Estaba ya sujetado por garras que no creía conocer, garras que me habían tendido una trampa sin cuerdas.
No tenía escapatoria, pues no había atadura. Frente a mí se erguía una criatura enorme, que por un lado se parecía a las criaturas de la mitología griega, de muchas cabezas pero todas distintas, siendo de criaturas irreconocibles e indescriptibles; y por el otro se parecía a una gran construcción del bosque, un árbol con piernas que se unía sin notarse a la otra mitad, totalmente distinta.
Las garras eran ramas que se enrollaban en mi, que me empujaban, me obligaban a entrar al "descensor".
Me resistí a entrar. Grité y luché, tratando de librarme del agarre de los troncos vivientes. Finalmente logré romper una rama, pero no pude escapar, pues acompañado de un grito de dolor del árbol, fui arrojado hacia el ascensor, con furia y violencia tal que perdí el conocimiento.
O eso pensé.
Me vi a mi mismo entrando a la bodega de vinos, con mi abuelo y su amigo Tom. Volví a ver la figura engañosa de una persona, esta ves la veía de cerca, veía como en realidad era una persona, una familiar. Sí. Era el jardinero, parado en un rincón, observando. No tardó en correr hacia Tom, cambiando de forma poco a poco, perdiendo la humanidad de su rostro, reemplazando sus extremidades por garras y patas mientras mudaba de piel, caía a pedazos la suave y carnosa, y quedaba a la vista la color acre y de apariencia dura.
Vi el movimiento de las garras en las cercanías de Tom, las tenazas que le arrancaban la piel del rostro y le hacían soltar la lámpara de petroleo. Me percaté de que mi abuelo fue corriendo hacia a él. Yo me había quedado solo.
Me vi correr a la salida, no era perseguido. La mantis no corrió por mi abuelo, dejó a Tom en el piso y se fue a su rincón. Mi abuelo llegaba, veía el rostro ensangrentado de su amigo ya sin vida. No lloraba, veía hacia la penumbra, directamente a la mantis que empezaba su metamorfosis inversa.
Mi abuelo corrió hacia esta y le propinó un golpe con la lámpara apagada de Tom, interrumpiendo su transformación. El golpe derramó dos tipos de sangre, una verde y viscosa; y la otra roja y líquida, ambas caían sombre mi abuelo, quien al entrar en contacto con ellas empezó a retorcerse, a gemir y a quejarse. De debajo de las uñas de su mano izquierda salían pequeños brotes de alguna planta, mientras que del lado derecho su piel empezaba a empalidecer, a tomar un tono grisáceo y a llenarse de pequeñas ampollas que me hacían recordar a aquel coloso, mitad árbol, mitad bestia.
¿Era entonces mi abuelo aquel que me había embestido contra el fondo de la cabina del ascensor? ¿Había perdido la razón? No lo sabía.
Ahora tenía otro asunto en mi mente, una escena del pasado. Me encontraba entre la muchedumbre, quince personas que iban armadas de palas, picos y hoces, al frente iba un monje de cierta edad que avanzaba liderando a la turba enfurecida. Nadie parecía notar mi presencia. Entraban a la mansión con ira, pateando el portón. Este cedió al fin. Los seguí. Me acerqué al padre cuanto más pude. Su cara denotaba cierta preocupación, sentí entonces que él estaba siendo obligado a entrar. Se adentraban más en la morada tétrica hasta llegar a la puerta de la vinatería, donde trataron de tratar tumbarla, pero antes que pudiesen intentar algo, la mantis salía del fondo, disparada hacia la muchedumbre mientras el portón se cerraba con violencia. No había escapatoria para los pobres campesinos. De un momento a otro el piso se había inundado de sangre que ahora corría por los canales en vez del agua. El Padre lo veía todo. Se abrazaba a la biblia, una biblia aparentemente hecha de piel de cerdo. Alzó la cruz y su rosario, pronunciaba mil rezos a los siete vientos con tal de alejar a la criatura, quien no le hizo daño pero no se mantuvo lejos.
Ahí estaba la fiera observando al padre sin mover un músculo ni hacer caso de sus gritos religiosos. Le veía y de reojo veía el almacén. Se acercó, poco a poco, olfateando su miedo. Finalmente cuando trató de asestarle un golpe, el clérigo se protegió con el libro en el que tenía fe y este se rasgó, dejando volar las páginas que cayeron sobre él y que se adherían a su piel, como si fueran de metal y el padre fuera un imán.
Corrió, buscando refugio de las páginas del libro más que de la abominable criatura, tratando de huir de ellas. Pronto no sabía que hacer, había quedado arrinconado en una chimenea, con las hojas ya cubriéndole casi todo el cuerpo tomó un hacha de un pedestal y trató de quitarlas con desesperación, pero por más que intentó no logró mas que lastimarse a si mismo, de cualquier modo las heridas que se causaba las curaban las páginas que finalmente lo envolvieron como a una oruga en crisálida. Después de unos minutos bajo aquella gran masa, el hacha rompía el tejido y se podía ver una pezuña asomarse a la luz.
Me desvanecí de la escena.
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Vino Tinto
HorrorEn el castillo Atorde se encontró un cuaderno, que contenía en sus páginas esta historia, y junto a él, una botella de vino tinto. ------------------------------------------------- Todos los derechos reservados. SAFE CREATIVE Identificador:1501122...