindar unas palabras al difunto, pero de su garganta únicamente emanaban chillidos lastimeros llenos de una desgracia terrible.

Con compasión y tristeza, James depositó el hermoso ramo de rosas sobre el ataúd, dándole un ultimo adiós a su amor prohibido, no asimilando aun lo sucedido. Retrocedió unos pasos, trastabillando por momentos al sentir la impotencia y la melancolía invadir su ser. Quedó perplejo, simplemente no podía con todos esos sentimientos que se arremolinaban en su triste corazón, destrozando su alma en pedazos que nunca serían reconstruidos. Una ultima mirada a su amigo significó perder todo aquello que alguna vez soñó hacer junto a él.

El toque en su hombro lo sobresaltó, pero ni siquiera eso logró que palabra alguna saliera de su boca. A un lado de él, mirándolo con agria compasión y reteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos, Lars Ulrich se abría paso entre la gente sollozante para depositar un hermoso ramo de orquídeas blancas en dicho lugar. Tras él también lo hizo Kirk Hammett, amigo y compañero de banda de todos ellos.

—Es hora de irnos. —indicó Lars con un tono de voz apagado, ocultando la habitual sonrisa que lo caracterizaba.

James asintió, no obstante, permaneció de pie frente a la reciente tumba de su amigo, admirando su nombre escrito en ella casi con desesperación. ¿Por qué él? La pregunta rondaba por su mente como un hiriente martirio.

Lars y Kirk decidieron esperarlo, dejándolo completamente solo, libre de pronunciar las palabras que se había guardado todo ese tiempo, permitiéndose acompañarlo en su dolor de una manera distante.

La ceremonia dio fin con el entierro prematuro del desafortunado bajista de Metallica, una buena persona y un musico con un extraordinario talento con el instrumento de cuatro cuerdas. Las personas sollozantes, —incluyendo a los padres de dicho muchacho— se retiraron luego de concederles sus más sinceras condolencias a los afectados por dicho accidente. Pero James permaneció ahí, inmóvil, esperando el momento adecuado para darle el ultimo adiós que su amigo se merecía. Pasados aproximadamente diez minutos, el muchacho quedó completamente solo en dicho lugar; como si hubieran estado reprimidas en su interior por años, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos entre sollozos lastimeros que trataba de reprimir en vano, su cuerpo temblaba apenas por el nerviosismo, sus mejillas sonrosadas y húmedas debido al llanto, y sus ojos que ardían como si no hubiera dormido en días. Su estado de ánimo se notaba.

—Perdóname por no decirte esto en vida... —susurró el joven, sintiendo su voz temblorosa—, pero no pude hacerlo porque soy un cobarde...

El cementerio permaneció en un silencio sepulcral; la fría brisa golpeaba con fuerza los árboles, meciendo sus hojas en danzas sublimes que parecían dirigirse al prodigioso bajista, Cliff Burton.

—Yo... —las lágrimas brotaron de los ojos de James antes de que pudiera continuar su breve discurso. Presentía que sus sollozos eran percibidos por todo aquel que se encontrara a la cercanía, pero eso poco le importaba en ese momento de aflicción—. Te amo... —susurró, sintiendo como su corazón se hacía pedazos tras pronunciar dichas palabras.

Se arrodilló frente a la tumba recién rellena con la húmeda tierra y colocó encima la última rosa roja que había guardado del estrafalario adorno para el cual había gastado una cantidad exuberante de dinero, pues su amigo lo valía. Del bolsillo trasero de su pantalón extrajo el pequeño sobre blanco; en él estaban inscritos sus nombres, con una calografía perfecta que James se había esforzado en hacer únicamente como detalle para Cliff. El hermoso envoltorio que escondía la carta que había escrito esa misma noche fue depositado sobre la tumba junto con la hermosa flor, el contenido solo él lo conocía, y así permanecería por el resto de sus días.

James se puso en pie y limpió sus lágrimas con el borde de su suéter, acomodó un poco sus desprolijos cabellos dorados y permaneció mirando la lápida por unos segundos más, murmurando cosas que ni siquiera él entendía gracias a la frustración y la impotencia.

De un momento a otro, la ronca voz masculina, quebrada en un llanto que había cesado hace rato ya, atrajo su atención, sobresaltándolo de inmediato.

—Voy a extrañarlo... —dijo el muchacho, colocándose a un lado de él con cautela.

James lo miró unos segundos para luego soltar un suspiro que ocultaba sus emociones. Se trataba de Dave Mustaine, el anterior guitarrista de Metallica por aproximadamente un año; lo habían echado de la banda debido a sus problemas con el alcohol y su carácter volátil, pero ahora todos esos rencores podían quedar a un lado sólo por esa ocasión.

—Yo también... —fue lo único que se animó a decir James. Ciertamente le causaba incomodidad encontrarse con Dave, es decir, lo habían echado de la manera más rastrera, siendo unos completos desconsiderados con él.

Mustaine continuaba guardándoles rencor, después de todo, eran lo único que tenía, eran como su familia; aún así, siempre había mantenido una buena relación con Cliff, se podría decir que entablaron fácilmente una amistad luego de los incontables viajes que hacían juntos a cada ensayo, conversando y fumando un poco de marihuana en el trayecto. Es por eso que se encontraba allí, para despedir al que, hasta el día de su muerte, consideró su mejor amigo... aquel hombre al que consideró un hermano.

—Debió haber sido duro, ya sabes... verlo... —dijo Dave, conteniendo las lágrimas tras decir la ultima palabra. Al enterarse de la noticia, él había llorado durante toda la noche, lamentándose una perdida tan temprana, no imaginaba como se encontraban sus antiguos compañeros de banda, que habían visto en persona dicho accidente que acabó con la vida del joven.

James asintió, y sin más dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos una ultima vez. Sus sollozos fueron acallados por la reconfortante caricia en su espalda, proporcionada por un antiguo amigo, uno al que creyó perdido gracias a sus acciones. Dave trataba de reconfortarlo, aunque no sabía muy bien cómo, es decir, ambos se encontraban en la misma situación, ambos estaban rotos.

—Está bien... —susurró Dave—. Todo va a estar bien...

Seven Tears ~Hetstaine~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora