Capitulo III. Las profundidades.

93 3 3
                                    

El ascensor era de un sólo sentido, abajo.

Descendí por él, el agua caía lentamente mientras bajaba, o mejor dicho el líquido.

 Cuando el ascensor se detuvo, volví a encontrar nada más que oscuridad, el aire estaba limpio, sólo se notaba un ligero olor a encierro, pero sólo eso. 

 La oscuridad era natural, es decir, se disipaba; pues cuando encendí mi lámpara de petróleo, pude ver más allá de 9 metros enfrente mio.

Pude al fin sentirme tranquilo. Me hallaba en un almacén de piezas mecánicas, el desorden reinaba, no era un caos, pero se notaba que algo había tirado algunas cajas al suelo y estas habían esparcido su contenido por el piso, nada que no se esperase de un sitio que fue aparentemente abandonado por más de un siglo.

Había sólo tres puertas en el almacén, entré a la más cercana al ascensor y ahí encontré un pequeño taller donde se ensamblaban piezas y se hacían herramientas.  No había nada que pudiese ser usado debido al nivel de deterioro por el tiempo.

Abrí la segunda puerta de almacén. Oí pasos. El aire tenía su característico olor a azufre y no había escondite alguno. Corrí buscando un lugar donde él no me viera. Me escondí tras unas cajas, pero mi lámpara me delataría. La apagué.

 La oscuridad reinó, mis ojos no lograban adaptarse a ese tipo de obscuridad.

Los pasos se acercaban, paso a paso yo sudaba más y más. El nerviosismo me mataría; mi corazón latía más rápido que el de una rata y casi me desmayo…

Pero mis ojos pudieron ver al fin. No por haberse acostumbrado a las tinieblas sino porque él prendió una antorcha. Y fue entonces que lo vi.

Era horrible, su brazo derecho estaba mutilado, la parte faltante había sido reemplazada por un hacha antigua, su otro brazo estaba cocido como si estuviese hecho de remiendos y al final de este había una pezuña de cerdo.

Su rostro era  una deformidad  no tenía labios, la mitad en su cara estaba cosida, por lo que no tenía ojo izquierdo. Era calvo y vestía una especie de toga corta color café.

Tenía músculos enormes, pero todo su cuerpo se encontraba parchado, piel de cerdo y humana en varias tonalidades lo conformaban. Un auténtico Frankenstein.

El almacén se inundó súbitamente, todo empezó a flotar sobre el líquido, incluso las herramientas de metal. La expresión en el rostro de esta criatura cambió drásticamente a un estado de alarma y este se echó a correr. Lo seguí sin dudar en lo mínimo, recé por que no me descubriera. Entonces me fijé en que él no tenía orejas, no me oía en lo mínimo.


Entró al taller y se dirigió hacia una pared, lo vi tratar de abrir una pequeña puerta de madera que estaba detrás de unas cajas. En un acto de desesperación rompió la puerta con su hacha y entró despavorido.

Lo seguí a prisa. Entramos a una cueva alumbrada con antorchas. Había una corriente de viento que se notaba bastante, aire del exterior.

Habíamos estado corriendo en la cueva por al menos un minuto cuando la criatura volteó.

Y cuando la criatura me vio se detuvo en seco y yo también. Su expresión se tornó iracunda y caminó hacia mí, con su hacha en alto.


Yo no había movido un músculo siquiera cuando resonaron pasos en las cavernas, rápidos, pero que hacían retumbar el piso. Y al sentirlos, la criatura nuevamente volteó y corrió, incluso más rápido que antes. Hice lo mismo de inmediato. Pronto llegamos a una especie de desagüe antiguo.

La criatura extraña trató de escalar alguna pared, pero su pezuña y su hacha se lo impedían.

Yo escalé rápidamente, encontrando una pequeña cornisa alta en la que pude sentarme. Gateé hasta dónde él y traté de ayudarlo a subir, pero fue inútil.

  

Pronto dejó de intentarlo.

Los pasos se aproximaban cada vez más rápido, incluso yo comprendí cuál sería su destino. Inmediatamente apareció una bestia, una especie de cangrejo de ocho patas que medía por lo menos metro y medio de alto.La criatura blandió su hacha y asestó el primer golpe, pero aquella horripilante mezcla de cangrejo con araña no sufrió ni el más mínimo rasguño. La bestia contraatacó cortando con dos de sus patas las piernas de la criatura porcina, el líquido se entintaba en rojo, pero la criatura no se rendía; en un acto desesperado, utilizó su fuerza para levantarse con su pezuña y cortarle una pata a la araña. La bestia inmediatamente reemplazó su pata y la clavó en el pecho de aquel que me había guiado hasta aquí. Volteé hacia otro lado, no quería ver más sangre ya.Entonces se escuchó un chillido agudo, el grito de un humano en el cuerpo de un cerdo. Su grito se asemejaba al quejido de un cerdo siendo asesinado y al mismo tiempo a una palabra humana: Sálvate.Y entonces se detuvo. Volteé hacia donde se había librado la batalla y sólo se ví tripas flotando en sangre, mientras la araña se las comía. 


Junté todas mis fuerzas y corrí a la salida. Estaba cerrada.  La bestia no podía trepar las paredes, pero yo no podía salir. Sigo aquí y no me queda otra cosa más que dormir un rato... 

Vino TintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora