Capitulo IV. Niebla.

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Me encontré recostado en el suelo, me había despertado el chillido de la criatura y el mal olor del líquido. El aire era pesado, el olor insoportable, y la presencia de la araña que se movía en círculos lentamente pegada al muro de piedra que me mantenía a salvo, me tenían con los nervios crispados.

Los restos del hombre cerdo flotaban en el agua, estaba cada miembro de él, pues la bestia arácnida no había consumido nada, sólo lo había asesinado.
El tiempo fluía tan lento como podía, mi vista, ya acostumbrada a la pesada oscuridad que solo contenía unos aces de luz perdidos en las cañerías; me dejaba ver a la criatura asesina reposando en el líquido. 

El ambiente tenía un hedor terrible, no a sangre sino a una especie de gasolina. Y en cuanto hice la relación pude darme cuenta de lo que era el líquido en realidad. Rápidamente busqué en mis bolsillos, en mi pantalón y camisa; finalmente encontré lo que buscaba: Los cerillos que mi abuelo me había dado a guardar antes de entrar; y en un acto de desesperación y odio hacia el monstruo asesino, encendí un cerillo, prendí una hoja del cuaderno y la tiré al líquido. 
La escena me sorprendía, pues en realidad el líquido no ardía como lo haría la gasolina o el petróleo, quemando todo de manera violenta y haciendo combustión en sus vapores. Ardía como alcohol, una pequeña capa de fuego que no se alzaba más de quince centímetros iluminó la cueva entera y el monstruo sintió la llama, al principio este parecía no notarlo, pero en un instante su cuerpo empezó a combustionar de manera violenta, como si él estuviera hecho de madera y el calor lo consumiese con gusto.

Chillaba. Chillaba y se retorcía, gemía y gruñía. Se cocinaba y moría. 

Pronto los chillidos cesaron. Tenía poco tiempo presente el silencio cuando una puerta se abrió de golpe. Mis ojos enceguecieron temporalmente y mi piel sintió un ambiente nuevo, un viento del exterior. En cuanto recuperé la visión me dirigí hacia la nueva salida, subí las escaleras que estaban fuera y me hallé sobre una piedra, una piedra que tenía en la base aún más piedras, y bajo esas piedras había más piedras, alrededor no había visibilidad, una niebla espesa me impedía ver. Me hubiese costado trabajo bajar del escarpado terreno de no haber sido por un árbol cuyas ramas me ofrecían un descenso seguro. Y así bajé. 

En cuanto bajé la niebla se disipó un poco y pude ver a lo lejos las paredes de la mansión y corrí al lado opuesto, casi sentía la libertad en mis brazos. 

Y cuando pensé que había salido... me topé con otro muro. Y corrí hacia la izquierda. Y otro muro. Sin otra opción más que ir al lado contrario, me dirigí a la derecha, pero igualmente encontré un muro. Me hallaba en el jardín interior de la casa, no en el exterior.

Veía la herrería de las ventanas como los barrotes de una cárcel, pero también parecían una buena escalera. Con la herrería en forma de espirales, era fácil trepar la herrería de una ventana y empezar a trepar la de la siguiente. Ahi estaba mi salida. 

Comencé a trepar la primera ventana, de ahí pasé con facilidad a la segunda y el proceso se repitió hasta la quinta ventana, donde me dí cuenta que ya no habían más ventanas arriba, pero tampoco abajo. Las ventanas habían desaparecido con todo y herrería. 

Mi desesperación era tal que estuve a punto de soltarme y darme por vencido, pero la niebla se despejó y reveló un hoyo en el muro sin ventanas. Entraría de nuevo a la casa. No tenía otra opción. 

El hoyo no estaba muy cerca, pero podía pasar brincando de la ventana, lo cual hice, pero para mi desgracia el hoyo no estaba a la altura del piso y caí, lastimandome la pierna. 

En cuanto pude incorporarme me di cuenta de que había caído en una trampa. Estaba dentro de la casa nuevamente, frente a la entrada de la bodega de barriles de vino. Volteé para retractarme y tirarme del muro, pero el agujero se había ido. 

Me fijé en la entrada de la bodega y en la puerta hallábase la llave dorada que abría el pasadizo al infierno. Esta vez no huiría. Me acerqué a la puerta y giré la llave. Dispuesto a entrar. 

Y así lo hice. 

Vino TintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora