Capitulo VII: Revelaciones. Parte 2.

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Ahora hallábame observando a un jardinero, acercándose con codicia a la mansión mientras era de noche y no se le veía, los tiempos eran incluso anteriores a los sucesos del padre, se podía ver que la familia Atorde seguía viviendo ahí. Llevaba su revólver con todo el tambor lleno. Entraba sin problema por la puerta del almacén, pues llevaba la llave consigo. Era alguien a quien la familia seguramente le tenía confianza.

Caminaba despacio, fijándose en cada detalle del cuarto, buscando una especie de relieve en la pared. No había quién vigilase el cuarto. Encontrábase totalmente vacío.

Fijó, finalmente, en un relieve poco voluminoso en un muro mal acabado. Lo presionó con fuerza y pronto se abrió un pasadizo en medio de los barriles. Entró apenas abrió y le seguí a prisa. Llegamos tras una larga caminata cuesta abajo al sitio donde la sangre parecía fluir a cántaros. El hombre se quedó perplejo un rato, muy breve, y continuó su camino pasando por charcos rojizos cuyo líquido se deslizaba por los muros de piedra mal hechos.

Llegábamos al final del túnel. Se abría ante nosotros un lago subterraneo color escarlata. Sobre él, un puente conectaba a un pilar en el cual yacía un corazón palpitando. El jardinero apuntó entonces al corazón desprotegido. 

No había sonado el primer disparo cuando el corazón empezó a palpitar más rápido. Repentinamente la caverna en la cual nos hallábamos se iluminó y de las paredes surgieron ojos de pupila contraída cubriéndola en su totalidad. Los ojos lo veían. Nos veían, notaban mi presencia y los más cercanos me veían, los demás le seguían a él. El hombre soltó el revólver y este se accionó. Un ojo recibió el disparo y un gemido ensordecedor llenó de ecos la caverna.

El jardinero temblaba y se acercaba corriendo al corazón latente. Llevaba las tijeras en la mano, listas para cortarlo. Pero su plan falló. La bestia arácnido-crustácea se precipitó hacia él desde la nada y lo empujó al mar de sangre. Él flotaba, pero había sido herido pues sus tijeras le habían traicionado enterrandosele en el pecho. Los ojos de los muros se cerraban con tranquilidad mientras el octópodo descendía a terminar su trabajo, sacando una mantis gigante del gran charco rojo.

Volví a desvanecerme.

Ya veía nuevamente otra escena. Ahora menos clara, ya no lograba moverme a voluntad en ella. Primero veía a un niño con su perro, jugando en el jardín. Abruptamente llegaban al fondo del castillo, ahí donde la gran puerta de joyas se erguía, sin ser obstáculo esta ves. La puerta se hallaba abierta.

El perro corría al pasadizo, que no estaba oculto. Y llegaban a la caverna que estaba vacía. Se acercaban a donde yacía el corazón. Y el perro ladraba.

Los ojos se abrían. Y el niño se estremecía. De la entrada aparecía un hombre bien vestido, con un cuchillo en la mano pretendía que en un momento la vida del niño arrancaría, sin saber que el perro le defendería.

El hombre blandía su filo contra el cuello del animal, que caía al fondo de la fosa vacía.

El niño sollozaba, mientras el hombre reía y una mujer de bastante edad se le acercaba. Se acercaba y conjuraba. Conjuraba y manoteaba, manoteaba señales que los ojos entendían. El niño yacía ya sin corazón. El corazón era conectado a una columna, donde una runa tallada había. Y entonces la sangre fluía. La vieja terminaba su embrujo y el hombre lejos corría.

De la sangre finalmente esta araña salía y con su vida el corazón del niño defendería.

— Fin de la primera parte —

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⏰ Última actualización: Apr 20, 2015 ⏰

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